Capítulo 43

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Odei pasa la noche en el hotel y yo decido marcharme a casa. No quiero irme pero a la vez, siento que debo estar con mi familia.
Cuando entro en mi dormitorio, me invaden los recuerdos, mis noches en vela por los exámenes del insti, mis preocupaciones... Pero también siento una sensación inexplicable. Mi corazón late despacio, en calma y la paz se apodera de mí. Siempre me he sentido cómoda en casa pero ahora, no sé si es por el tiempo que he estado fuera, noto que de verdad pertenezco a este lugar. Con Odei todo es perfecto y a veces me asusta. No nos peleamos, no discutimos, siempre estamos de acuerdo y siempre tenemos una sonrisa el uno para el otro. No lo entiendo. Dicen que el amor te hace sufrir, sin embargo, yo no lo estoy viviendo así. Todo está siendo un camino de rosas y a pesar de su accidente, estamos cada día más unidos y más fuertes. Todo son palabras dulces. Todo son besos apasionados. Todo son sentimientos. Me aterra pensar que algún día nuestro vínculo se desvanezca porque si el amor existe, amor somos nosotros.
La realidad en mi casa es totalmente diferente y no lo digo por que no haya amor sino porque nada es idílico. En un hogar, hay pequeñas discusiones y reconciliaciones. Palabras de personas que duelen pero que luego te sanan. Quizá nuestra relación era tan perfecta que fallamos. En ese momento no lo supe pero ahora, echando la vista atrás sí. Quizá haber tenido una discusión nos hubiese enseñado a saber perdonar. Quizá haber dialogado sobre su accidente hubiese salvado nuestra relación. Quizá, quizá y miles quizá.

Me levanto a las nueve de la mañana y bajo a desayunar con mis padres. Después, nos vamos de compras al mercado. Cuando volvemos, preparamos la comida porque es Nochebuena y vienen mis abuelos a cenar. Odei me escribe un mensaje mientras estoy ayudando a mi madre a aliñar el cordero.
-Hola, amor. ¿A qué hora es la cena?
-Hola, cari. La cena es a las ocho. No te olvides de traer los regalos que compramos. 🧸
-Nos vemos, Melisa
Media hora más tarde le pregunto:
-¿Ha llegado ya tu hermana?
-Voy a recogerla en media hora al aeropuerto.
-Perfecto. ¿Has comprado el disfraz?🙈
-No, vamos a ir juntos a comprarlo porque yo no tengo ni idea de quién es esa muñeca.
-Vale 😻 El muñeco eres tú 😏
-MEEELIIISAA
-¿Qué?🤷‍♀️

No me vuelve a contestar y me quedo embobada mirando nuestra conversación. No puedo evitar esbozar una sonrisa y mi madre me quita el móvil de las manos:
-A trabajar- ordena con voz cariñosa.
-Yo me encargo del postre. Sigue tú con el cordero.
-¿Qué vas a hacer?
-No sé. ¿Qué prefieres carrot cake o pastel de queso?
-Sabes que a tu abuelo no le gusta el queso- me informa mi madre.
-Lo sé. Bueno, puedo preparar una tarta de manzana también.
-Vale. ¿Tienes todos los ingredientes necesarios?
-Sí, voy a comprobarlo de todas formas.
Encuentro la mantequilla, la nata líquida, la leche, las galletas... todo menos la cuajada. ¡Mierda!
Si salgo a comprar no tendré tiempo suficiente para preparar el postre.
Voy al salón y veo a mi padre sentado en el sofá.
-Papá, ¿puedes ir a comprar cuajada?
-Lo siento, hija. No puedo porque tengo una reunión de trabajo en veinte minutos.
¡Joder! Mi padre es un trabajador nato. No descansa ni los días festivos. Por un lado, me parece genial que sea tan aplicado pero por otro, nunca está cuando lo necesitamos.
No me queda otra opción que pedírselo a mi chico. Le llamo contesta al instante.
-Amor, ¿puedes salvarme otra vez?
-Siempre te salvaré. ¿Qué quieres?
-Cuajada para el pastel de queso
Oígo cómo se ríe y sus carcajadas me llenan de alegría.
-Claro, voy a comprarlo y te lo llevo a casa.
-Gracias, grandullón. Te debo una.
-¿Una? Me debes unas cuantas.
-Siempre estaré en deuda contigo.
-Adiós, pequeña-se despide.
Cuelgo y me dispongo a realizar una base de galletas en el molde desmontable cubierto con papel de horno. Caliento la nata en un cazo a fuego lento y voy incorporando el azúcar y el queso. Lo remuevo todo con una varilla hasta que los ingredientes quedan diluidos y suena el timbre:
-¡Mamá! Ve a abrir, por favor- chillo para que me oiga desde el sótano.
No me puedo mover de la cocina porque me arriesgo a que se me pegue la mezcla. No me contesta y no tengo más remedio que ir yo.
Abro la puerta del porche y veo a Odei subir las escaleras vestido con una camisa blanca y unos pantalones beis. ¡Se me cae la baba!
-Estás guapísimo- digo mientras viene hacia mí.
Me tiende una bolsa y la agarro.
-Tú también estás guapísima-dice dándome un beso en la mejilla.
-Sí, seguro. Parezco una abuelilla con este delantal. Llevo toda la mañana en la cocina- digo resignada.
No es que no me guste cocinar pero no me gusta trabajar bajo presión.
-Tengo que darme prisa o voy a tener que cenar con estas pintas y este pelo estropajado- digo tocando el nido de pájaros que tengo en lo alto de mi cabeza.
Odei suelta una gran carcajada y me estrecha entre sus brazos.
-¡Noo!- exhalo e impido que me atraiga más hacia su pecho.
-¿Qué pasa?
-Que te vas a manchar la ropa- explico.
-No pasa nada
-Ah, claro. Puedes tirarla y ya está, como hiciste con los zapatos.
Arreando que es gerundio, ¿no?
-Obvio- dice guiñándome un ojo.
-Tengo que volver o no comeremos postre.
-Mm... yo de postre te pido a ti- dice con mirada perversa.
-¡Serás...!- digo sacándole la lengua.
Se despide de mí con un beso y se marcha.
Corro hasta la cocina como una bala y termino los postres. ¡Qué pintaza! Me siento orgullosa de mi trabajo y subo a mi habitación para arreglarme.
Tengo que darme prisa porque solo tengo una hora.




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