C U A R E N T A Y C U A T R O

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El enfrentamiento en la fábrica había terminado favorablemente para Aaron, a diferencia de Joseph, que había recibido un roce de bala en el hombro, nada grave.

Los hombres terminaron de revisar la fábrica, asegurándose de que no quedara nadie con vida, salieron de la bodega y le confirmaron la información a Joseph.

— No queda nadie.

— ¿Y la mujer? —preguntó Aaron enseguida, las solas expresiones de desconcierto en aquellos hombres le confirmaron lo que temía; había escapado.

— ¿Tienes idea de quién pueda ser? ¿Cuál es su conexión con Ianthe? —Aaron resopló con pesadez ante las preguntas de Joseph, no sabía nada—. Vámonos, antes de que aparezca la policía.

Aaron no podía estar más de acuerdo.

Bajo las sombras Damon acechaba la casa de Adrien, sus hombres se habían encargado de rodear la construcción y de asegurarse que no hubiera ningún cabo suelto. Se puso los binoculares y apuntó hacia la segunda planta en la ventana que daba hacia la calle, pudo observar el cuerpo pálido de Adrien semidesnudo, entre sus piernas observó el cuerpo delgado de una mujer morena. Era el momento perfecto, debía entrar.

Cruzó la calle y arrojó la colilla del cigarro, sus hombres lo esperaban, uno de ellos le entregó su fusil de asalto. «cobalto», le había apodado él por el característico color gris plateado del arma que se asemejaba al elemento químico.

Entró a la casa con pasos cautelosos, para su suerte, el imbécil de Covach cogía con la música a volumen considerable, por lo que sus pasos fueron amortiguados por el sonido del beat de la canción que sonaba. Subió las escaleras y cuando estuvo arriba, de una patada abrió la puerta de la habitación donde Covach copulaba con la mujer morena. Adrien se sobresaltó, y la mujer entre sus piernas gritó con sorpresa al ver al hombre pelirrojo entrar a la habitación con el arma en la mano mientras se cubría el cuerpo con la sábana.

— Ya te jodiste —gruñó el pelirrojo, Adrien no tuvo oportunidad de defenderse pues, apenas intentó moverse, el hombre les descargó el cargador completo del AK-47.

Veinte balas que perforaron el cuerpo de Adrien, el de la mujer morena y parte del colchón. La sangre y las plumas habían volado por toda la habitación dándole un toque tétrico a la escena.

— Agradece que fue una muerte rápida, cabrón —alcanzó a escuchar el último suspiro de vida de Adrien antes de dar la media vuelta con una sonrisa macabra en el rostro.

Abajo, les entregó el arma a uno de sus hombres y les ordenó ir a encontrarse al lugar de los gemelos.

Aiden acostó el cuerpo inerte de Ianthe sobre la cama, Evan le alcanzó unas tijeras con las que cortó el pantalón de mezclilla dejando sus delgadas piernas desnudas y procurando dejar intacto el torniquete.

— Ojalá que la sangre no te provoque asco porque hoy te toca asistirme —le dijo al pelinegro quien atinó a negar con la cabeza.

— ¿Qué necesitas?

— Unas pinzas, hilo, aguja y alcohol. En la cocina está el botiquín.

Evan salió de la habitación y alcanzó el botiquín para Aiden, el pelinegro le extendió las pinzas al rubio, los dedos de Aiden se aferraron a las pinzas metálicas con el pulso tembloroso. Tomó una bocanada de aire y se tranquilizó, preparándose mentalmente para lo que venía. Acercó las puntas de la pinza y escarbo en la piel, las puntas tocaron el metal, la bala estaba a tres centímetros de profundidad de la piel, las pinzas resbalaron cuando intentó sacar la pieza.

«Joder» maldijo.

Se estaba impacientando, y con eso lo único que lograba era cagarla peor.

Sus piernas tambaleaban en una especie de tic nervioso, Evan lo miraba impaciente.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora