1: ¿Qué miras?

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Holaaa, antes de nada quiero avisar de que esta historia la he calificado como "madura" porque contiene temas delicados y escenas explícitas. Quiero recordar que todo es ficticio y en ningún momento trato de sexualizar ni ofender a nadie, por favor entendedme. <3

Ahora si, disfrutad de la historia.
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Jess.

—Odio que se te dé tan bien convencer a la gente —le reprimí a mi mejor amiga.

—Es uno de mis dones —me guiñó un ojo.

Mateo aparcó delante de un local luminoso parecido a una discoteca pero según decía mi mejor amiga, era una discoteca de ricos. Era un martes y nosotros como buenos universitarios sin preocupaciones salíamos de fiesta.

—Chicas, si me emborracho conduce una de vosotras.

—Mateo, no pienso conducir, si eso volvemos en taxi —le dije mirándole desde el asiento trasero.

—Y yo no me pienso gastar más de diez euros para volver a mi puta casa —dijo él rodando los ojos.

Salimos los tres del coche. Yo con mi falda ajustada negra y mi top lencero blanco con escote. Leire con su vestido azul y Mateo con su outfit mujeriego de siempre.

—Jess, aquí si te emborrachas no te tires por el suelo como la última vez, esto es una discoteca de gente forrada.

—Deja de recordarme eso ¿quieres? Me caí sin querer —hice una mueca.

—¿Cómo has conseguido entradas? —le preguntó Mateo a Leire.

—Por mi padre —se encogió de hombros.

El padre de Leire, periodista español, con mucho dinero por supuesto. Todo lo conseguía para ella y ella todo le pedía. Tenía un parecido a Mary Poppins, le pedías cualquier cosa, por muy difícil que sea, y en cuestión de horas, con un par de llamadas te lo conseguía.

Caminamos los tres hacia la puerta y allí un gorila de dos metros nos miró. Leire le enseñó una fotografía de su móvil y en seguida el segurata abrió la puerta para dejarnos pasar. Allí había mucha menos gente que en una discoteca normal, y lo agradecía, al menos se podía respirar con facilidad y sin olor a sudor.

Entramos por un pasillo algo oscuro para luego llegar a un salon lleno de mesas y gente de buen vestir por todas partes.

—Disfrutad chavales —dijo Leire sonriendo girándose a mirarnos.

Yo miré a Mateo.

—El primero que se emborrache pierde —reí mirándole.

—Siempre acabamos igual —rio él también.

Éramos los tres como niños pequeños. Nos conocíamos desde cuarto de secundaria y siempre nos habíamos llevado bien. Mateo era un chico alto y muy guapo, pelo rapado y sonrisa perfecta. Un poco moreno de piel y con bastantes tatuajes en los brazos y pecho. Colombiano de nacimiento, pero sus padres y él vinieron a España cuando tenía seis años y obviamente no conservaba del todo el acento colombiano. Debo admitir que yo estuve coladita por él durante dos años en el instituto, hasta que se volvió un mujeriego y tenía más novias al mes que yo suspensos en matemáticas. Aunque lo sigue siendo pero ahora se ha moderado un poco.

Debilidad | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora