2: Noche de alcohol, mañana de paracetamol

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Jess.

Oh dios. Que dolor de cuello.

Justo el momento en el que abrí los ojos los volví a cerrar en seguida. El sol hacía que mis ojos me doliesen. Me moví donde estaba y estiré un brazo logrando tocar una piel peluda. Espera, ¿qué?

Abrí mis ojos de nuevo inmediatamente y miré a todas partes. Uf, estaba en casa de mi mejor amigo, quien estaba sobando en la cama de al lado de la mía. Lo que toqué anteriormente era su gato, que no sabía ni cómo no me había mordido porque siempre tenía malas pulgas.

Me toqué la cabeza frunciendo el ceño, me estaba explotando del dolor. Miré por toda la habitación, vi a Mateo durmiendo al lado mío y Leire también estaba en otro colchón de la habitación. Yo iba con la misma ropa puesta de ayer. Un top blanco y una falda negra ajustada que me estaba matando de la incomodidad. Mi móvil empezó a sonar y empecé a buscarlo por toda la habitación.

—¡Apaga ya eso! —Leire me gritó tapándose la cara con una almohada.

—No sé dónde está mi móvil —dije levantando todas las sábanas posibles.

—¡Apágalo! —me volvió a gritar.

Intenté contestarle pero de repente Mateo me lanzó el móvil haciendo que cayese en mi cama.

—Gracias —le dije acercándome a ver quién me estaba llamando.

Era mi padre. Justo cuando lo cogí, la llamada se terminó y pude ver la hora que era...

—¡Las doce menos cuarto! —grité por toda la habitación.

—¿Qué pasa? —Mateo preguntó con su voz de recién levantado.

—¡Tengo clase a las doce! —exclamé mientras me ponía rápidamente mis tacones negros.

—Pues vete —mi mejor amiga me invitó a salir por la puerta aún con un cojín en su cara.

Cogí mi bolso, y salí de la habitación haciendo ruido en el suelo con mis tacones. La casa de Mateo quedaba lejos de la mía así que ni de coña me daba tiempo a pasar por mi casa a cambiarme.

Genial, primer día y asistir con resaca y unas pintas de loca perdida.

•••

—Si, si, es aquí —asentí sacando mi cartera.

El taxista paró justo en frente de mi destino y me sonrió por el espejo retrovisor.

—Serán 9'95€ —dijo.

—Quédese el cambio —le di un billete de diez.

Me había dado tiempo a arreglarme un poco la cara y el pelo en el viaje en taxi pero seguía igual. Y me dolía la cabeza muchísimo, siempre digo que no voy a beber y luego acabo cayéndome por las escaleras de mi casa. Bajé del taxi colgándome de nuevo mi bolso y fui hacia el edificio gris vallado.

Nada más llegar a la puerta de entrada vi a un conserje que me paró algo desconfiado, seguramente debería de estar flipando por como iba vestida.

—¿Puedo ayudarle en algo? —me preguntó el hombre de traje.

—Si, soy Jessica. Hoy es mi primer día —dije enseñándole una foto con el nombre y un certificado.

Él solo asintió y me dejó pasar.

—Segunda escalera, su habitación es la séptima a la derecha —me indicó abriéndome la puerta con un botón.

—Gracias —le sonreí.

Debilidad | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora