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—Mamá ¿por qué Jack está llorando?— Pregunta James entrando al cuarto de su madre y Eleanor se levanta.

—¿Otra vez?— Pregunta mientras camina por el largo pasillo. Su hijo no le quiere contar nada, le da miedo que sea algún suceso con algo académico, o tal vez sus compañeros fueron malos con él. —Jackie— dice la mujer pasando y sentadose en su cama. —Date la vuelta, pensaba que habíamos hablado antes del ensayo.

—¿Podéis dejarme solo?— pregunta abrazándose a él mismo mientras su madre le gira a la fuerza.

—No, no puedo. Escucha: no sé quién se metió contigo, pero son unos tontos que no saben nada de ti— intenta adivinar Eleanor. —Tú eres un hombre valiente y especial, y aunque te guste ser independiente, puedes contarle las cosas a mamá.

—Quiero ir mañana a la iglesia con William como todos los domingos— murmura John y su madre empieza a acariciarle la espalda.

—Está bien. Grimké te volverá a acompañar— dice Eleanor dirigiendo un momento la mirada a James en la puerta. —Me puedes contar, y, si no, a papá. Cualquiera de los dos estamos aquí.

—¿A mi padre?

***

Grimké se queda esperando fuera, siempre lo hace así. Sabe que debe dejarle también un espacio a Laurens aunque su padre pida que lo protejan. —Señor— murmura Laurens al párroco.

—Oh, John. ¿Viniste antes de misa para ayudarme con los preparativos? Eres un chico aplicado. William sin no ha venido— dice el hombre.

—Me gustaría confesarme también. Sí usted tiene tiempo, claro. Puedo regresar otro día.— Habla bastante seguro.

—Claro, ven. Siempre hay hueco para ti— dice yendo al confesionario y el rubio le sigue. —¿Qué será lo que hoy te atormenta? Dios quiere escucharte.

—Yo me porté mal y estoy incómodo con una situación.

—¿Cómo de mal?— Pregunta el hombre siendo a veces poco profesional con Laurens. Ya hasta le ha pillado cariño. —No te preocupes, todo lo que digas aquí no saldrá a ningun sitio y tu padre no se enterará.

—El viernes besé a un hombre— murmura con vergüenza —y lo disfruté... me encantó.

—Dios quiere a sus hijos tal y como son. Dios te hizo hacer eso, si lo hiciste fue porque él ya lo tenía planeado— explica el hombre. —Todo lo que te pase de ahora en adelante debes pensar que es Dios quien te hace hacerlo.

—Pero... En el versoic...— empieza a explicar y el hombre le corta.

—La biblia fue escrita por humanos que a veces se pueden equivocar. Ellos se equivocaron en varias cosas en un libro tan grande, pero Dios no piensa eso de ti— explica el hombre. —Dios quiere que seamos felices. Ven, salgamos un momento— pide el hombre y Laurens le hace caso. Ambos se dirigen hacia una habitación trasera y el hombre le da asiento.

—Yo tengo que casarme con una chica...— Murmura mientras el hombre le sigue mirando.

—Pero no te gustan, tú lo dijiste.

—Pero usted debe conocer alguna manera— asegura el rubio apoyándose contra la mesa para poner ahí su codo y ocultar su rostro en las palmas de las manos. —Yo no quiero pecar.

—Dios no quiere que lo hagas, por eso, no deberías de hacerte sufrir. Ni a ti, ni a la chica a la que pienses arrastrar a esa tortura. No estamos en el medievo, no estás enfermo y no hay nada que remediar. Te queda aceptarte. Y tanto Dios como la gente de tu alrededor espera que lo hagas tarde o temprano. Eres un jovencito para preocuparte por esas cosas — explica el hombre. —Él quiere que tú seas feliz, porque trabajas muy duro.

El número tres | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora