C U A R E N T A Y N U E V E

15 3 2
                                        


La melena rubia de Healy apareció frente a ellos. Una amplia sonrisa se extendió por su rostro cuando vio a Ianthe frente a ella.

— ¿Cómo estás? ¿Te heriste? —señaló la pierna de la joven, Ianthe asintió, maldiciendo internamente no haberse cubierto la pierna.

— Estoy bien, ¿te sientes mejor? —la rubia asintió.

— Desearía volver a casa, es todo.

Xavier saluda a su madre con un abrazo efusivo. Cuando se separan, la mujer se percata del hombre que acompaña a Ianthe. Su rostro se frunció por un milisegundo cuando Xavier le susurró que era el hombre con el que Ianthe salía.

Lucía bastante mayor para salir con una joven de veintiún años.

Aunque bien podría entender a Ianthe, y en su posición, no era la indicada para decirle nada.

Healy se quedó quieta observando al hombre de cabello castaño. Sus ojos marrones bajo unas larga capa de pestañas, tenían un ápice de verde en ellos. El hombre sonrió mostrándole la hilera de dientes blancos.

— Joseph Cabrera, un gusto —se presentó. Healy aceptó la mano que le extendía.

— Healy Morris —respondió ella a cambio. Aprovechó el momento en el que Ianthe y su hijo se alejaron para conversar sobre los intereses del hombre desconocido—. Xavier me contó que sales con Ianthe.

Los pómulos marcados del hombre se sonrojaron ligeramente. La barba incipiente le agregaba un look masculino, y serio.

El hombre asintió levemente.

— Quiero que seas sincero conmigo —le pidió—. ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones con Ianthe? Comprendería perfectamente si...—Joseph la interrumpió de tajo.

— Las mejores.

La conversación terminó en ese momento cuando Ianthe y Xavier se aproximaron hacia ellos.

— ¿Nos vamos? —preguntó Xavier mientras le extendió el brazo a su madre.

La mujer observó a Ianthe con una mirada inquisitiva. Se sintió ansiosa buscando en aquellos iris azules la calma que necesitaba.

— ¿A dónde? No tenemos dónde ir.

Los ojos de Healy se cristalizaron enseguida, la amargura la embargaba por completo. Dios la estaba castigando por haber hecho justicia con su marido por mano propia, había faltado al juramento que hizo en la casa de Dios.

— Es mi culpa —sollozó.

Xavier la sostuvo entre sus brazos, la mujer escondió el rostro en el pecho de su hijo mientras permitía las lágrimas fluir.

— Pueden quedarse en mi casa —musitó, ganándose el interés de la joven—. ¿Qué ha pasado donde se hospedaban?

Había olvidado ese pequeño detalle, Joseph no estaba enterado de la situación que se había ofrecido en el hotel. Y tampoco Ianthe le informó.

Ianthe suspiró con pesadez, miró una última vez a Healy antes de alejarse de ellos con Joseph de la mano.

— He recibido un arreglo fúnebre en mi habitación del hotel —confesó. La mano de Joseph aprieta la de ella con tensión—. La carta ponía mi nombre y la fecha de hoy. Después de eso, hubo dos explosiones en el hotel, afortunadamente alcanzamos a salir ilesos.

— Joder —maldijo él—. ¿Ha sido la mujer de la fábrica, no?

Ianthe asintió.

Los brazos de Joseph la arroparon bajo un fuerte abrazo. Sintió su respiración caliente en la oreja causándole escalofríos.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora