N U E V E

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Nueve.— Caín. 

Más tarde ese día, tal como había prometido Caín, llegaron sonando el claxon sus hombres. Había pasado tiempo suficiente como para haber tomado una ducha rápida. Collin apaga la música en la casa mientras yo me encargo de tomar la valija de vuelta. Salimos de la casa cerrando la puerta por detrás, dejo la llave donde la saqué y sin más trepamos a la camioneta.

Collin me ofrece su pecho a modo de almohada cuando me ve luchando inútilmente por mantener los ojos abiertos. ¿Debería? Por supuesto que no, pero de cualquier modo, termino recargándome sobre Collin mientras su brazo derecho rodea mi cuerpo.

Para cuando vuelvo abrir los ojos, la camioneta se encuentra estacionada fuera de lo que parece ser una antigua fábrica de textiles. Me remuevo sobre mi lugar intentando sacarme de encima el pesado brazo del rubio, que a mi lado duerme o dormía pues, al sentir mis movimientos enseguida abre sus ojos. No necesito decir nada para que él comprenda que hemos llegado al lugar de destino y que necesitamos bajar de la camioneta pues, además de que los otros tres hombres ya han bajado; nos están esperando. El aire abraza mi cuerpo con fuerza y el frío cala los huesos, me apresuro a entrar a la fábrica antes de morir congelada aquí afuera. Los hombres detrás de la puerta nos miran, pero solo se limitan a eso pues, saben quién soy. Al fondo veo a Cleon, la mano de Caín. El afroamericano saluda con un asentimiento, siempre fue hombre de pocas palabras por lo que no me sorprende en absoluto.

— Por aquí —indica. Da tres toques a las grandes puertas de metal, y luego de unos pocos minutos las puertas se abren en automático, al otro lado hay tres hombres entrenando con quién sabe cuántos nuevos chicos que se dan la oportunidad de voltear a ver a quiénes han sido los que irrumpen el entrenamiento. Seguimos caminando por detrás hasta llegar a unas escaleras que casi pasan por desapercibido detrás de tantas cajas de desconocidos productos. Cuando estamos a punto de bajar Cleon se detiene de repente, por suerte me alcanzo a detener antes de estamparme contra el atlético cuerpo del moreno, no puedo decir lo mismo de Collin, pues lo siento por detrás—. Caín ha dado órdenes de que seas tú únicamente quién se reúna con él —explica cuándo se ha dado la media vuelta para vernos. Miro a Collin por detrás, esperando que no le incomode quedarse solo por un rato, no debería importarme lo que diga al respecto, sin embargo lo hago.

— Ve —asiento y sin más, comienzo a descender por las escaleras.

El olor a tabaco es lo primero que percibo al bajar por completo a la pequeña estancia. Observo el lugar, una lámpara de luz blanca ilumina —más de lo que debería—, en medio está acomodado un escritorio de madera sobre el cual descansan los pies de Caín. Es entonces que pongo mi atención en él, enfundado en un costoso traje negro, su mano derecha, cubierta con un guante negro de piel sostiene la colilla de cigarrillo que fuma. Su rostro, impenetrable y duro me mira inexpresivo, neutro. La última vez que lo vi lo único que brillaba en él eran sus profundos ojos azules, hoy, su mirada luce cansada sin embargo, el contraste del teñido cabello negro le hace parecer al menos diez años más joven de lo que es, y eso que tiene poco más de los cuarenta y cinco.

— Adelante Ianthe, ponte cómoda —señala la única silla puesta frente al escritorio. Cuando tomo asiento, Caín se acomoda sobre la silla y baja sus pies del escritorio—. ¿Pudiste dar con él? —inquiere, mientras da la última calada al cigarro.

— No..., pero seguiré con la búsqueda y por el dinero...

— Por el dinero no hay problema —aplasta la colilla contra el escritorio mientras sus ojos me miran—, el problema Ianthe, es que sigue vivo.

— Sufrirá —le prometo.

— Sé que será así, el problema es que, se unió a otro grupo contrario, mis muchachos afirman que estuvo manteniendo contacto con Concetta Lambrusco. ¿La conoces, Ianthe? —niego con un gesto— Verás, es la cabeza actual de la mafia que alguna vez perteneció a Dominico Lambrusco, hasta hace unos años ni siquiera yo sabía de su existencia pero, hubo problemas por cuestiones de territorios, mandé un grupo de mis hombres a resolver la situación pero lo único que logré fue desatar el caos. Mis hombres, a costa mía asesinaron al clan de los Lambrusco excepto a Concetta, ella logró escapar, pudo recuperarse de la perdida y al cabo de unos meses, aparecieron mis hombres, o el resto de ellos, en unas bolsas negras. Te cuento esto Ianthe porque el problema se ha convertido en algo personal. Hoy por la mañana llamaron de Chicago, incendiaron las fábricas con varios de nuestros hombres dentro, algunos lograron escapar, otros simplemente ardieron con el lugar. Sabes que en las fábricas más de un hombre se hospedaba con su familia inmigrante. Fueron quemados niños inocentes, joder —su voz había adaptado un tono lleno de ira, de odio—. Y esto gracias al imbécil de Reich. Me temo que si seguimos así, seguiremos recibiendo llamadas del resto de las fábricas avisando de más muertes inocentes. Moveremos las ubicaciones de las fábricas —del cajón del escritorio saca una caja de lo que parece ser un celular y me la extiende—. Quiero que te deshagas del viejo y utilices este celular, así podré rastrearte. Cuando te necesite te haré llegar un mensaje encriptado. Si en algún momento Reich se comunica contigo quiero que me lo hagas saber, lo quiero saber absolutamente todo Ianthe. Te acompañarán dos nuevos reclutados, sé que detestas trabajar en equipo pero necesito tenerte vigilada, eres lo más cercano a una hija que tengo y Reich lo sabe, y querrá aprovecharse de la situación.

— Me mantendré atenta.

— También me gustaría que Logan recibiera entrenamiento —mi corazón da un vuelco—. Reich sabe demasiado, más de lo que debió. Conoce a Xander, y algún día mencionaron lo de Logan frente a él —asiento.

— ¿Lo sabe Xander?

— Lo mantuve al tanto en la mañana, Logan entrenará dos veces al día, toda la semana. Puse dos de mis mejores hombres a su cuidado Ianthe, estará bien —asiento, sin mencionar palabra alguna—. Habrá muchas traiciones a nuestro alrededor Ianthe, en este momento, necesito que demuestres ser esa mujer valiente y calculadora que eres, muchos querrán vernos destruidos —un escalofrío recorre cada parte de mi piel—. Quiero que vigiles de cerca a Damon, luego del asalto en Pascoag dudo que siga confiando en mí.

— Reich fue quién nos traicionó y robó el dinero —digo, sin entenderlo bien.

— Se trata de intereses, Ianthe. Cuándo Concetta le ofrezca lo que busca ten por seguro que Damon nos pondrá en bandeja de plata. Ya lo hizo una vez con Reich, ¿qué la detendrá a poner nuestros socios en contra?

— Me mantendré cerca —le aseguro mientras me pongo de pie.

— Y una última cosa Ianthe —me detengo en mi lugar—, destruye todos sus malditos lugares. Que no quede nada —una sonrisa ladina aparece en mi rostro.

— Ya he tomado ventaja entonces —y sin más, subo las escaleras. 


Caín. 

 

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