Cookies and Cream 🍦

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—Papi, papi —decía una pequeña niña de seis años

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—Papi, papi —decía una pequeña niña de seis años. Iba de la mano de un hombre joven con cabello corto y castaño, tenía unos cuantos tatuajes adornando sus brazos y sus ojos de un avellana muy intenso, idénticos a los de la niña—. ¿Porqué siempre pasamos por aquí y nunca entramos a esa heladería? —hacía nuevamente aquella pregunta y el suspiraba para sus adentros—. Yo amo mucho los helados.

—Lo sé Lily, pero iremos a otra heladería. La del parque que te gusta mucho —respondía siempre lo mismo, y trataba de sonreírle con dulzura aunque por dentro su corazón se estuviera deshaciendo en pedazos.

—Y, ¿porqué siempre miras de esa forma ese lugar? —volvía a preguntar con inocencia mientras daba saltos e ignoraba la traviesa lágrima que escurría por la mejilla de su joven padre.

—Algún día te lo contaré.

—¿Cuándo?

—Cuándo seas muy grande.

—¿Así como tú?

—Si...

Muchos años habían pasado desde esa última vez en que Lily Way le había preguntado sobre eso a su padre, tampoco habían vuelto a caminar por aquella calle.

El tiempo cada vez se les había ido haciendo más corto para estar juntos. Primero la escuela, después los estudios universitarios, las salidas y las amistades, y por último los empleos. Aún con todo aquello, Lily siempre buscaba sacar aunque fuesen algunos minutos para conversar entre comidas con su padre y que este le dijera lo mucho que la quería.

Sin embargo, aquella duda que había aparecido desde que ella una niña nunca había abandonado sus pensamientos. Tenía tanta intriga por saber que era aquello, que ahora a sus 24 años comprendía perfectamente. En aquel entonces la mirada de su padre reflejaba dolor pero a la misma vez un anhelo muy grande. Una mirada que ella había aprendido a conocer bien pero que ahora solo podía ver cuando iban al cementerio a dejar flores para su otro padre.

Lily sabía que ese recuerdo que acompañaba a su papi Frank, como un fantasma en la nieve, tenía que ver con su papá Gerard, pero, ¿qué era?

Pasó su auto con un poco más de la lentitud necesaria por aquella calle, y se estacionó a pocos metros de distancia de ahí, de aquel lugar. Por el rabillo de su ojo derecho vio como su padre observaba detenidamente la estructura de la vieja escuela en la esquina opuesta a la heladería. Las gradas ya comenzaban a deteriorarse por el paso del tiempo, la pintura era vieja y en muchos espacios hacia falta.

También vio como los labios de su padre temblaron un poco y se sintió mal por llevarlo de esa forma. Ella lo había invitado a salir a pasear, no a hacerlo sufrir.

Aún con la estela de tristeza que podía ver en los ojos de su padre, se aventuró a ir un poco más allá; aunque fuese triste ya estaban ahí y debía aprovechar quizás su única oportunidad de averiguar su más grande inquietud, y probablemente el único secreto que su papi Frank le había ocultado.

Lo invitó a entrar en la heladería a la que siempre había querido ir, y él, por primera vez desde que ella podía recordar, había aceptado y juntos habían caminado hasta dentro del lugar. Pidieron sus helados en la barra y luego tomaron asiento en una banca en el centro del local, la cual escogió Frank.

—¿Cómo está tu helado, papi? —preguntó Lily, con aquellos ojos avellanas curiosos que ponía desde que era niña.

—Muy bueno —respondió Frank con una media sonrisa. Bajó su mirada y observó el helado en su recipiente—. Eres una niña muy curiosa, Lily... siempre lo has sido —señaló.

—Y-yo no sé de qué hablas papá —dijo con los nervios comenzando a correr por sus manos. No quería preguntar directamente lo que quería que su padre le dijera.

—¿Porqué miras siempre de esa forma ese lugar? —dijo Frank y jugó con su cuchara sin alzar la vista todavía—. En ese momento dolía tanto una pregunta tan inocente.

—P-papi...

—No te preocupes, cariño. Tú no tienes culpa de nada. Es solo que en el corazón nadie puede mandar, y los recuerdos que llegaban a mi mente eran tan hermosos, que dolía más que nunca saber que iban a ser sólo eso, recuerdos. Porque Gerard ya no iba a estar a mi lado nunca más.

Un par de lágrimas cayeron de los ojos de Lily, no había imaginado que todo aquello estaba guardado dentro de su padre. A pesar de todo, él siempre le había mostrado una sonrisa y a ser fuerte para enfrentar la vida, incluso cuando le hablaba de su papá Gerard. Él le había enseñado a amarlo a pesar de no haberlo podido conocer físicamente, y él siempre se había sido tan valiente ante su recuerdo.

—Ese lugar es tan sagrado para mi. Solo que ahora, años después, puedo pasar y verlo sin que duela tanto, porque al fin he encontrado un poco de paz.

—¿Ahí conociste a mi papi Gee?

—Mejor que eso... —dijo y enfocó la mirada en el rostro de su hija, tan parecida a su Gerard pero a su vez muy parecida a él también. Una sonrisa sincera apareció en sus labios, llevándose consigo el fantasma de la tristeza que lo rodeaba.

—Ese lugar guarda el momento de nuestro primer beso, fue tan hermoso. Acabamos de salir de comer helado, estuvimos sentados en esta misma mesa, platicando de muchas cosas y yo había reído tanto, porque tu papá era simplemente el mejor contando anécdotas. Luego mientras caminábamos de regreso a nuestras casas, Gee se detuvo y preguntó si podía besarme y le dije que si. Fue muy mágico. El sabor de su helado aún estaba en él y y-yo... simplemente nunca lo olvidaré.

—Qué hermoso recuerdo, papi. Daría todo por poder verlos así, juntos y felices —dijo Lily, limpiando sus lágrimas y sonriendo con su padre. Lo vio tomar una cucharada más y después de un momento le preguntó—. ¿A qué sabía ese beso de papá?

Crema con galletas —respondió sin vacilar y volvió a probar de su helado yacía en sus manos. Era el mismo sabor que acaba de nombrar.

𝐌𝐲 𝐅𝐫𝐞𝐫𝐚𝐫𝐝 𝐑𝐨𝐦𝐚𝐧𝐜𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora