Vamos a disfrutar de las olas

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Me desperté con Adara durmiendo sobre mi pecho y esa era la sensación más cálida que podía haber sentido, quería quedarme así toda la mañana, pero eso no era pasible. Repartí suaves caricias por su espalda desnuda y al cabo de unos minutos al parecer la despertó. Parpadeó varias veces para ajustarse a la luz de la habitación y luego nuestros ojos se encontraron.

— Buenos días pelirroja

— Buenos días — me acerqué a ella y le dí un corto beso. — ¿llevas mucho tiempo despierto? — negué con la cabeza y volvió a recostarse.

— ¿Qué quieres hacer hoy? — ella se encogió de hombros y no dijo nada — ¿Te gustan los barcos? — me miró con el ceño fruncido y se incorporó.

— ¿Por qué?

— Podríamos ir a dar un paseo en uno ¿no? — me miró asombrada y con razón, no se lo esperaba para nada y eso me hizo sonreír.

— Me visto y salimos.

Se levantó rápidamente pero se quedó clavada en el sitio nada más ponerse en pie y no se movió por unos segundos — lo que me llenó de orgullo —. Me miró mal y se dirigió al baño con mi mirada sobre ella.

Tenía marcas de la noche anterior por sus pechos y espalda y eso me provocaba bastante, pero no era el momento — o de eso me quise convencer. —. Me vestí al igual que ella y salimos de la habitación manteniendo algo de espacio mientras uno salía.

Íbamos con ropa más fresca, aquí las temperaturas eran más agradables y el día que había hoy era impecable.

Cogimos un taxi unas manzanas más lejanas al hotel y nos dirigimos al puerto. Las vistas por las que pasábamos eran preciosas y la pelirroja no dejaba de admirarlas. Todas las casas eran de ladrillo y adornadas con infinidad de flores por todas partes.

Le pidió al conductor que nos dejara antes de llegar y así poder ir andando hasta allí. Después de discutir durante un buen rato ella fue la que pagó el taxi ya que yo me encargaría del resto del día.

Paseamos y callejeamos por distintos sitios, reímos y bromeamos y todo esto juntos, esto era lo que más me gustaba de estar fuera de todo esto, que podíamos estar juntos sin que nadie nos juzgara o estar pensando constantemente en lo que los demás dirán de nosotros.

Llegamos al puerto y ahí estuve hablando con un hombre mientras ella disfrutaba de su helado.

— ¿Vamos? — pregunté cuando me acerqué.

— ¿Nos van a alquilar la barca? — preguntó curiosa y sonreí por su inocencia

— Barco, querrás decir, — le enseñé las llaves y ella me miró sorprendida y yo eché a andar.

Ella empezó a correr hasta llegar a mi altura y se enganchó de mi brazo mientras hacían preguntas sin parar.

Nos paramos en frente del trozo de metal que flotaba en el agua. Era blanco, considerablemente grande, por lo que se podía ver desde fuera tenía otra planta más sin contar con la de abajo que contaba con una mesa que parecía de comedor y en una pequeña terraza, el timón.

— Es de la familia — le aclaré al ver que tenía cara de póker.

Entramos y cuando ella se serenó, empezó a ir de arriba a abajo por todo el barco — en el fondo le hacía ilusión — y pusimos el motor en marcha.

— No sabía que supieras navegar — dijo ella ahora con un bañador de colores llamativos puesto y recostada en uno de los asientos que estaban al sol.

— No hay nada que no sepa hacer pelirroja — contesté con seguridad.

— Pero sigues siendo un egocéntrico — sonreí y me puse mis gafas de sol.

Cuando estábamos ya mar adentro ella con ayuda de mis instrucciones me ayudó a dirigir el timón.

Echamos el ancla y ella aprovechó y se tumbó en la parte más alta del barco a tomar el sol y como buen acompañante, me puse con ella.

El sol había enrojecido sus mejillas y su cabello ahora alborotado, le caía por su rostro. Se había desecho de la parte de arriba del bañador quedando así su espalda al descubierto.

— Me voy a dar un baño — dije yo y ella adormilada se puso de pie arreglando su vestimenta.

— Ahora te alcanzo — dijo con un bostezo acompañándome hasta abajo.

— Mentirosa — reímos y sin esperar la cogí en brazos y la tiré al agua sin dejar tiempo para que ella se quejara.

— ¡Tus muertos Alec, está helada! — gritó ella y no pude evitar soltar una carcajada, ni siquiera tenía el bañador puesto, debía de haber olvidado ese pequeño detalle. Le tendí la mano para que pudiera subir con más facilidad pero la rechazó de inmediato.

— Puedo sola — dijo molesta.

— Mira que eres terca — mi miró mal y cuando se puso de pie me agarró de los hombros y me tiró hasta caer en el mar de la misma manera que yo lo había hecho.

— ¿Estamos en paz? — dije yo subiendo hacia arriba ahora empapado.

— Sí — empezó a reírse y sentí la necesidad de comérmela a besos.

— Espera aquí voy a ver si hay algo dentro. — ella asintió y fui hacia abajo con la esperanza de encontrar algo para beber.

Pasé por la zona de los camarotes, que por cierto eran enormes y obviando eso abrí la nevera y para mi alivio me encontré una botella de champán — estaba medio vacía, pero serviría de todas formas —. Había pocos vasos pero al menos copas sí que había.

Volví a su lado victorioso con todo listo y cuando lo vió se le iluminaron los ojos.

— Chin chin — dijimos a la vez y bebimos de ella.

— ¿No ha estado mal, no? — pregunté divertido.

— Igual hasta lo repito — respondí con superioridad y me llevé una mano al pecho ofendido.

—  ¿Estaba todo a su altura señorita? Espero no haberla decepcionado en este trayecto — empezó a reírse, se acercó a mí y me besó.

— Me ha gustado mucho, gracias — dijo casi con lágrimas en los ojos de la carcajada de antes.

— ¿Tienes hambre? — pregunté cambiando de tema y ella asintió levemente aún con la sonrisa en su rostro. — Pues vamos.

Arrancamos los motores, elevamos anclas de nuevo y fuimos de vuelta a la costa.

Ahora teníamos un motivo por el cual volver aquí de nuevo. Fuimos a un restaurante que nos habían recomendado — y había que decir que la comida estaba bastante buena.

No todo lo que brilla es oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora