T R E I N T A Y N U E V E.

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Mis pies descalzos caminan sobre la arena fría, y mi cabello se sacude contra las ventiscas de aire frío. La playa se encontraba vacía, sin un solo indicio de vida humana.

Solo el mar y yo, y aquella fogata que había encendido.

Necesitaba darle un descanso a mi cabeza, que no dejaba de pensar. No tenía un camino que seguir justo ahora, había tantas cosas por resolver que, el tema de Concetta me era indiferente justo ahora. ¿Y de qué servía saber que era mi sangre, si las partes importante de mi vida se habían ido ya? No apareció en el momento más critico de nuestras vidas, ¿Por qué ahora sí?

No tenía caso.

Ya no.

Arrojo la libreta de Reich al fuego, y me quedo largo rato observando cómo se va consumiendo de poco a poco. Lo que sea que haya ocurrido antes no me importaba, ya no. Era tarde para eso.

No podía permitirme flaquear más ante eso, justo ahora necesitaba conservar la cabeza y los sentimientos fríos.


Marco el número de Xander y a los tres pitidos, contesta.

— ¿Has hecho lo que acordamos? —pregunto enseguida.

— Justo ahora vamos abordando. ¿Me dirás de qué va todo esto?

— No ahora —finalizo la llamada.



Pateo arena sobre la fogata, extinguiéndola, junto a los recuerdos impresos de Randall en aquella vieja libreta.

Doy media vuelta y regreso al parqueadero.

Enciendo la camioneta y cuando estoy por arrancar veo un pedazo de papel sobre el parabrisas.

Joder, ¿Una maldita multa?

La arranco y un escalofrío recorre mi espina vertebral.

No era una multa, sino una nota.


"No confíes ni en tu propia sombra, mi pequeña de ilusiones rotas..."


Hago bola el papel y lo lanzo lejos.

No ahora.


Trepo de vuelta a la camioneta y me pongo en marcha.

Sin embargo, al momento, veo un par de coches seguirme. No le doy mucha importancia, hasta que veo que al par de cuadras, se suma una suburban negra. Joder.

Acelero la camioneta, y al instante, los coches también lo hacen. Doblo en la primera calle y en la esquina vuelvo a repetir el movimiento, doy con una avenida principal, aprovecho la vialidad vacía y arranco la camioneta lo más que me permite. Les llevo unos kilómetros de ventaja, hasta que un coche se cruza por enfrente, giro el volante, esquivando el coche. Alcanzo a escuchar el claxon y las maldiciones del señor. Giro en la primera esquina, sin frenar la velocidad, y nuevamente doblo en un pequeño callejón. Entonces bajo la velocidad, miro por el retrovisor, no me seguía nadie. Los había perdido.

¿Quienes carajos eran?

Espero unos minutos con la velocidad al mínimo, sin salir del callejón, y finalmente cuando considero prudente, vuelvo a la vialidad. No podía ir a casa, ni a ningún otro lado, no quería arriesgarme a que me siguieran. Así que tomo la única opción que tenía.




Parqueo la camioneta frente al cementerio y bajo enseguida. Sigo en automático el camino que me sabía de memoria, hasta llegar a la lápida de mi hermano.

Tiene un nuevo ramo de lirios blancos, y un dibujo de un ángel. La firmaba Logan.

— Me gustaría que pudieses haberlo conocido Bry —suspiro—. Ni siquiera yo disfruto el proceso de su infancia con él.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora