V E I N T I T R É S

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El olor a pintura impregnaba la habitación por completo, las corrientes de aire cálido empujaban el aroma más allá de la puerta abierta

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El olor a pintura impregnaba la habitación por completo, las corrientes de aire cálido empujaban el aroma más allá de la puerta abierta. Y a cada brochazo que daba, el olor volvía, más intenso y penetrante.

Estaba finalmente trabajando con el proyecto que debía entregar a la profesora Torres.

Extiendo mi brazo hacia el plato que reposaba sobre la mesa alta que había acomodado precisamente para sostener mi material, y tomo un trozo de la fruta que Healy había cortado para mí. La jicama humedece mi paladar y enseguida saboreo el dulzor de la misma.

En el transcurso de la semana me lo había pasado trabajando en el proyecto. Tenía la idea y comenzaba a plasmarla.

Esta semana la había sobrellevado bien, dentro de lo que cabe mencionar. Mi rutina se había basado de ir de la universidad, a casa y por las noches salía a correr un rato para relajarme. Posteriormente tomaba una ducha y si así deseaba, trabajaba en el proyecto.

Afortunadamente durante la semana en la universidad no volví a coincidir con la ridícula peli azul. Aunque sí que me topé algunas veces con el chico de cabello oscuro, y a pesar de que pasaba de largo, había algo en su mirada gritando las palabras que su boca no expresaban.

No pretendía presionar tampoco, sabía que lo conocía, mi cabeza intentaba conectar con su persona pero nada volvía.

Uno de aquellos días en la universidad, mientras fumaba un cigarrillo observé aquella motocicleta negra con detalles verdes pasar frente a mi. Había sido el mismo chico de aquel día de la carrera. Por supuesto que no me iba a detener de seguirlo.

Me llevé una sorpresa cuando descubrí sus mechones negros caer por su rostro cuando se quitó el casco. Era él.

Aquel chico me había dado el placer de la justicia y me había llevado de vuelta a casa aquella noche. Sus ojos me observaron, y vislumbré el asombro en ellos. Una sonrisa irónica se extendió en mi rostro y sin decir nada, di una media vuelta y me marché.

Al día siguiente no lo vi, y tampoco lo extrañé.

La alarma de mi celular suena, interrumpiendo mis pensamientos. Sabía lo que significaba; debía ir a terapia. Apago la alarma y dejo de lado la paleta de mezclas. Tomo asiento sobre la orilla del colchón y me coloco las botas.

— ¡Ianthe, es hora! —grita Healy desde abajo.

Me levanto de la cama y tomo del closet un suéter de algodón negro. Cierro la puerta por detrás y bajo trotando las escaleras. Healy me esperaba en la puerta con una expresión serena en el rostro.

— ¿Cómo vas con tu proyecto? —inquiere una vez dentro del coche.

— Bien —me limito a contestar.

El transcurso al consultorio es corto, bajo del coche y con un ademán me despido de Healy, quien arranca el coche luego de asegurarse que he entrado al edificio. Subo al ascensor y marco el piso tres, me recargo sobre una de las paredes metálicas y golpeteo el suelo repetitivamente con la punta de mi bota derecha en un gesto, no nervioso sino de desesperación. Apenas había llegado y ya deseaba largarme de aquí. Las puertas se abren y me obligo a caminar hacia el consultorio, una vez frente a la puerta doy tres toques y espero.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora