C I N C U E N T A

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La sala se inundaba en un inquieto silencio, donde se desarrollaba un desafío breve de miradas entre Concetta y Ianthe.

Finalmente, Concetta carraspea su garganta antes de empezar a hablar.

— Se aproxima la navidad —obvió—, la tradición familiar llevaba a cabo una semana completa de cenas y fiestas en una de las fincas de los viñedos en Italia. Hoy solo quedan los recuerdos —musitó con melancolía—. Celebraremos las fiestas navideñas aquí, en Estados Unidos. Invitaré a mis socios y amigos cercanos, te presentaré ante la sociedad —presumió—, por supuesto tendremos que comprarte ropa. A partir de ahora, te vestirás como todo una Lambrusco.

Ianthe asintió.

— Bien —se limitó a responder, sorprendiendo a su abuela.

La mujer había esperado todo un espectáculo por parte de Ianthe, afortunadamente su nieta comenzaba a comprender su lugar.

— Bien —repitió Concetta—. Empezamos hoy. ¡Enzo! —exclamó la mujer, enseguida apareció un hombre trajeado, de facciones pronunciadas, piel tostada, labios gruesos y una mirada penetrante.

— A la orden.

— Llevarás a mi nieta de compras —ordenó—, encárgate de llevarla a tiendas de diseñadores, nada de esa merda que le gusta vestir —pronunció con desdén.

Una sonrisa irónica atravesó el rostro de Ianthe.

— Con gusto, signora.

Ianthe quiso preguntar porque no habría enviado a Joseph con ella, pero prefirió no objetar. La compañía silenciosa del nuevo desconocido le haría bien. El castaño le extendió la mano que aceptó enseguida, ayudándola a incorporarse de la silla del despacho de la mujer. Ambos salieron por el pasillo hasta la puerta principal donde se encontraron con Joseph de frente, que no pasó por desapercibido el agarre de Ianthe sobre el brazo de Enzo.

— Ya la llevo yo —se precipitó Joseph hacia ellos, pero antes de que pudiera sostener el brazo de Ianthe, la voz demandante de Concetta por detrás le interrumpió.

— Joseph, te quedas —le ordenó.

Ianthe no pasó por desapercibido el tono de voz receloso de su abuela. Cuando montaron la suburban, el silencio los acogió de maravilla, eliminando el mal rato en casa de Concetta.

— ¿Tiene algún lugar de su preferencia, signorina? —preguntó el hombre en medio del silencio. Ianthe sacudió la cabeza en un gesto de negación con la vista perdida a través de la ventana.

— Es la primera vez que salgo de compras, detesto las compras —confesó.

— Ya somos dos —coincidió el hombre con una sonrisa.

Por su parte, Joseph miraba a Concetta con los brazos cruzados, atento a lo que fuera a decirle la mujer. Sabía que lo había hecho quedarse por mero placer, no había temas nuevos de trabajo por discutir.

— Seguro disfrutas revolcándote con mi nieta, ¿no? —lo enfrentó.

Los músculos de Joseph se tensaron.

— Antes no parecía incomodarte la idea —el castaño se descruzó de brazos.

— Antes no parecías enamorado, idiota —siseó—, recuerda tu propósito.

— ¡Es tu nieta! Tu propia sangre —le aseveró.

— ¿Crees que eso significa algo para mi? —inquirió a cambio con una amarga risa, vacía de sentimientos—. Maté a mi propia familia por menos. Solo necesito un nuevo heredero, uno que yo pueda moldear a mi gusto. Los demás eran demasiado imbéciles para tomarme en cuenta en los negocios.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora