T R E I N T A

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Los hielos dentro del vaso de agua se agitan con escándalo, y las gotas que comenzaban a descender por el vaso mismo, corren hasta terminar aglomerados en el pequeño charco de agua que se había formado bajo el mismo

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Los hielos dentro del vaso de agua se agitan con escándalo, y las gotas que comenzaban a descender por el vaso mismo, corren hasta terminar aglomerados en el pequeño charco de agua que se había formado bajo el mismo.

Agarro el vaso con firmeza y decido acallar el sonido de los hielos contra el cristal.

El hombre escuálido frente a mí me mira con cansancio y sorna. Y al tiempo en el que decide acomodarse las gafas sobre su nariz aguileña comenta:

— No tengo problema alguno si tomamos un descanso. Para que conteste —explica de inmediato.

— No hay tiempo para un descanso —refuto—, Termine de leer y acabemos de inmediato.

Extiendo mi mano hacia el celular que, desde hace más de cinco minutos no dejaba de vibrar y decido silenciarlo. Y sin llegar a ver la pantalla lo guardo en el bolsillo delantero de mi pantalón.

La maldita cabeza me palpitaba de dolor, y el hijo de mil putas del vendedor había decidido leer el contrato antes de firmar.

— ¿Sabe qué? Olvidé las malditas cláusulas. ¿Dónde hay que firmar? —el hombre levanta la mirada del expediente que descansaba sobre la mesa de cristal y me mira con interés.

— Después de esto no habrá espacio para cancelar la venta, pues de ser así no habrá un reembolso —advierte, mientras vuelve al inicio del legajo de hojas que anteriormente leía. Posteriormente me otorga una pluma y me indica los lugares a firmar. Por último lee las cláusulas establecidas. Y finalmente me hace entrega de llaves.

Me pongo de pie y tras estrechar la mano con el vendedor, me acompaña a la salida.

— Les deseo suerte con ese hotel del demonio a usted y su abuelo, señorita Rodriguez —exclama antes de que las puertas del ascensor se cerraran frente a él.

El precio a tratar había sido mucho mejor de lo que esperaba. Había convencido al hombre aquél de bajar una gran suma de dólares cuando presente las pruebas suficientes sobre las razones por las que el hotel no valía su precio en el mercado, y eso era el simple pero largo historial que acontecía al inmueble, y en el que en varias situaciones se llegó a comprometer con la policía. Además, ni hablar del tipo de complejo que era y la zona en la que se ubicaba.

El hotel tenía historia, y sin duda continuaría su relato.

El ascensor termina su recorrido y salgo al lobby del edificio. Alcanzo a escuchar la despedida de la secretaria antes de abandonar el complejo.

El aire húmedo me recibe al salir del edificio, y enseguida me veo en la necesidad de sacarme el blazer blanco que vestía. Me había vestido conforme al personaje que quería interpretar: la niña rica tomando las riendas de su vida, e iniciando un negocio hotelero de la mano de su abuelo. Un hombre de negocios retirado, interesado en invertir y duplicar su capital financiero. Y aquél hombre escuálido, en su urgencia de ganar comisiones por la venta, se lo había tragado todo. Sin necesidad de utilizar la fuerza bruta.

Recuerdo entonces el jodido celular, y las miles de llamadas sin cesar, y es cuando saco el aparato de mi bolsillo y finalmente echo un ojo a las llamadas.

Quince llamadas perdidas de Geoff.

¿Qué demonios quería y cuál era su urgencia por hablar conmigo?

Devuelvo la llamada y enseguida toma línea.

— Maldita sea, Ianthe. Hasta que al fin tomas la puta llamada. ¿Qué demonios has hecho con Tristán?

— Estaba ocupada firmando un contrato —espeto—. ¿Y de qué demonios hablas? ¿Quién es Tristán y por qué mierda debería importarme?

— Será mejor que vengas al fosa. De inmediato —demanda antes de finalizar la llamada.

Maldita sea.



El característico olor a metal de la sangre inunda mis fosas nasales apenas me abro paso en la habitación, que se encontraba a penumbras de los débiles rayos de luz que emanaban las velas, eso, y el ligero olor a vainilla y látex.

Tengo que apoyarme de la linterna del celular para poder tener un amplia vista de lo que había sucedido ahí la noche anterior. Alumbro todo a mi alrededor, hasta dar con el detalle más importante: el cuerpo sin vida de una mujer, a la que extrañamente conocía.

Geoff me mira con recelo y a pesar de que está ansioso por hablar, decide ocupar su boca en el habano que sostenía entre sus dedos.

Cuando decido acercarme más a la cama, veo la causa de la muerte de aquella mujer. Había sido estrangulada con la misma sábana de seda que vestía la cama. Y no conforme con eso, el cuerpo había sido apuñalado un sin contar de veces.

Con rabia, con coraje.

El estómago se hace nudos.

No, no era la primera vez que veía un cadáver. No me asustaba el hecho de su cuerpo, ni del móvil de su muerte. Sino de quién lo había hecho. Y por qué.

— Era de mis mejores putas. Había entrado reciente, pero rápido se ganó su fama —dice, finalmente Geoff sin poder contenerse a sus palabras.

No lo miro, al contrario, quito la mirada del cadáver de la chica y le doy la espalda.

— Encárgate de eso. A fin de cuentas, a eso te dedicas. A limpiar la mierda de los demás —espeto.

Y sin voltear atrás, me marcho de ahí.

Vuelvo a casa caminando, después de todo, necesitaba pensar.

No podía haber matado a esa chica. Lo recordaría. Jamás olvidaba mis muertos, a esos los llevaría conmigo a todas partes, hasta la tumba.

Sin embargo no podía asegurarlo.

Pero todo crimen, deja rastros.

Si la había asesinado, algo habría de encontrar en casa. Una prenda, una mancha.

Esta mañana no me había dado el tiempo para darme cuenta de nada en especial, me había levantado con urgencia al encuentro con el vendedor.

Ni siquiera recordaba como había llegado a casa, ni como me había vestido para dormir.

Al llegar a casa, me apresuro a entrar, y enseguida cierro la puerta detrás de mí. Enciendo las luces y antes de siquiera dar un paso, me dedico a examinar todo a mi alrededor. El suelo, los muebles, las paredes, los techos. Alguna mancha, algo. Sin embargo no hay nada, todo luce como siempre. Polvo por aquí, polvo por allá.

Sacudo la cabeza, y decido que por hoy, no habría mejor manera de cerrar el día más que con una ducha de agua fría. Camino a mi antigua habitación, me deshago de las zapatillas y tras tomar una toalla, me dirijo hacia el baño.

Abro el grifo de agua fría mientras me deshago de mi ropa, y una vez desnuda, entro a la ducha.

Sin embargo mis pies se encuentran con una tela mojada.

En el suelo, tirada, se encontraba la prueba que necesitaba para terminar de convencerme que, fui yo.

La asesina de aquella mujer había sido yo.

Yo la había asfixiado y apuñalado hasta el cansancio. Porque después del rato drogada, había aparecido un momento de ceguera, dónde mi otra personalidad, aquella que detesta las mujeres, las lesbianas, había asesinado sin piedad a Tristán, la puta del cava.

Aquella que por el único hecho de meterse con la mujer equivocada, en el momento equivocado, había perdido la vida.

Todavía no olvidaba a Sarah, y aquella chica lograba asemejarse a ella.

Todavía tenía pesadillas.

Todavía no cerraba ese capítulo en mi vida.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora