La cama de los culpables (Marcus)

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La culpa de engañar por serle infiel a mi novio me consumía, pero al fin encontré el valor de meter la llave en la cerradura y abrir la puerta. Las luces estaban apagadas, lo cual agradecí porque así estaba lo suficientemente oscuro para no ver las fotos de Grayson y yo abrazados que adornaban la sala de estar, lo cual solo haría que me sintiera peor.

Caminé por la sala oscura y abrí la segunda puerta a mi derecha. Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad distinguieron una cama king size con sábanas negras bajo las cuales se apreciaba un bulto que ocupaba la mitad del espacio. Grayson tenía la costumbre de tapar su cuerpo por completo mientras dormía, cosa que yo no podía hacer porque sentía que me ahogaba. Una vez en la habitación, dejé mis llaves y mi cartera en la mesita de noche de mi lado y caminé a la puerta del baño. Me metí bajo la regadera y vi un rayo de luz en la rendija bajo la puerta. Grayson había despertado.

Vi la puerta abrirse y a Grayson entrar al baño frotándose los ojos. No tenía nada más que unos bóxers blancos. Su cuerpo trabajado me hacía delirar cada que lo veía. Unos hombros anchos y redondos, unos pectorales prominentes y unos abdominales bien marcados con horas y horas en el gimnasio. Sus piernas gruesas parecían amenazar con romper la ropa interior y su culo redondo era la cereza del pastel. Me miró con esos ojos verdes que recordaban a un felino y se acarició el cabello corto y castaño claro.

—Te desperté.

—No me había dormido —dijo con cierto pesar.

—El caso de hoy se alargó bastante. Mi cliente enfrentaba diez años de cárcel y...

—Marcus —interrumpió—. Sé que estabas hablando con él. Te ha dejado unos mensajes. —Grayson alzó una de sus manos y sacudió mi celular—. Dice que te ama y pregunta cuándo regresarás.

No me inmuté. No era la primera vez que Grayson y yo hablábamos de él. Al inicio era un poco raro, pero con el tiempo, los dos habíamos aprendido a vivir con eso.

—Dile que el domingo.

—El domingo es 10 de julio. ¿Es el día que...?

—Sí. —Me llené el cabello de shampoo sin decir nada más.

Con los ojos cerrados y el shampoo corriendo por mi cara y cuerpo, escuché que abrió la puerta de cristal que me separaba del resto del baño y sentí el calor de su cuerpo cercano al mío. Lo sentí besarme el cuello una sola vez, su corta barba de tres días me raspó ligeramente. Luego, se arrodilló frente a mí. Sus manos comenzaron a jugar con mi miembro, dejándolo erecto en cuestión de segundos. Una vez que palpitaba, sentí su lengua acariciar la cabeza tímidamente. Ya no tenía shampoo en el cabello, pero me mantuve con los ojos cerrados mientras Grayson envolvía mi erección con su boca y me hacía soltar pequeños gemidos ahogados. Sus manos acariciaban mis bolas y su cabeza hacía movimientos rítmicos mientras engullía todo mi pene.

—Grayson... —gemí advirtiéndole.

Él supo a qué me refería y bajó el ritmo de su trabajo. Abrí los ojos y lo miré. Me veía con esos ojos verde brillante. Le acaricié el pómulo y luego las cejas perfectamente delineadas mientras él no despegaba su mirada de la mía. Verlo con mi pene en su boca me hacía sentir cosas que se reflejaron en las palpitaciones de mi miembro, el cual se hundía en la profundidad de su garganta, obligándolo a hacer unos sonidos cortos y ahogados en su intento por tomar aire.

Ahora yo tenía mis dedos enredados en sus cabellos lacios impidiéndole moverse. Mis caderas se movían a un ritmo lento, obligándolo a tragarse mi erección entera y sacándola lentamente. En algún momento, puso sus manos en mis muslos y empujó para liberarse. Se paró y me besó en los labios. Sus labios sabían a menta, debía ser el enjuague bucal, pensé. El hambre que me expresaba no era nada raro, así era cada vez. Su deseo era tan obvio y desesperado cada vez que me veía que me hacía sentir mal. No era que yo no lo deseara, claro que lo deseaba, solo que la culpa de desear a otro a veces era mayor y me hacía sentir tan mierda que el deseo sexual tardaba en llegar a mi cuerpo. Sus manos acariciaron mi espalda y bajaron hasta mi culo y mis gruesos muslos. Sabía que era la parte que más le gustaba de mí, así como la que más me gustaba a mí era su torso y sus hombros. Sus dedos se hundieron entre mis glúteos y los tomaron con firmeza, separándolos y dejando libre mi entrada. Me separé de nuestro beso para liberar un pequeño gemido y él aprovechó el momento para susurrarme al oído:

ENTRE HOMBRES Y DIOSES (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora