—Pero yo no sé bailar— se queja el pelirrojo un poco, sufriendo por la asignatura de artes escénicas, no es la suya sin duda.
Laurens coloca su mano sobre el hombro de este y le susurra al oído que no se preocupe. —Yo puedo intentar ayudarte— contesta y Hamilton le acepta tan solo con la mirada así que, tímidamente le toma del brazo y nota como el joven está en un estado atlético. En su Instagram no se sentía tan... —¿Alexander? ¿Estás ahí?— Pregunta el rubio. —Ya ha sonado el timbre— dice sacando a Alexander de sus recuerdos. Tiene la espalda curvada para estar cara a cara con Alexander, literalmente se llevan medio metro.
—Sí.. sí, estoy aquí.— Habla avergonzado y cuando se da cuenta suelta el brazo de John. —Perdón, me suelo perder en mis pensamientos...
El rubio le sonríe, y, aunque casi todos estaban saliendo al descanso, ellos continúan su conversación. —Dejaremos las clases de baile para otro momento. Un placer— asegura y Alexander toma su mochila y sus cosas dispuesto a marcharse
—Alexander— llama John antes de que el pelirrojo salga del salón de actos. —¿Puedo llamarte esta tarde?— Pregunta tomando la mano del pecoso que se sonroja y asiente delicadamente. —Habrá que preparar el guión de mañana también.
Las pecas de Alexander se camuflan entre el color que han adoptado sus mejillas y asiente. Él nunca se queda sin palabras. —S-sí. E-el guión. Justo sabía q-que te referías a-a eso— dice mientras sostiene la puerta para que no se cierre y deja ver en su muñeca la pulsera que aún no se ha quitado y no piensa hacerlo. Para él, estos detalles son muy importantes.
—Debería dejarte ir, ellos te buscan— señala discretamente con la cabeza a los amigos de Alexander y este asiente dándose la vuelta para ir con ellos.
Laurens se coloca el abrigo y, con la mochila en el hombro sale del lugar hacia las escaleras, lugar que ha adoptado desde que Lafayette se marchó. Le duele tal traición, ellos se contaban cada cosa, nunca había tenido un amigo así antes ¿por qué hizo eso? No puede evitar sentir culpa e ira por su amigo. Está cansado de todos.
Mientras, Alexander va con sus amigos que, le han visto salir del lugar. —Bro, ya te avisamos, no te acerques al tipo ese— dice Gabriel.
—No creo que sea un creído...— Susurra Alexander pensando en los ojos azules que le miran atentamente cada mañana intentando iniciar una conversación.
Francis suspira y se acerca a Hamilton. —Te avisaré que... lo conozco desde pequeño porque nuestros padres se llevan bien y, de verdad, te lo prometo, son extremadamente religiosos. Ese hombre no olvida ir a misa ningún domingo y ya sabes que piensan los cristianos de los maricones y el sexo.
Alexander siempre ha pensado que el tema de la religión es delicado. No quiere meterse en el tema estrictamente, igual, en el instituto tienen la asignatura de religión, y, siendo sinceros, todo el mundo la toma porque dicen que es más fácil sacar buena nota, pero al parecer este año es la excepción. Tienen un profesor super estricto. —¿Religioso?— Pregunta pensando que esa palabra no va con los pensamientos que tiene acerca de John.
—Sí, pero no te preocupes, aquí tienes... todo lo que... Necesitas— contesta Kinloch en un tono algo coqueto, antes de que nadie pueda decir nada, llega Thomas y Alexander rápidamente saca el sobre que le tenía que entregar, todo hay que entregárselo a Jefferson al parecer. —Ay, Alexander siempre cumple. Habrá que compensarlo.— Asegura el rubio del grupo. Hamilton piensa en los rasgos de Kinloch, no está nada mal, pero por algún motivo lo compara: tiene unos ojos azul verdoso, pero los ojos azul puro son hermosos; un cabello rubio, pero unos reflejos dorados se le hacen más bonitos; le gusta la diferencia de altura, se le hace adorable imaginarse paseando con alguien que incluso le saque medio metro y... Tal vez los jugadores de polo están buenos y si son capitanes más... ¿por qué está pensando en eso? —¿Qué es esta maricada, tío?— Le pregunta Kinloch a Alexander y al principio el pelirrojo no entiende. —La pulsera.
—Ehm... Me gusta— dice algo ofendido, es un regalo, un regalo muy significativo. —Es muy importante para mí.
—En fin, niño mimado— Ríe Gabriel. —Es broma, Alex, está guapa.
«¿Soy el niño mimado de John?» Piensa y se avergüenza ante el pensamiento. Debería parar de pensar en esas tonterías. —Solo me gustan los regalos que se hacen con cariño— asegura mirando la pulsera.
—¿Llevais mechero?— Pregunta Francis viendo que el suyo no funciona. —Me cago en el mío y en su creador— dice golpeándolo y Gabriel le pasa uno. —¡Está guapo!— Dice viendo la flama enorme que hace. —¿De dónde lo has comprado?
—Lo arregle yo, lo desmonte y lo hice pues pa' que haga eso— explica mientras Kinloch le devuelve el mechero. —Deja y te arreglo yo el tuyo— asegura tomando el mechero de Francis. —Mañana te lo traigo.
El pelirrojo empieza a caminar sin ningún rumbo particular, no le da importancia a lo que le dicen sus amigos, y tampoco a haberse dejado allí la chaqueta. Alexander piensa y cae en su mundo de imaginación que posee. Piensa en unas lindas manos que le han venido a su mente, las del protagonista de su historia. Lleva todo el día pensando en esa historia, pero ¿por qué la historia le está guiando? Él quería escribir algo de poesía romántica, donde el protagonista lucharía contra las dificultades para encontrar a su amada, pero parece que el libro se escribe solo, y acaba siendo una novela romántica juvenil. Esas manos acariciando su cara... Un protagonista sin nombre.
—¿Dónde va?— Pregunta Gabriel
—No sé, siempre se pone a hablar con él mismo cuando hay examenes— asegura Reynolds.
Su imaginación muestra una mano, una bonita mano que se acerca a él y le toma. Es una fina mano, arreglada y bien elegante. Necesita escribir ya. Vuelve a la realidad y se da cuenta de que se ha alejado un poco, está bien. Toma fuerte su mochila y se va dispuesto a sentarse en la biblioteca a escribir. Le gusta más un ambiente tranquilo.
—A veces eres extraño— escucha una voz algo grave a su lado y se voltea para ver al rubio. —Siempre estás por aquí cerca, pero te lo voy a perdonar. Yo también soy extraño.
—Dios, siempre me asustas— confiesa Laurens con una sonrisa sentándose de nuevo en su silla.
—No era mi intención. Lo prometo— asegura Laurens, sintiéndose estúpido por comportarse así con Hamilton. Suele ser algo coqueto con las chicas, pero es más una costumbre.
—¿Puedo sentarme?— Pregunta viendo la silla vacía.
—No creo que a tus amigos les guste la idea, pero haz lo que quieras. La silla no es mía— asegura tomando un lápiz entre sus habilidosos dedos. Se da cuenta de que el joven es zurdo. No se había percatado aún.
Alexander se sienta y mira al joven que se concentra en su papel. —Ellos tienen alergia a la biblioteca— explica y el rubio levanta un poco la mirada sonriéndole. Saca su cuaderno de historias y un portaminas y empieza a escribir.
El sentimiento de su imaginación de nuevo, le hace empezar a narrar en primera persona, nunca lo hace, pero esta vez lo deja pasar. De vez en cuando mira a John, mira cómo está concentrado, su estado de calma es tranquilizante. Sus manos podrían servir como modelo para su escritura. —¿Escribes con la izquierda?— Dice maravillado el pelirrojo.
—No— asegura John serio. —Estoy dibujando con la izquierda— Bromea haciendo que a Hamilton le vuelva a latir el corazón. —Digamos que recibo quejas por mi letra.
—Mierda, mi chaqueta— murmura para él mismo sabiendo que la ha dejado.

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El número tres | Lams
Fiksi PenggemarUn joven se enamora de un polista católico apasionado por la danza, finamente ambos deciden seguir el destino hasta ver que sucede. Esta es la segunda edición de mi libro (la única que se puede leer actualmente). Cuenta con unas 78.000 palabras.