Capítulo 38: ¿Me perdonarías?

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El tiempo había pasado demasiado rápido, tanto Kyōjurō como Akaza siguieron con su relación de pareja.

Para la familia Soyama era grandioso que alguien como Kyōjurō estuviera en la familia sin embargo, para la familia de Rengoku era lo opuesto al menos solo para el más joven ya que Shinjuro había aceptado a Akaza, con desgane pero al final de cuentas lo había aceptado.

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—¿En serio planeas hacerlo? —cuestionó Hakuji viendo a su hermano desde el marco de la puerta con los brazos cruzados y con unos ojos serios. —¿No te estás precipitando?

Akaza por el contrario solo suspiró y se encogió de hombros. —No quiero tener arrepentimientos en esta vida, no de nuevo.

Aquellas palabras dejaron al pelinegro con una extraña sensación, sentía que ya lo había vivido antes; como si estuviera sintiendo lo mismo que su hermano.

Sin más, solo sonrió. —De acuerdo, entonces te deseo suerte.

Akaza se levantó y miró a su hermano con una enorme sonrisa. —Estoy seguro que aceptará ser mi esposo. —le mostró la cajita con el anillo a su hermano. —Ahorré mucho por este anillo.

—No puedo creer que lo hagas. —colocó su mano en el hombro del pelirrosa. —pero si te dice que no, sabes perfectamente que aquí tienes un hombro para llorar.

—Gracias...

Siendo de esa forma que Akaza salió de su hogar en busca de su cita. Caminaba feliz e imaginándose un futuro al lado del rubio.

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—Llegaste temprano, Akaza. —avisó el rubio caminando hacia el lugar acordado.

El pelirrosa lo observó, por Dios, no importaba cuantas veces lo viera seguía perdiéndose en él, en cada movimiento suyo.

Habían acordado verse en el centro comercial y de ahí, ir a comer o ir al cine. Akaza quería algo simple aunque pareciera cliché y porque de esa forma sí sería una sorpresa.

—Llegué hace 5 minutos...

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Ambos salieron del centro comercial en la noche, caminaban como sí no hubiera un mañana, las luces de la ciudad les dejaba un ambiente tranquilo.

Lo apretaba, apretaba con fuerza la cajita en su bolsillo ya que no encontraba el momento adecuado para pedirle matrimonio.

Sin más, el pelirrosa se armó de valor; no importaba que no fuera extravagante, no le interesaba que el momento fuera algo enorme, solo quería declararle su amor.

—¿Te casarías conmigo?

—¿Eh?

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Después de eso, el tiempo voló muy rápido... En un abrir y cerrar de ojos ambos ya estaban en la ceremonia para casarse.

—Kyōjurō, prometo hacerte el hombre más feliz del mundo. —Akaza sujetó las manos de su “ahora” esposo.

—Akaza, prometo que siempre estaré a tu lado. —respondió el gesto de las manos del pelirrosa.

Y así, ambos se sumergieron en un profundo beso demostrando todo el amor que sentían entre ellos.

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—Akaza, tenemos que hablar... —habló seriamente Rengoku, ya había pasado dos años desde que se casaron. El mismo tiempo que tenían viviendo juntos.

Tragó saliva muy nervioso, el “tenemos que hablar” nunca había sido bueno sin importar el contexto. —¿Qué sucede, Kyōjurō? —se levantó del sofá de la sala.

—Mira... —le extendió una prueba de embarazo.

—Mmm... —el pelirrosa lo analizó por unos segundos hasta que se decidió a hablar. —Es positivo.

—Sí. —respondió Rengoku con nerviosismo.

—Acaso, tu... ¿Estás embarazado? —abrió sus ojos con sorpresa, no lo podía creer. En su nueva vida, Kyōjurō también era un doncel además de que lo suponía por su comportamiento, tampoco quiso preguntar porqué no le había dicho nada al respecto pero no quería presionarlo, su esposo tendría sus motivos.

Por otro lado, el rubio asintió con la mirada hacia abajo, ¿Y si Akaza creía que era un fenómeno? ¿Pues por qué un hombre podría quedar embarazado? —Puedo explicar eso, Akaza...

Y antes de siquiera dar una explicación, sintió como Akaza lo abrazaba con cariño. —¡Es asombroso, seremos papás!

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Los años pasaron y la pareja de Akaza y Kyōjurō se habían convertido en una familia de cuatro. Así es, Rengoku había dado a luz a un par de gemelos o cuates para algunos ya que a veces eran muy diferentes.

Era de noche y ambos esposos estaban en la azotea de la casa viendo con tranquilidad la ciudad.

Soyama suspiró tranquilo y apretó la mano de su esposo. —Aún no puedo creer que tú me hayas pedido matrimonio. —sonrió.

—Tampoco puedo creer que tú también ibas a pedirme matrimonio en ese momento. —el rubio por su lado, se limitó a sonreír con gracia.

—Eso se debe a que somos almas gemelas. —el pelirrosa dijo con orgullo.

—Eres único, Akaza. —mencionó el rubio.

El silencio se había apoderado del momento pero no se sentía para nada incómodo, fue ahí cuando Akaza habló:

—Te amo...

—Yo también te amo, Akaza... —Rengoku correspondió sin pensarlo.

—¿Me perdonarías, Kyōjurō?

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Y con este capítulo le damos fin a esta historia.

Gracias a todos por sus buenos comentarios.

Hay algunas cosas que me gustaría decir pero eso lo dejaremos para después.

¡Nos vemos!

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