«Los monstruos no nacen... los humanos los crean».
A los veinte años, su vida ha sido una guerra silenciosa.
Desde el abandono de su padre, el rechazo de su madre y el peso brutal de la pobreza, aprendió a defenderse como fuera: primero con silencio...
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« Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de ti ».
Friedrich Nietzsche.
« El hombre es naturalmente bueno, es la sociedad lo que lo corrompe ».
Rousseau.
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La vida me traicionó cuando aún era incapaz de cuidarme a mi misma.
Un abandono del hombre que debió ser el primero en protegerme, el rechazo de mi madre por la depresión y un hermano que cargó con la responsabilidad de alimentarme y de cuidarme.
A mis cinco años, comenzaba a comprender el distanciamiento y la omisión de mi madre hacia sus hijos. Mi madre, esa alma que iba apagándose por dentro hasta consumirse por completo.
Mi hermano mayor me educó con lo poco que sabía, ganaba un poco de dinero ayudando a las personas en el súper, cargando las bolsas pesadas hacia sus coches, o bien, lavando los mismos.
Era pequeña para comprender que nuestra vida era miserable, carecíamos de una familia funcional, sin saber el verdadero significado de lo que era. Aún así, conservaba la esperanza de que todo cambiaría, que un día, la suerte estaría de nuestro lado y que mi madre saldría de su lucha interna con la depresión; no era culpa suya, sino del hombre que la había abandonado con dos hijos, y uno de ellos todavía no nacía.
Aprendí lo primero sobre la vida: no todo lo que se rompe puede arreglarse.
La vida y las circunstancias me llevaron a sobrevivir, a luchar por la supervivencia.
Mi hermano me prometió salir de allí, sacarnos de la miseria que nos ahondaba.
La delincuencia nos dio la bienvenida, mi hermano había encontrado que boxear en peleas clandestinas no solo le daba la habilidad de defendernos en casa, sino que también le daba buena pasta cada vez que lograba ganar. Después vinieron las drogas, y la venta de las mismas. Pudimos salir adelante por un tiempo, la vida nos trataba mejor, había crecido lo suficiente para ayudarle a mi hermano a mover un poco de marihuana.
Finalmente, Bryden tomó la decisión de salir del mundo del narcotráfico, a sus veintiún años se enlistó en el ejército con la esperanza de encontrar un poco más de fe en la sociedad.
Años después regresaría, solo para encontrar su muerte, siendo asesinado por el líder del pequeño cartel en el que trabajamos, mismo que dejé para unirme a uno más grande, más poderoso, más cruel.
La ambición me quitó a mi hermano, el desamor ausentó a mi madre, y cuando prometía salir del agujero en el que estaba sumida, el cancer apareció y años después me la arrebató.
A mis veinte años aprendí lo suficiente de la vida para saber que; Si eres pobre, te humillan.
Trabaja un poco más, consigue más dinero y entonces, la gente a tu alrededor se acumula como las hormigas a una migaja de pan.
Ni la sociedad, ni la vida, ni la religión tuvieron piedad con la niña buena que alguna vez fui, la destrozaron, y en su lugar crearon un monstruo.
A veces aunque logres huir, es el infierno el que persigue tus pasos.
Los monstruos no nacen, los humanos los transforman. Y lamentablemente, hoy formaba parte de ellos.
Bienvenido seas a mi infierno.
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Hola, bienvenido seas, querido nuevo lector. Para comenzar a leer te recomiendo utilizar el fondo negro. No es obligatorio pero si deseas una mejor experiencia, adelante... ¡Disfruta tu viaje!