Capítulo 59

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Me desvelo a las seis y media de la mañana y me levanto haciendo el mínimo ruido posible.
Aun así Odei se da cuenta de que me marcho.
-¿Adónde vas?- pregunta adormilado y se apoya sobre sus codos.
-A trabajar- digo poniéndome la falda.
-¿A qué hora entras?
-A las ocho- anuncio.
-¿Quieres que te lleve?- propone con voz ronca.
-No hace falta. Pido un taxi, amor.
No puedo evitar soltar una carcajada.
-¿Por qué te ríes?- inquiere dubitativo.
-Porque me he acordado de una mítica escena de mi película favorita.
-¿Cuál?
-Perdona si te llamo amor- respondo.
-No me suena esa peli.
-¿No la has visto?- pregunto boquiabierta.
Niega con la cabeza y digo:
-Pues... esta tarde la vemos juntos.
-Me parece genial, pequeña.
-¿Me prestas una camisa o algo? Esto no me lo puedo poner- afirmo enseñándole el top roto.
-Coge lo que quieras- dice señalándome con el dedo el vestidor.
Me dirijo hacia allí y cojo lo primero que pillo: una camisa negra.
Me la pongo y vuelvo al dormitorio.
-Te queda mejor que a mí- murmura.
-Deja ya de decir tonterías y duérmete.
Me acerco a su lado y le doy un beso en la mejilla.
Emite un gruñido y mete la cabeza debajo de la almohada.
-¿Tú no trabajas?
-Hoy tengo día libre- apunta.
-¡Qué envidia!- digo saliendo de la habitación. Cojo de la mesa del salón mi cartera y me monto en el ascensor.

Cuando llego a casa, me doy una ducha rápida y me visto con el uniforme. Preparo el desayuno: zumo de naranja y una tostada con aguacate.
Pongo una lavadora con la ropa sucia antes de irme y cojo el top para tirarlo a la basura. Está claro que no tiene arreglo... De todas formas, me detengo a mirarlo. No entiendo cómo no me lo pude quitar si me lo puse fácilmente. Le doy la vuelta y veo que tiene una cremallera. ¡Qué! ¡Seré idiota! ¡Maldito vino! ¿¡Cómo no pude darme cuenta!? ¡Para matarme!

Cuando llego al trabajo, veo a gente corriendo por los pasillos angustiada. Es cierto que la gente odia los hospitales. Ese lugar donde se experimentan las emociones más fuertes de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte.
He sido testigo de muchísimas historias con trágico final y espero no ser la protagonista de ninguna de ellas.
Siempre he creído que formar parte del sector sanitario requiere un gran porcentaje tanto de preparación técnica como de vocación. Aparte de la atención minuto a minuto y el control de la medicación... debemos mostrar nuestra mejor sonrisa aunque la historia nos conmueva.
El médico es alguien que durante su jormada no mira el reloj, lo lleva cubierto por un guante. Nunca tiene prisa ya que lo que realmente le importa es dar con el diagnóstico.
Es esa persona que viaja a congresos para renovarse y que se lleva problemas a su casa relacionados con sus pacientes. Como dice William Osler, el buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad.

Paso varias horas analizando pruebas en tubos de ensayo del laboratorio con la ayuda de mis compañeros Massimo y Nacho. Los dos son muy atractivos pero... son pareja.
El trabajo es muy mecánico y por lo tanto, aburrido. No veo la hora de que acabe mi turno...

Cuando llego a casa, descanso un rato. Anoche solo dormí tres horas y estoy reventada.
Me despierto a las seis de la tarde y veo que tengo cinco llamadas perdidas de Odei. Me pongo en contacto con él y le digo que estaba echándome la siesta. Quedamos a las ocho en su casa y comienzo a prepararme. Me visto con unos pantalones vaqueros bootcut y un jersey de lana celeste. Recojo mi melena en un moño y me maquillo de forma sutil.

Cuando el taxi se detiene frente a su edificio, una sensación de felicidad invade mi cuerpo.
Subo en el ascensor hasta su planta y tecleo 2308 para que se abra la puerta.
Camino hasta el salón y veo a Odei tumbado en el sillón.
-¡Qué bien vives!- anuncio.
-No me puedo quejar. Siéntate aquí- dice esbozando una sonrisa.
Tomo asiento en el sofá y veo que coge el mando para encender la tele.
-¿Hacemos palomitas?- propongo.
-Claro. ¿Las haces tú mientras yo busco la peli?
Asiento con la cabeza y me marcho a la cocina.
Vacio las palomitas en un bol y regreso al salón. Me siento en el sofá y le doy al Play.

Cuando acaba la peli, Odei prepara la cena: brochetas de pollo aderezadas con miel y un toque de mostaza. Suena un poco raro pero la verdad es que está de rechupete.
-¿Qué hay de postre?- inquiero.
-¿Quieres postre?
-Hoooombre... eso no se pregunta.
-Vale, tengo fruta. ¿Prefieres manzana, pera, cerezas, plátano o naranja?
Pongo los ojos en blanco y pregunta dubitativo:
-¿Qué te pasa?
-Que no me apetece fruta. ¿Tienes yogur?
-Sí, pero son de proteínas y creo que no te van a gustar- señala.
-Bueno, da igual. No quiero postre- digo encogiéndome de hombros.
-Yo te quiero a ti- pronuncia y me guiña un ojo.

Viene hacia mí y deposita un beso en mi mejilla. Me agarra por las piernas y me coge. Yo me aferro a sus hombros con tal de no caerme y comienza a caminar por el pasillo.

Cuando llegamos a su cuarto, me suelta con delicadeza en el colchón. Observo cómo se quita la ropa y se tumba desnudo encima de mi cuerpo. Me acaricia el cuello con los dedos y desciende hasta mi cintura. Me sube el jersey y le ayudo a sacármelo.
-Menos mal que hoy no hemos tenido problema con la ropa-murmura con humor.
-Muy gracioso. Por cierto, tenía una cremallera- digo.
-¡No me jodas! ¿Tan borrachos estábamos?
-Eso me pregunto yo- digo esbozando una sonrisa.

Cuando ambos estamos completamente desnudos, encajamos nuestros cuerpos y damos rienda suelta a la pasión.
Después, quedamos sumidos en un profundo sueño.

Nos desvelamos en mitad de la noche enredados en la colcha y nuestros labios se encuentran.









El caso más difícil de resolver eres Tú 🖤 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora