D I E C I N U E V E

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De pronto sentía que los papeles habían cambiado y que de un momento a otro, ahora era John quién controlaba mi vida

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De pronto sentía que los papeles habían cambiado y que de un momento a otro, ahora era John quién controlaba mi vida. Decidí no objetar nada ni indagar más allá de lo que me daba y no por enfrentarlo, sino por mí.

Sabía que detrás de aquel tono seco y duro había algo más. Conocía perfectamente a John lo suficiente para saber que estaba intentando protegerla al pedirle alejarse de Collin, el nombre de aquel hombre rubio.

Aunque no necesitaba ningún tipo de protección, siempre había sabido cuidarme sola.

Después de aquel incómodo momento, decidí encender la televisión y buscar una película o serie que me entretuviera mientras tanto. Afortunadamente estaban dando una serie en maratón de mentes criminales.

— Joder, que astuto —gime John a mi lado cuando se revela la identidad del asesino.

— No lo iban a dejar tan fácil ¿no? —respondo a su lado con burla. Él atina a asentir con la cabeza mientras se incorpora de la silla estirando sus extremidades, después se acerca a mí mientras me rodea con su brazo y apoya su cabeza en la mía.

— No tienes idea de lo preocupado que estaba —gime—. Pensé lo peor cuando no apareciste, solo tu... dedo y una carta.

— ¿Cómo? —pregunto desconcertada.

— René recibió días atrás un paquete que llegó a su oficina, era tu falange y una carta que le dedicaba «al mejor padre» —masculló. Mis puños se apretaron mientras el coraje subía desde mi estómago.

— Fue alguien que me conocía —adivino—. Alguien que sabía lo suficiente la relación con René.

John aclara su garganta mientras retira su cabeza de la mía para verme a los ojos con preocupación inundando los suyos.

— Ianthe, la caligrafía... era igual a la de Sarah.

Su confesión me deja helada.

Los vellos de mi piel se erizan de inmediato mientras veo a John con shock.

— ¡Lo sé, joder! La matamos, es casi imposible —jadea.

Los recuerdos de aquel día llegan a mi cabeza enseguida.

Había citado a Sarah en un almacén que pertenecía a Caín en Chicago, le había asegurado que aquel encuentro sería la despedida.

«No puedo irme sin verte una última vez» le supliqué.

Había accedido por completo.

Estaba lista para cobrar lo que me correspondía. Todas esas noches de horror, y esos momentos de sufrimiento. Todo en absoluto.

John se aseguraría de verla llegar sola, y mantener el perímetro asegurado, sin pájaros en el alambre. Cualquier anomalía me la reportaría de inmediato.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora