Un día lluvioso

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ADVERTENCIA +18
Alec

No quería soltarla en ese momento, quería que durara para siempre, solo con estar a su lado sentía que lo tenía todo. Podía sentir su respiración agitada, el movimiento de sus costillas, cada suspiro que salía de sus labios y cada latido de su corazón, quería recordar cada detalle de cada momento que pasaba con ella.

Se separó unos centímetros y me miró con unos ojos que se iluminaban por las luces que nos rodeaban, haciendo que se vean como pequeñas estrellas incrustadas en esos ojos color miel. Besé cada peca de su rostro mientras escuchaba como ella se reía, esa melodía que tanto me gustaba oir y que esperaba que solo yo pudiera ser el causante de ella.

— Tengo que irme — susurró ella, la volví a besar intentando que cambie de opinión, pero no la convencí — Alec — me separé de ella, asentí y salimos del coche dirigiéndonos a la entrada de su residencia.

— Nos vemos Blancanieves — dijo ella con burla y una sonrisa.

— Que risa — contesté haciendo notar que era ironía.

Y entonces con una última mirada, nos despedimos.

Me quedé sentado en el coche viendo pasar el tiempo mientras le daba vueltas a mi cabeza sin dejar de pensar en la oportunidad que estaba dejando pasar Adara. Pero no era mi decisión, era la suya y sin embargo parecía tenerlo claro, aunque en el fondo no tendría que ser lo correcto.

Conduje hasta la entrada de mi casa, preparé una cena caliente y después de un día largo y lleno de cosas que procesar, me permití el lujo de dormir.

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El día estaba lleno de nubes y aparentemente no había ningún rayo de Sol. Con pesadumbre me vestí y seguido de eso, me dirigí al gimnasio del campo con la esperanza que estuviera abierto.

Encendí todas las luces y dejé mis cosas de cualquier manera y comencé a ejercitarme como siempre.

Me puse música y me aislé del resto, recogí mi pelo en un moño desordenado y comencé con la misma rutina de todos los días.

Pasaban los segundos como si fueran días y mi cuerpo empezaba a quejarse, aun así, no paré. La gente que también se estaba ejercitando, se retiraba cada vez en mayores cantidades, hasta el punto en el que quedé solo en aquel sitio — algo que no me molestaba, casi lo prefería —. Pero cuando salí del lugar entendí por qué se habían marchado antes.

Estaba lloviendo a cataratas y la lluvia prácticamente me impedía ver lo que tenía delante. Me puse la mochila en la cabeza para prepararme y salir corriendo rumbo a mi casa, pero la silueta de alguien no muy lejos de donde estaba, me hizo ir en aquella dirección.

— Metete debajo — más que un consejo fue una orden y aquella chica que tenía enfrente tardó en reaccionar — no tengo toda la tarde.

No esperó más y se agarró a mi como una lapa, no le dije nada, no era el momento, pero el instante que llegamos a la recepción — tampoco se soltó — y eso me estaba poniendo de muy mala leche.

— ¿Puedes irte? — demandé y la chica nerviosa lo hizo, me miró como si fuera a decir algo y salió con prisa hacia los pasillos que llevaban a las residencias de las mujeres.

Con la intención de antes retomé mi paso y saliendo de allí me crucé con un grupo viniendo hacia aquí corriendo como si la vida les fuera en ello. Les escuchaba reír, no sabía muy bien por qué, pero una de esas carcajadas era de Adara y la idea de irme de allí con las ganas de saber lo que ocurría, no estaba en mis planes.

— Hay que repetirlo más veces — dijo Daegan, ¿Qué hacían juntos? El resto asintió con una sonrisa y los ojos llorosos de tanto reír. Este se acercó a ella y le dió un abrazo mirándome directamente y a mi se me revolvieron las tripas, y por si fuera poco y a mi parecer, la mano casi rozaba esa línea que solo yo podía traspasar.

No todo lo que brilla es oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora