Capítulo 4

52 12 2
                                    

Vomito durante un buen rato más en una papelera de la esquina de la calle Meléndez donde nos encontramos. Ruego para mis adentros que Odei Hoffmann se haya ido. No quiero que me vea con estas pintas por nada del mundo. Seguro que estoy demacrada y con todo el maquillaje hecho un auténtico desastre.
Sin embargo, cuando me giro mientras aliso mi pelo con los dedos, me lo encuentro a pocos centímetros de mí. Estoy sudando y no sé qué hacer. Tras unos minutos en silencio, él dice:
-Melisa, deberíamos ir al hospital. Te has dado un golpe en la cabeza y estás sangrando. Hay que descartar una posible contusión. Además, necesitas suero porque estarás deshidratada. Has vomitado mucho y debes reponer fuerzas.
-Yo quiero irme a casa, eso es todo. Ya me curaré yo sola, puedo hacerlo. Quiero ser médica y por lo tanto, sé primeros auxilios.
-No lo dudo pero me quedo más tranquilo si vamos al centro de salud.
-No tengo ganas de andar. Estoy cansada y lo único que me apetece es tumbarme en mi cama. Ir al centro de salud supone esperar dos horas para que me atiendan y de verdad que estoy reventada.
-Te entiendo. Bueno podemos ir a mi casa, tengo un botiquín y puedo curarte y dejarte descansar. No es buena idea que tus padres te vean en este estado. ¿No crees, Melisa?
¡Este chico se ha vuelto loco! ¡Me quiere llevar a su casa! Yo lo único que quiero es dormir, por favor. Al ver que no contesto, insiste:
-Vamos. No te va a pasar nada, te lo prometo.
Al final, asiento con la cabeza.
-Mi coche está aparcado a dos calles de aquí. Como veo que no puedes andar, espérame aquí.
-Vale.
Él comienza a andar y yo me limito a mirar. Debe medir un metro ochenta como mínimo, tiene los hombros anchos y camina con seguridad y rapidez. Cuando lo veo desaparecer mi corazón recupera su ritmo normal y suspiro. Espero durante unos cinco minutos de pie y me acuerdo de que no tengo la cartera que he traído. Empiezo a andar y justo cuando estoy entrando en el local de nuevo, oigo una voz que dice:
-Oye, Melisa ¿qué haces?
Me giro y veo a Odei en un Audi RS 7. ¡Madre mía! Ese coche debe costar una barbaridad.
Cuando salgo de mi asombro, le digo:
-Iba a coger mi cartera que la he dejado en la barra. Espérame, ¿vale?
Él asiente con la cabeza.
Entro en el local en busca de mis amigos y los veo en la pista. Todos están bailando como si no hubiera un mañana. Decido no molestarlos. Voy a la barra, cojo mi cartera dorada y salgo.
Odei está de pie junto a su coche y al llegar me abre la puerta del copiloto. ¡Qué caballero! pienso para mis adentros. Una vez que ha cerrado mi puerta, rodea el coche y se monta. Conduce despacio por las solitarias calles de Salamanca. No se escucha nada y el corazón se me va a salir.
Tras veinte minutos, aparca el Audi en una gran avenida. Ambos nos bajamos del coche. Cuando llega a mi lado, me hace un gesto para indicarme que le siga. Cruzamos un paso de peatones y hago un brutal esfuerzo para mover las piernas pero ya no puedo más.
Comienzo a hablar:
-Señor Hoffmann, me duele el tobillo... No soy capaz de dar un paso más.
-Oh, Melisa. No me acordaba de tu tobillo. Perdón.
Sin previo aviso, me coge en brazos. Me siento pequeña con él. ¡Qué bien huele!
Suelto un gritito por su inesperada reacción y digo:
-Soy una ridícula. Le estoy haciendo perder el tiempo y encima, le voy a provocar dolor de hombros y espalda.
Él suelta una carcajada.
-Créame Melisa. No me molesta en absoluto tenerla en esta posición ahora mismo.
Decido callarme y tras caminar unos minutos conmigo entre sus brazos, se detiene.
Levanto la mirada y veo el Hotel Rector. Sin pensarlo, digo:
-¿No se suponía que íbamos a tu casa?
La ira nace en mi interior. ¡Menudo mentiroso!
-Melisa, si te llevo a mi casa tenemos que coger un avión porque está en Alemania. Cuando vengo a España, siempre me alojo aquí. No te he mentido.
Como una tonta, murmuro:
-Está bien. Siento haber desconfiado.
Me doy cuenta de que aún sigo en sus brazos y apunto:
-Por cierto, ya me puedes bajar al suelo.
-No, no... de eso nada. Si no has sido capaz de venir hasta aquí por tu propio pie, tampoco creo que puedas hacerlo ahora.
-No puedo pero como usted comprenderá no es cuestión de entrar en la recepción de un hotel en brazos de un desconocido.
-No te preocupes, la recepcionista ya me conoce. No le extraña que venga acompañado.
¡Pero, pero, pero... será gilipollas! Muevo mis piernas y me bajo de sus brazos. Cuando apoyo el pie derecho en el suelo, una punzada de dolor recorre
todo mi cuerpo. Ahogo un quejido y al ver mi reacción, Odei me dice:
-Eres una cabezota.
Finalmente, me coge de nuevo en brazos. Entramos en el hotel y subimos en el ascensor. Cuando las puertas del ascensor se abren de nuevo, nos encontramos ante una enorme y moderna habitación que seguramente sea la suite. Las paredes son blancas y en ellas, se pueden observar cuadros abstractos en tonos marrones. En el lado izquierdo, hay un escritorio con una silla. Encima puedo observar un maletín y muchos papeles y carpetas pero todo está super ordenado. Justo enfrente hay un gran ventanal decorado con unas cortinas de color arena. En el lado derecho, hay una cama gigante. El cabecero es acolchado y las sábanas son blancas. Todo está limpio y huele a jazmín. También hay una puerta tras la que habrá un baño.
Odei me lleva hasta la silla del escritorio y me suelta de forma sutil.
Él abre uno de los cajones del armario y saca un botiquín.
Lo abre y hay apósitos, vendas, esparadrapos, antisépticos, tijeras, pinzas, guantes de plástico, bolsas de frío desechables, jeringas, un termómetro, una linterna... ¡M-A-D-R-E-M-Í-A!

El caso más difícil de resolver eres Tú 🖤 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora