Experimento (Tristan)

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—¡Griffin! —grité.

Toqué la puerta de su habitación, pero nadie respondió. La abrí y no vi a nadie. Estaba solo en el departamento, pero no por mucho. Saqué mi celular y le envié un mensaje a Tessa.

Tristan: Podemos repetir lo que pasó anoche.

Tessa no respondió, pero con cierta esperanza me metí a bañar. Escuché el tono de mensaje y estaba seguro de que era ella. No habíamos hablado desde la noche anterior, pero sé que ambos habíamos disfrutado. Me froté con el jabón con más ahínco y velocidad, y no tardé ni cinco minutos en estar secándome.

Tessa: Hoy no puedo, pero tal vez mañana sí. Así podemos intentar lo que te propuse anoche.

No recordaba que me hubiera propuesto nada, pero qué importaba. Tal vez hoy no sería noche de sexo como había esperado.

Me puse unos bóxers y salí a la sala de estar. Me senté en el sillón y prendí la televisión. Estaban pasando una película de terror que le gustaba mucho a Griffin, pero que yo nunca había visto completa. No eran fan del terror, pero no perdía nada viéndola así que la dejé. Comprobé que no había forma de que yo la viera porque un rato después desperté de un profundo sueño mientras los créditos corrían por la pantalla que era un brillo en medio de la oscuridad del departamento. Había soñado con Tessa y mi cuerpo había reaccionado. Un bulto en mis bóxers me confirmaba que estaba listo para un segundo round con ella.

—¡Griffin! —grité para comprobar que no hubiera llegado mientras dormía, pero nadie respondió.

Comencé a tocar mi bulto con la palma de mi mano. A pesar de hacerlo lento y pausado, mi pene reaccionó rápido y la erección se encontraba completa después de unos segundos. Palpitaba contra la tela y reflejaba mi necesidad de un cuerpo ajeno. Sin pensarlo, me saqué la prenda, liberando mi sexo. Sostuve mi propio miembro y comencé a masturbarme, ahogándome en aquella sensación placentera.

Los minutos pasaron y comencé a gotear líquido preseminal, que se escurría por todo mi pene y ayudaba a lubricar. Mi cuerpo estaba enrojecido y mis abdominales se movían rítmicamente con mi respiración agitada. Me puse a pensar en Tessa y en todo lo que me había hecho la noche anterior. Mi erección reaccionó y aumentó su vigor. Los recuerdos calientes inundaban mi mente, hasta que uno resaltó por sobre los demás y entendí a lo que se había referido con "lo que te propuse anoche". Tessa me había propuesto estimular mi punto G, es decir, la próstata. En un inicio me había reído, al igual que ahora que lo recordaba, pero luego me había negado. Mi reacción fue un poco sorprendente, incluso para mí, pues siempre estaba abierto a probar cosas nuevas, pero aquello no me convencía.

Por algún motivo, mi pene se endureció al pensar en el tema. Ahora, estando sobrio, la propuesta no sonaba tan mal. Bueno, sí sonaba mal, pero había algo excitante en dejarme llevar. Tal vez no sería mala idea dejarla probar con mi cuerpo, darle el gusto. ¿O sería esta una forma de convencerme de que no quiero algo que en realidad sí me atrae? Esta pregunta penetró en mi mente. ¿Por qué tenía miedo de admitir que algo me llamaba la atención? Ser hetero no me prohibía intentar el placer anal, y ni siquiera me gustaba llamarme hetero, solo me gustaba fluir. Nunca me había metido con un hombre, pero si lo hiciera, tal vez la estimulación anal sería parte de la ocasión. No podía cerrar mi mente y negarme a la idea sin antes haberlo considerado, o... probado.

Este último pensamiento me empujó a un abismo de curiosidad. Mi mano abandonó mi erección y bajó hasta mis glúteos, los masajeé y llevé mis dedos a lo que pronto usaría de entrada. Comencé por hacer círculos alrededor y por tratar de relajarme lo más posible. Luego llevé mis dedos a la boca y escupí sobre ellos. Regresé a masajearme y un placer extraño se hizo con mi cuerpo. No era un placer orgásmico, solo se sentía bien, relajante y liberador. Después de varios minutos comencé s ejercer presión con un dedo, obligándolo a entrar ligeramente. La punta no tuvo dificultades, pero alcancé un punto en el que sentí un ardor, así que volví a escupir saliva sobre mi dedo y lo intenté de nuevo. Ahora mi dedo entraba por completo en mi interior, se sentía extraño, muy extraño. No era una sensación que me molestara, pero tampoco me gustaba. Exploré mi interior hasta sentir algo duro en una de las paredes, se sentía diferente cuando tocaba ahí, y por eso seguí haciéndolo.

Conforme iba sintiendo mi interior, atravesé por muchas sensaciones diferentes y nuevas, pero no podía decir que fueran orgásmicas, si acaso, relajantes. Seguí acariciando y presionando aquella zona que había descubierto, mientras que con la otra mano continué con la masturbación. Mi pene se acercaba a la eyaculación con cada segundo, pero la estimulación anal no contribuía, si acaso, se sentía como algo incómodo. Poco a poco, mi cuerpo comenzó a agitarse de nuevo y me sentí cerca del orgasmo, por lo que aumenté la velocidad de la mano que estaba alrededor de mi sexo, y no dudé en hacer lo mismo con las estocadas a aquella zona que había descubierto, la cual asumía que era mi próstata.

Tal vez era la cercanía del orgasmo o el aumento de velocidad, pero cuando las estocadas fuertes y rápidas alcanzaron mi próstata, comencé a sentir un placer nuevo, un poco doloroso, pero placer al fin. Los golpes en mi interior se sentían como pequeños orgasmos que me hicieron retorcerme mientras mi pene se tensaba listo para eyacular. Mi dedo parecía actuar por instinto al golpear mi próstata, como si estuviera programado para sentir placer. Decidí parar abruptamente y sacar el dedo, luego volví a escupir e intente con un segundo. Mi entrada se sentía dilatada, y fue una gran sorpresa la facilidad con la que dos de mis dedos se abrieron paso en mi interior, tocando partes que antes no habían sido placenteras, pero ahora lo eran. Comencé a hacer círculos con los dedos y a separarlos y juntarlos. La lubricación y la fuerza con la que lo hacía me permitieron sentir algo nuevo, algo que no se comparaba con lo que antes había experimentado.

Pasaron los minutos y mis gemidos se hicieron parte de la experiencia, quería terminar, pero no porque ya estuviera cansado, sino porque sabía que eyacular con la estimulación anal sería algo explosivo. Saqué mis dedos y los volví a meter, olvidándome por un momento de la próstata y centrándome en mi dilatada entrada. También encontré cierto placer en eso. Se sentía raro y ardía un poco, pero era placentero. Un pensamiento intrusivo llegó a mí. ¿Cómo sería con un pene de verdad? Y pensé en Griffin y en su desnudez. Evoqué el recuerdo de aquella mañana que le vi el pene. Nunca había deseado nada de un hombre, pero unas enormes ganas de experimentar se apoderaron de mí. Este evento me había abierto la posibilidad a mil cosas, y no había límites sobre lo que podía hacer con mi sexualidad y mis orgasmos.

Con una mezcla de sentimientos de libertad y deseo, mis dedos se apoderaron de nuevo de mi próstata y aumentaron el ritmo a algo que ya no podía llamar delicado, mientras esto pasaba, mi otra mano me masturbaba a gran velocidad. Una tensión enorme se apoderó de mi cuerpo y todo se sentía como si le hubieran puesto pausa, pero luego todo esto desapareció y fue sustituido por una enorme relajación. Entonces, una violenta contracción de mi cavidad anal secuestró a mis dedos mientras que mi próstata palpitaba contra ellos, y mi pene liberaba un líquido blanco y espeso en grandes cantidades. El semen caliente bañó mi abdomen y un pequeño dolor se apoderó de mi entrada, mientras yo procesaba la intensidad del orgasmo.

Tal vez estaba tan absorto en mis pensamientos que no escuché los pasos en el pasillo, o las llaves en la puerta, sino que fue hasta que escuché mi nombre que vi que Griffin estaba parado en la puerta, sorprendido y asombrado. Yo, con los dedos de una mano dentro de mí y la otra sosteniendo mi sexo, estaba tan helado como él.

Entonces él caminó hacia su habitación y sin decir nada, cerró la puerta. Yo me levanté y caminé a la mía con cuidado de no manchar el suelo con las gotas que chorreaban de mi abdomen.

No sé qué significaba esto para nuestra amistad, pero más preocupante, para la percepción que él tenía de mí. Debía explicarle. O tal vez no, Griffin era una persona muy abierta y entendería por qué un hombre puede recurrir al placer anal, y aparte, era mi sexualidad, no tenía que dar explicaciones a nadie.

Alguien tocó la puerta.

—Tristan.

—Pasa.

Griffin entró con los ojos tapados.

—¿Ya terminaste de cogerte a ti mismo?

Me reí y él hizo lo mismo, se quitó la mano de la cara y luego volvió a taparse.

—Sigues desnudo.

—Bueno, tú estabas desnudo en la mañana y no pasó nada.

Entonces abrió los ojos de nuevo.

—Está bien... tengo que contarte...

Y nos sumergimos en una conversación tan normal que me hizo ver que, aunque acababa de abrir la puerta a algo enorme para disfrutar de mi sexualidad, a nadie más le importaba. Era asunto mío y de nadie más.

ENTRE HOMBRES Y DIOSES (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora