17: Camino liso y sin curvas

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Jess.

El google maps me dejó justo en frente de un restaurante muy bonito. Estaba decorado con plantas, madera y lámparas gigantes beiges. Me recordaba mucho al verano, ya que yo siempre suelo veranear en una casa de playa con mi familia.

Aparqué un poco alejada y fui directa al restaurante por que Fer me había dicho que ya estaba dentro. Una vez entré, una camarera me miró sonriente.

—Hola, ¿tiene reserva? —preguntó.

—Si, a nombre de Fernando.

—Oh, pasa que te está esperando en aquella mesa —señaló hacia al fondo y diferencié la espalda de Fer sentado.

Me dirigí hasta allí haciendo ruido con mis converse blancas de bota. Una vez allí me senté en frente de Fer, quien sonrió en cuando me miró.

—Hola Fer, ¿qué tal? —le sonreí acercándome a darle dos besos por educación.

—Muy bien —dijo cuando nos separamos—, estás guapísima, Jess.

—Gracias —sonreí más aún—, y lo mismo digo...

Me paré unos segundos a mirarle, la verdad que se había arreglado para la ocasión, al igual que yo. Llevaba un polo blanco y unos vaqueros negros, además estaba muy guapo.

—¿Qué quieres de bebida? —me preguntó mirando la carta que había en la mesa—. Iba a pedirte algo pero he preferido esperarme.

—Creo que me pediré una Coca-Cola—le dije y él asintió.

Una vez ya habíamos pedido las bebidas y nuestros platos, comenzamos a hablar para conocernos mejor mientras esperábamos a que nos sirviesen la comida.

—¿Cómo es Tenerife? Siempre he querido ir —le miré esperando a que me respondiese.

—Tienes que venir, es increíble. Y no es por que sea mi cuidad sino por que a mí siempre me ha gustado el sol y la playa —rió—. Pero es muy bonito, eso si, si vienes llévate crema solar por que allí hace sol todo el día.

—Lo haré —le guiñé un ojo—. La verdad, tiene pinta de ser precioso.

—¿Tú siempre has vivido en Barcelona?

—Que va —respondí—. Vine aquí con once años de Londres —vi como él abría los ojos como platos—. Si, mi madre es inglesa así que toda mi infancia la he vivido allí.

—Pues no tienes nada de acento inglés —se sorprendió.

—Ya lo sé —di una leve risa—, pero bueno, se puede llegar a entender por mi pelo y mis ojos.

—¿Y no quieres volver?

—bueno, la verdad que aquí en Barcelona estoy muy a gusto. Tengo aquí a mis amigos y algunos de mis familiares. En cambio allí solo tengo a la familia de mi madre pero ya he ido unos cuantos años por vacaciones.

—No me lo esperaba la verdad —informó—. Pero esta guay tener doble nacionalidad.

—La verdad que si, además ahora el inglés sirve para muchas cosas...

La camarera intervino en nuestra conversación entregándonos los platos, ambos comenzamos a comer mientras seguíamos hablando de cosas varias. La verdad, Fernando era un chico muy interesante ahora que le había conocido mejor. Es muy humilde y quiere mucho a su hermano, también le encantan los animales y cocinar, ya que sus padres tienen un restaurante y él es cocinero.

—¿Y Pedri? ¿También cocina?

—no, creo que lo suyo es el fútbol eh. Si él toca algo de la cocina, me la quemaría —bromeó haciéndome gracia— ¿A tí se te da bien?

—Bueno, digamos que se hacerme la comida cuando estoy sola. Aunque tampoco innovo mucho pero sé defenderme.

—Pues te enseñaré algunos platos, tú tranquila.

—Perfecto entonces —bebí lo que quedaba de mi bebida.

—Jessica, estas preciosa, de verdad.

Me sorprendí al oír sus palabras y le miré agradeciéndole con una sonrisa. Entonces me atreví a preguntarle algo.

—Fer, ¿esto es una cita?

—Tómatelo como quieras —alzó sus hombros— si tú quieres que sea una cita, lo será.

—Es una cita entonces —vi como su sonrisa se ensanchaba.

Seguimos la cena entre conversaciones diversas y risas. Me había divertido mucho y la verdad había disfrutado más de lo que imaginaba. Una vez habíamos pagado la cuenta a medias, salimos fuera a una especie de terraza a tomarnos algo. En la terraza se veían unas pocas estrellas y estaba iluminada con tiras de luces amarillas, habían unas cuantas mesas con sofás para sentarse.

—Me ha gustado mucho estar contigo, Fer —me sinceré sentándome en un sofá.

—Lo mismo digo yo —se sentó a unos centímetros de mi.

Bebí un poco de mi copa y le miré, él ya me estaba mirando a mi.

—¿Eres de las que da besos en las primeras citas? —me preguntó.

—No estoy muy segura de eso eh —bromeé.

—Pues intentémoslo...

Fuimos los dos los que nos fuimos acercando poco a poco hasta que nuestros labios se juntaron en un beso suave y calmado. Besaba bien, todo hay que decirlo pero no era lo mismo.

No era lo mismo al otro chico que estaba incordiándome la cabeza todos los días. Ese chico que me besaba salvajemente y todo lo contrario a este beso. Este beso era delicado, en cambio los de Pablo me dejaban sin respiración y con la boca agotada. Los besos del sevillano hacían que una oleada de mariposas subiera de mi barriga a mi garganta, sin embargo con el de Fer no era así.

Al separarnos él sonrió y yo me quedé estática, a los segundos reaccioné disimulando lo mejor que podía.

—Creo que debería irme ya —le informé haciendo morritos con mi labio inferior.

—Si, ya es tarde. Espero que volvamos a cenar algún día y haya segunda cita...

—Esperemos —sonreí acabándome mi copa y levantándome.

Me acerqué a despedirme con dos besos pero él en seguida giró su cabeza y acabamos dándonos un pequeño pico que hizo que yo sonriera algo incomoda y falsamente. Luego me giré y salí por la puerta del hotel despidiéndome de la camarera con amabilidad.

En cuanto estaba dentro de mi coche con el cinturón puesto y mis manos en el volante me di cuenta de lo que había hecho hoy. ¿Que clase de animal rastrero era para besarme con dos chicos en un día? ¿¡Pero que digo de un día?! ¡En unas horas!

Apoyé mi cabeza en el volante con arrepentimiento, ¿como podía haber hecho eso? Me sentía mal conmigo misma y me sentía mal por Fer.

—Jessica, eres tonta —me susurré a mi misma limpiándome la lagrima que acababa de salir de mi lagrimal y rodaba por mi mejilla.

No quería sentirme así pero el simple hecho de que mi cuerpo no se coordinara con lo que quería mi cabeza, me volvía loca. Pues mi cabeza quería conocer a Fernando pero mi cuerpo pedía a gritos los labios, la piel y todo del futbolista sevillano de diecisiete años llamado Pablo Gavi.

Tenía que decidirme si no quería hacerme daño a mi misma. Y una persona valiente hubiera optado por el camino lleno de piedras arriesgándote a sufrir un accidente. Pero yo no era valiente en esos momentos así que opté por lo seguro, por el camino liso, sin curvas y sin riesgo de salir rota.

Le envié un mensaje a Fer diciéndole "El martes repetimos?"

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Holaaaaa!

Estamos a nada de las 10k leídas jeje.

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Debilidad | Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora