Capítulo 58

17 6 2
                                    

Me encuentro ante un gran vestíbulo totalmente blanco, presidido por una elegante mesa de madera oscura con una gran ramo de margaritas. Las paredes están llenas de cuadros abstractos. Los techos son altísimos. El salón es enorme. Calificarlo de <enorme> sería quedarse muy corto. Hay un gran ventanal al fondo con unas maravillosas vistas a la ciudad.
A mi izquierda, hay un imponente sofá en forma de u donde podrían sentarse cómodamente unas diez personas. También hay una moderna chimenea encendida y el fuego llamea de forma suave. En el otro lado, está la zona de la cocina. Los muebles son blancos en su totalidad y la encimera es de granito negro. Me acerco a la nevera y cojo una botella de vino blanco. Me sirvo una copa como si fuese mi propia casa y le doy un trago. ¡Riquísimo!
Me dirijo hacia el gran ventanal y salgo al exterior. Me apoyo en la barandilla y observo Nueva York iluminada, a mis pies. Una sensación de serenidad invade mi cuerpo por completo.

Me quedo ensimismada contemplando los altos edificios que parecen tocar el cielo hasta que oigo a Odei carraspear a lo lejos.
Me giro y poso mis brazos extendidos sobre la baranda. Miro a Odei vestido con un traje y murmuro:
-Por tu culpa, me gusta el vino.
Le doy un buen trago a mi copa y Odei esboza una sonrisa maliciosa.
-Vamos a hablar- dice en tono imperativo.
-A sus órdenes, señor Hoffmann.
Viene hacia mí y me quita la copa de la mano. Emito un gruñido y susurra junto a mi oído:
-No quiero que estés bajo los efectos del alcohol cuando escuches lo que te voy a decir.
Me quedo impactada y me coge de la mano. Caminamos hasta la barra de la cocina y tomamos asiento, uno frente al otro.
-Odei, quiero que sepas que...- comienzo a hablar.
-Deja que empiece yo-me interrumpe.
Asiento con la cabeza y murmura en voz baja:
-Melisa, estoy perdido. Estoy perdido en el arcoíris de colores que creamos juntos. Estoy cubierto por tu sombra mientras el mundo sigue adelante. Una grúa derribó todas esas cosas que éramos. Me he despertado cada noche durante estos seis años escuchando el rugido de su motor. Un dolor se extiende por todo mi cuerpo debilitándome cada día más. Y lo peor de todo es que tengo una espina clavada en el costado: la vergüenza. Por haberte dejado de aquella forma. Por haberte apartado de mi vida cuando tú eras el sentido de ella. Por haberte robado el corazón, tu gran corazón. Ese que me entregaste a mí sin pedir nada a cambio. A ciegas.
Sus palabras me emocionan y las lágrimas resbalan por mis mejillas irremediablemente.

Él prosigue con la voz quebrada:
-Necesito decirte que te amo y que eso nunca cambiará. Que fuiste, eres y serás la suerte de mi vida.

Me abalanzo sobre él y me estrecha entre sus brazos. Con lágrimas en sus acaramelados ojos, añade:
-Un corazón roto es todo lo que queda. He arreglado todas las grietas que se crearon cuando era un niño, Melisa. Te aseguro que lo he hecho. Pero me falta una parte. Esa parte que te llevaste tú porque... te pertenece. Porque tú eres mi otra mitad.
Ahoga un sollozo y me aprieta contra su pecho. Yo permanezco inmóvil y callada, intentando procesar todo lo que me ha dicho.

Tras unos segundos, mi labios buscan los suyos y sellamos nuestro perdón con un apasionado beso. Un beso que expresaba todo lo que era incapaz de decir por mí misma. El beso que corría un tupido velo y borraba los seis últimos años de nuestra vida. Esa etapa que metimos en un paréntesis porque buscábamos los puntos suspensivos. Él era mi futuro. Mi nuevo horizonte. La persona con la que quería contemplar todos los amaneceres ámbar y ocasos violetas hasta que mi corazón dejara de latir.

-¿Una copa de vino?- pregunta Odei con una leve sonrisa.
-Claro que sí, grandullón.
Sirve dos copas y nos vamos al salón. Vemos una película hasta que nos acabamos la botella entera.
-¿Bailamos?- propone.
Me pilla por sorpresa y no contesto hasta que pasan unos segundos.
-Vale

Nos ponemos de pie y la canción Hey de Marissa invade la estancia. Me ofrece su mano y la agarro. Él posa otra mano en mi cintura y yo me aferro a su hombro. Nos movemos despacio por el salón. Bailamos al compás de la música y giramos lentamente. Debo admitir que baila muy bien y sabe apañárselas para no pisarme los pies...

Cuando acaba la canción, me levanta la barbilla y me besa con delicadeza. Entrelazo mis brazos alrededor de su cuello y disfruto.

Sin saber muy bien cómo (el vino es el culpable), mis piernas se aprisionan alrededor de su cintura y nos dirigimos hacia su habitación. Las risas se mezclan con sus pasos firmes creando música para los oídos.

Cuando abre la puerta, todo está a oscuras. Tan solo iluminado por la luz que entra por la ventana. Me suelta de pie junto a la cama y se agacha para desabrocharme los tacones. Recupero mi estatura real y murmuro incentivada por el alcohol:
-Vuelvo a ser tu canija.
-Me gusta cómo suena- afirma.
Se quita la chaqueta americana y la deja caer al suelo. Extiendo mis brazos y desabrocho uno a uno los botones de su impoluta camisa blanca que finalmente, acaba junto a la chaqueta.
Odei se quita los zapatos y se deshace de sus pantalones, quedándose en bóxers.

Se acerca a mí y acaricia mi pelo ondulado. Posa sus dedos en mi cintura desnuda y murmura:
-Quítate esa... ¿camiseta?
No puedo evitar reírme y le informo de que es un top.
-Te queda genial pero no tengo ni idea de cómo se quita- asevera.
-Ya me lo quito yo sola- digo con seguridad. Muevo mis brazos para sacarme las mangas abullonadas pero me quedo encajada. ¡Maldita sea! Levanto mis hombros todo lo que puedo pero es imposible.
-¡Joder! ¿En qué momento decidí ponerme esto?- digo exasperada.
-Solo se me ocurre una solución- declara Odei.
-¿Cuál?
-Cortar la tela con unas tijeras- afirma.
-¿¡Qué!? ¡Ni se te ocurra hacer eso! ¿Tú te haces una idea de cuánto vale esta prenda?- espeto angustiada.
-Pues así te quedas toda la noche- anuncia con ironía.
-Me cago en to'
Me remuevo de nuevo pero es perder el tiempo. Sin pensarlo, ordeno:
-Ve y busca unas tijeras.

Regresa con unas tijeras entre sus manos y se acerca a mí con cuidado.
-Corta por aquí- señalo.
Lo hace con sutileza y la prenda cae al suelo.
-¡Qué alivio!- exhalo.
Ambos soltamos una carcajada. ¡Qué desastre! Todos los momentos a su lado son... INOLVIDABLES.

El caso más difícil de resolver eres Tú 🖤 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora