Twenty Five.

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Estar con Riki se sentía como estar en la nubes.

Tan cálido que hormigueaba, tan dulce que mareaba, tan suave que no sabía dónde poner las manos para no hacerle daño, pero tan caliente como el mismísimo infierno.

Lágrimas descendían de sus mejillas de porcelana, rojas de escarlata en ese justo instante, mientras sus labios de melocotón cubrían los suyos buscando acallar los gemidos lastimero que escapan en conjunto con sus gruñidos. Pañuelos cubrían todas las cámaras que hubieran en la oficina; después de la primera vez había aprendido que era más fácil cubrir con pañuelos las cámaras, que ir en busca de los videos de seguridad y borrarlos.

Afuera hacía calor gracias a la entrada del verano, pero adentro la temperatura se mantenía fresca gracias al aire acondicionado, más aún así sus cuerpos juntos se sentían como el mismísimo infierno, gotas de sudor bajaban por su sienes y pecho. La piel de su pasante estaba igual de empapada, o quizás más, sus piernas delgadas apretándolo hasta el punto en que resultaba asfixiante.

Escuchó sus sollozos cuando se despegó de su boca para tomar una profunda respiración mientras su espalda se inclinaba hacia atrás, recostándose sobre su escritorio, sus delgadas manos apretando varios papeles regados encima, quizás importantes, pero, ¿A quién le importaba?

Riki manchó parte de todo el desastre que era su escritorio en ese justo momento y él no tardó en seguirle, a diferencia que todo era tragado con gran facilidad.

Bastante irresponsable el hecho de mantener relaciones sin protección sin haber pedido siquiera un examen de orina al menor, pero sinceramente confiaba en Riki, y tampoco era como si quisiera tener protección con él, su interior era como el infierno y no quería ningún maldito escudo.

Tenía veintiocho años, casi veintinueve, y se comportaba como un infante irresponsable sin madurez ni cabeza. Era como si tuviera diecisiete de nuevo, sin mentalidad para pensar sobre sus acciones y las consecuencias que estás tenían, sólo quería darle sin ningún tipo de contemplación.

Riki cubrió su rostro con sus manos, pataleando en su lugar de forma infantil luego de haber salido de su interior. Acomodó sus pantalones y lo escuchó maldecir en todos los idiomas posibles, luciendo ido en una nube pero arrepentido.

Se estaba acostumbrando a sus reacciones después del sexo. Era eso; lo incitaba a estar entre sus piernas y luego de haber terminado se ponía a hacer berrinche por alguna extraña razón.

Colocó su cinturón y se sentó en su silla, abotonando su camisa abierta y acomodando su corbata en su cuello. Lo miró cerrando sus piernas lentamente a la par que se sentaba correctamente sobre su escritorio, temblando de repente en lo que pareció ser un escalofrío.

—Es que..., ¿cómo le haces? ¡No entiendo! —farfulló el rizado, sus cabellos cayendo en desorden sobre su frente—. Me hablas y de repente aquí estoy..., hecho un desastre y oliendo horrible.

—Realmente no tengo ni la menor idea, sólo llegamos hasta este punto —susurró, su mano subiendo en la piel de los muslos amoratados del rizado—. Quiero creer que es mágico cada que estamos juntos, porque así se siente..., eres como un delicado pétalo de peonía blanca, chisporroteando aún cuando hay invierno, incomparable sensación cuando hay calor.

Riki mordió su labio inferior deteniendo su mano a donde iba y tomando una fuerte respiración, sus piernas tenían cierto temblor y el blanco resaltaba el tono violáceo de su flagelada piel, no intencional ya que sólo apretaba o palmeaba a placer, simplemente su tez era sensible.

—¿Ve? Es eso..., usted me empieza a hablar bonito y yo caigo, como el pendejo que soy. —murmuró, sus ojos dorados esa mañana chispeando en discordia interior que se reflejaba en enojo hacia su persona.

Ocean Eyes 『Jakeki』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora