«Los monstruos no nacen... los humanos los crean».
A los veinte años, su vida ha sido una guerra silenciosa.
Desde el abandono de su padre, el rechazo de su madre y el peso brutal de la pobreza, aprendió a defenderse como fuera: primero con silencio...
Ianthe se quedó pasmada en su lugar cuando vio el ostentoso arreglo floral de rosas rojas en el baúl negro. Debía haber al menos unas doscientas rosas en el mismo. Joseph la miraba con emoción y brillo en sus ojos, la mujer desconocía la razón de aquel presente pero el sentimiento que afloraba en su interior la hacía sentir feliz.
Joseph se aproximó a Ianthe sin esperar un segundo más, besando sus labios en un beso desesperado. La necesitaba, y hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mucho que lo hacía.
— ¿Y esto? —preguntó Ianthe con sorpresa, aún envuelta entre los brazos del hombre.
— Ianthe, eres la mujer de mis sueños —confiesa—, no pretendo más que las mejores intenciones contigo. El destino cruzó nuestros caminos para conocernos, y no estoy dispuesto a dejarte ir. ¿Aceptarías ser mi novia?
La pregunta resonó como un eco en la cabeza de Ianthe, repitiéndose una y otra vez. La había dejado anonadada, y a pesar de que la atracción por Joseph era mayor de ser solo sexual, se sintió aterrada.
La sola idea de pensar lo que implicaba una relación, le asustó. No se sentía lista para una cursilería de esas, ni tampoco se sintió merecedora de un amor del tipo. La vida se había encargado de arrebatarle hasta la última esperanza de amar y ser amada como alguna vez imaginó de pequeña, aquello se había convertido en un simple sueño que guardó en lo profundo de su mente y de su corazón.
Joseph vio el miedo cruzar por los ojos de Ianthe, aquellos ojos azules se habían perdido en algún punto del salón, absortos en sus pensamientos. Aún no conocía del todo a la mujer entre sus brazos pero sabía que el miedo la atenazaba, lo que le causó un poco de gracia: Ianthe podía matar a sangre fría pero pensar en el amor la dejaba estupefacta.
— Sé que la idea te asusta —le dijo Joseph sacándola de sus pensamientos—, pero mis intenciones son claras. Por favor Ianthe, dime que sientes lo mismo que yo cuando estamos juntos.
Joseph la miró suplicante, el revoltijo de emociones en Ianthe le causaba cosquillas en el estómago. Las palabras no abandonaban su boca, lo único que pudo hacer como respuesta fue besar los labios de Joseph en un beso lento, disfrutando de la sensación de sus labios sobre los suyos. Finalmente se separaron aun sin soltarse de entre sus brazos.
— ¿Eso es un sí?
— No es así de sencillo —le respondió mientras dio la media vuelta y abandonó la estancia.
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Seis días después, Concetta se sumía concentrada en la organización de las fiestas decembrinas. Tenía que quedar todo perfecto si planeaba presentar a su nieta ante la sociedad, debían asistir sus mejores socios y amigos cercanos de los Lambrusco. Quién sabe quizá podría arreglarle un matrimonio con uno de sus socios, eso del teatro con Joseph ya le había colmado la paciencia.