«Los monstruos no nacen... los humanos los crean».
A los veinte años, su vida ha sido una guerra silenciosa.
Desde el abandono de su padre, el rechazo de su madre y el peso brutal de la pobreza, aprendió a defenderse como fuera: primero con silencio...
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Apenas llego a casa de René, Healy me recibe con un plato de comida y una tarta de limón. Había que atribuir los esfuerzos que hacía la mujer por convivir conmigo. Me siento sobre la barra y comienzo a comer, afortunadamente Healy se limita con las clásicas preguntas y las respuestas cortas de mi parte. Comemos en un placentero silencio, hasta que el timbre de la casa avisa que alguien esperaba afuera. Ni siquiera me molesto en levantarme de mi lugar.
No era mi casa. Y tampoco esperaba a nadie en ella.
Healy se disculpa y se apresura a atender la puerta.
Termino con mi plato de comida y hago mi deber de lavarlo.
— Ianthe, te buscan —informa en apenas un susurro.
— No espero a nadie —cierro el grifo y sacudo mis manos, luego, las seco con mi pantalón. Antes de llegar a casa de René me había asegurado de sacar las vendas de mis manos, no deseaba atención ni tampoco preguntas.
— A mí si —indica la voz ronca de Collin. En cuanto lo reconozco, doy la media vuelta encarándolo. Traía un ramo de rosas en las manos.
— Les daré su espacio. Cualquier cosa, estoy arriba —indica Healy, quien no podía estar más emocionada por el estúpido de Collin y su jodido ramo de rosas.
— Llévate tu mierda y vete de aquí. No te quiero ver —espeto, sin siquiera regalarle una mirada.
— Son para ti —indica.
— ¿Cómo diste con la dirección? ¿Cómo llegaste a pensar que deseaba verte? —pregunto fastidiada. Que atrevimiento.
— Eso no importa ahora. Fui un imbécil, lo lamento.
— Muy tarde vienes a pedir perdón. Vete.
— Dijiste que me ayudarías.
— No me importa ahora lo que quieras. Largo.
— Vendré por ti a las siete —avisa antes de dar media vuelta y perderse de mi vista.
Hijo de mil putas.
† † †
Afuera, Collin esperaba impaciente sobre su camioneta blanca. Ni bien apenas me ve, una sonrisa aparece en su rostro.
— Pensé que no saldrías.
— No tenía muchas opciones. O quedarme en casa de René encerrada, o salir con el imbécil de la universidad. Es obvia mi elección.