Me faltaba el aire. Creía que nunca lo volvería a ver. Fue estúpido de mi parte pensar eso, al final, ambos vivíamos en la misma ciudad.
—Griffin. ¿Estás bien? —Nathan me sostenía por el hombro y me hablaba tan cerca que podía sentir su aliento.
Me compuse y evité caerme. No podía dejar que Connor me viera así.
—Sí. —Miré a Connor a los ojos y me volteé antes de que pudiera decirme cualquier cosa.
Caminé por los pasillos con un par de pisadas siguiéndome, pero no me molesté en voltear. Salí del hospital y me sostuve del árbol más cercano.
—Griffin, no estás bien. Para. —Era Nathan de nuevo.
Me senté en el jardín y apoyé mi espalda en el árbol. El sonido de las ambulancias apagaba un poco todo el ruido de las calles. Cerré los ojos, cansado.
—¿Sabes quién es? —insistió.
—Sí. —Nathan me miraba con sus ojos verde grisáceo. Sus labios carnosos estaban entreabiertos—. Mi hermano. Connor Drummond.
—¿Hermano? No entiendo.
—Medio hermano —aclaré.
—Vas a tener que explicar más porque no entiendo nada. —Su tono ya sonaba enojado.
—Cuando mis padres llegaron a Nueva Siena a principios de los 90's, mi madre tuvo muchos problemas para embarazarse. Eso causó muchos problemas entre ellos que mi padre resolvió acostándose con otra. De ahí salió Connor. Mi madre nunca se enteró de la infidelidad y años después, nací yo.
—¿Cómo lo sabías tú y tu madre no?
—Mi padre me lo contó.
—¿Qué? —dijo y se pasó las manos por los cabellos ondulados—. ¿Por qué haría eso?
—Mi madre murió cuando yo era muy pequeño. Un imbécil que iba borracho al volante la mató. Se mataron los dos. Los padres de este hombre quisieron agraciarse con mi familia así que le ofrecieron dinero a mi padre, pero nunca lo aceptó. —Abrí los ojos y miré a Nathan—. Los años pasaron tranquilos hasta que yo cumplí los dieciséis. Mi padre me presentó a Connor y a su madre y me confesó todo. Todos estos años había estado viviendo conmigo, pero igual con ellos.
—¿Y qué hiciste?
—Me fui. Contacté a los padres del borracho que mató a mi madre. Solo la mujer seguía viva, Christine era su nombre, entonces le pedí el dinero que le había ofrecido a mi padre y me fui de Nueva Siena.
—Pero regresaste.
—Dos años después, pero no volví a casa de mi padre. Unos amigos de mi madre me rentaron su casa.
—Y un tiempo después, nos conocimos.
—Exacto —afirmé.
Me levanté apoyándome en el tronco.
—¿Qué haces? ¿Estás bien?
—Tengo que irme. Ahorita no puedo lidiar con esto.
Nathan trató de persuadirme de lo contrario, pero no me dejé convencer. En unos minutos estaba en un taxi mandándole mensajes a Ethan.
—¿Qué pasó? —Ethan me abrió la puerta de lo que sería su departamento.
—No quiero hablar del tema.
Caminé hacia él, lo tomé de la cara y lo besé. Me devolvió el beso y antes de que la puerta se cerrara con un sonido sordo, ya nos habíamos quitado las playeras mutuamente. Por suerte, Ethan solo traía unos bóxers que no tardé en retirar, aunque el resto de mi ropa no tardó en ir por el mismo camino. En algún punto, caímos desnudos sobre su cama y, sin dejar de besarnos, nuestras manos comenzaron a explorar el cuerpo ajeno. Yo acariciaba sus marcados pectorales como ya se había hecho costumbre, y él se centraba en rasguñar mi espalda. Mis manos no tardaron en dirigirse a sus gruesos muslos y comenzar a subir, causando escalofríos en su piel con cada roce. Antes de que pudiera agarrar su culo, Ethan se irguió y se sentó a horcajadas sobre mis caderas, provocando que mi erección rozara su entrada. Comenzó a moverse para aumentar la fricción entre mi miembro y sus glúteos, gimiendo y apretando los dientes como si ya lo estuviera penetrando.
No hizo falta decirle nada. Ethan sacó un condón de su mesa de noche y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando sus hábiles manos me lo colocaron. Luego me embadurnó de lubricante e hizo lo mismo con su entrada. Me excité más al verlo hacer una mueca de placer mientras se metía sus propios dedos. Apretaba los dientes y cerraba los ojos, lo que hacía que sus cejas gruesas se deformaran en ese rostro fruncido. Una vez que ambos estábamos bien lubricados, alineó mi pene con su entrada y, sin ningún esfuerzo, comenzó a usarme para penetrarse. Gemía con cada centímetro de mí que entraba en él, extasiado por la sola idea de que pronto estaría brincando sobre mis caderas para darse placer. Su pene y sus bolas se asentaron sobre mi abdomen cuando su culo no podía soportar más centímetros dentro. El peso de su cuerpo se asentaba sobre mis caderas y ni tardé en intentar moverme para tener el control de las embestidas.
—No. Hoy me muevo yo —afirmó mientras intentaba sonreír, pero su gesto se vio interrumpido por una mueca de placer y dolor.
Como había dicho, comenzó a balancear su peso de adelante hacia atrás mientras movía sus caderas lentamente para encajar mi erección en su interior. En un inicio se le veía concentrado y relajado, con los ojos cerrados y los pómulos rojos. No tardó en encontrar su punto de placer y aumentar el ritmo del vaivén, haciendo que la fricción contra mi miembro me hiciera apretar los dientes y gemir en contra de mi voluntad. Él no estaba en una situación tan diferente. Sus cabellos negros que usualmente estaban bien acomodados ahora estaban despeinados y le caían sobre la cara mientras se dejaba caer sobre mi verga. El sonido de sus gruesos muslos y culo contra mi cuerpo aumentó de frecuencia y volumen opacando el griterío de nuestros gemidos. La orquesta de sonidos se alineaba perfectamente con el placer que ambos sentíamos mientras él usaba mi cuerpo para satisfacerse. Me montaba sin mirarme ni besarme, estaba tan ocupado en su propio sentir que poco le interesaba el mío.
En un intento de conectar con él, le acaricié la espalda, pero pareció no darse cuenta. Llevé mis manos a su abdomen y luego a sus pectorales, donde empecé a estimular sus pezones. Su placer aumentó y lo vi reflejado en su cara. Aunque tenía los ojos cerrados y no me miraba, su boca se abrió y explotó en un jadeo de sorpresa y placer mientras mis dedos se ocupaban de él. Poco duró la sensación de que no se interesaba por mi placer porque mi pene no tardó en estallar en un inmenso orgasmo que llenó el condón de mi líquido, mis gemidos se elevaron y me obligué a echar la cabeza para atrás mientras todo mi cuerpo se tensaba y se ponía rígido. No pude evitar llevar mis manos de sus pezones a sus caderas y tomarlo con firmeza, reclamando el control de aquel encuentro sexual y empujando sus caderas hacia abajo, obligándolo a pegarse más a mí, haciendo que mi última embestida fuera mucho más profunda, podía sentir su culo presionando mis bolas mientras mi pene desaparecía por completo en su interior. Esto le arrancó un gemido exagerado que pareció tener el efecto deseado pues no tardó en eyacular una gran cantidad se semen que llegó hasta mis labios y mi barbilla.
Devastado por el placer y el esfuerzo, Ethan se dejó caer junto a mí mientras jadeaba y suspiraba, tratando de recuperar el aliento. Por mi parte, me quité el condón y lo tiré. Me limpié lo necesario y, sin decir más, salí del departamento. No era necesario despedirme ni besarlo, mucho menos abrazarlo o pasar tiempo juntos después del sexo. La realidad es que ambos nos usábamos mutuamente y no podía estar más feliz de que no fuéramos más que un objeto sexual para olvidarse de la vida. Sin dramas, solo placer.
ESTÁS LEYENDO
ENTRE HOMBRES Y DIOSES (+18)
De TodoAdvertencia: Novela homoerótica (contenido +18 ocasional) Griffin consigue trabajo como fotógrafo de "Asmodeus", una revista gay extremadamente famosa, donde conocerá a un grupo de atractivos y lujuriosos modelos que le abrirán la puerta a una vida...