«Los monstruos no nacen... los humanos los crean».
A los veinte años, su vida ha sido una guerra silenciosa.
Desde el abandono de su padre, el rechazo de su madre y el peso brutal de la pobreza, aprendió a defenderse como fuera: primero con silencio...
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Después del episodio traumático lo único que había deseado era pasarlo sola. No necesitaba abrazos, ni tampoco palabras que no servían en nada. Para mí suerte, nadie más volvió a interrumpir la habitación y pude dormir como nunca antes.
Al día siguiente me propuse levantarme de la cama. Había sido un reto difícil, pero no imposible. Mis piernas no conseguían estabilidad total así que tuve que mantenerme apoyada a todo objeto que a mi lado estuviese. Una vez en el baño me despojo de la bata y quito el suero de mi brazo.
La imagen frente a mí causa escalofríos.
El espejo se volvía cruel a la hora de mostrarme la realidad.
Una sutura decoraba la parte superior izquierda de mi cabeza, y restos de lo que fuese un hematoma en mi pómulo derecho. No sé con exactitud cuánto había permanecido dormida pero debió ser por semanas, las costillas alcanzaban a notarse bajo la piel.
— Bienvenida a la realidad —mascullo. Quito la mirada del espejo y prosigo mi camino a la regadera.
No deseaba sumergirme en otro agujero de depresión, era lo último que necesitaba ahora.
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Tres días más tarde, el doctor vuelve con Healy por detrás, anunciando mi alta.
— Se te asignarán tres veces por semana terapia rehabilitativa. Martes, jueves y viernes. ¿Tienes algún inconveniente con los horarios? —niego—. Ahora, deberás tomar reposo por al menos una semana. Evita situaciones de estrés, por el momento.
— ¿Hay alguna guía de alimentación que podamos seguir? —inquiere Healy.
— No hay problema con los alimentos. Evitemos únicamente la carne de cerdo, de ser posible. Sugiero empezar a deshacernos de la venda en el dedo para que finalice el proceso de cicatrización y hay que desinfectarlo mínimo tres veces al día.
— De acuerdo doctor —responde Healy por mí.
— Y si me permiten, nos desharemos de los puntos en la cabeza y el dedo. Será rápido, no tomará ni cinco minutos —se apresura a decir, cuando me ve con intenciones de negarme. No me queda más que mantenerme quieta en mi lugar. Tal como había prometido, no tarda mucho ni tampoco duele nada—. Perfecto, buena chica.