9: Cuatro meses

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Jess.

Mi móvil comenzó a vibrar, no lo oía pero lo sentía dentro de mi bolso. Separé mis labios de ese chico rubio que me miraba extrañado y saqué mi móvil. Vi el nombre en la pantalla de mi mejor amiga y rodé los ojos.

—Perdón —le dije al chico. Él me sonrió y se volvió a acercar a mi.

Volví a guardar el aparato en el bolso para seguir besando al pivón que se me había acercado en la discoteca. Mis manos rodeaban su cuello y las suyas estaban puestas en mi espalda mientras me besaba con ansias. En verdad no lo estaba disfrutando mucho ya que estábamos rodeados de personas y no me podía mover con total libertad. Mi móvil volvió a vibrar y esta vez fue él quién se separó de mí.

—Cógelo tranquila —me miró con total tranquilidad y pasó a tocarse el pelo con sus manos.

Saqué de nuevo mi teléfono de mi Zadig blanco y descolgué.

—¡Jessica! ¿Por qué no me coges el puto teléfono? ¿Lo haces a propósito?

—Tía no te oigo una mierda, espera.

No había escuchado nada de lo que me había dicho por culpa de la música movida que sonaba muy alto. Así que me di media vuelta y fui hasta una esquina donde había menos gente y la música retumbaba menos en mis oídos.

—Ahora, dime —le dije.

—¡Te estaba diciendo que por qué no me coges el teléfono! —me gritó mi mejor amiga histérica.

—No me había dado cuenta de que me estabas llamando, joder lo siento. ¿Por que te enfadas?

—Normal que no te hayas dado cuenta, ¿ya estás otra vez por ahí?

—Pareces mi madre, tranquilízate un poco —puse los ojos en blanco—. Además me has cortado el rollo con un chico rubio monísimo.

—Lo que faltaba oír —suspiró—. Solo te he llamado para decirte que no te olvides que mañana a las nueve sale nuestro vuelo, que capaz serás de olvidarte.

—¿Cómo me voy a olvidar? Tampoco estoy tan mal —reí, aunque ella estaba enfadada.

—Jess, no puedes seguir así. Vuelve ya a tu casa, llevas casi una semana seguida saliendo todas las noches...

—Ay, déjame Leire. No tienes por qué decirme nada, solo quiero divertirme un poco. Ahora en media hora vuelvo, a penas son las... —me quité el móvil de mi oreja para mirar la hora y me sorprendí—, cinco —murmuré—. ¿Qué coño haces despierta a las cinco de la mañana?

—¿Preocuparme por ti? A parte de que mi perra ha vomitado y he tenido que limpiar toda su cama.

—Me voy ya, espera que coja mis tacones.

—¡¿Vas descalza por la discoteca?! —Leire gritó.

—¡No loca! Llevo unos zapatos que me ha dejado una chica maja, me reventaban los pies.

—Lo que tú digas, Jessica. Avísame cuando estés en casa —colgó.

Fui directa hacia el baño y entré en el último de todos a ver si ahí seguían mis tacones blancos, por suerte si que lo estaban. Los había escondido bien. Salí del baño pitando hasta la puerta de salida y una vez ya estaba fuera me encontré al chico rubio con el que me estaba dando el lote hacía menos de diez minutos.

—¿Cómo te llamabas? —le pregunté acercándome a él. Estaba fumándose un cigarro con un amigo y al verme sonrió.

—Pablo —me respondió—. ¿Te doy mi número?

Debilidad | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora