C A T O R C E

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La jodida alarma me hace levantarme de un sobresalto

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La jodida alarma me hace levantarme de un sobresalto.

Me froto los ojos y tomo mi celular. Son las siete de la mañana y lo que importa: es viernes.

Camino hacia el baño, abro ambos grifos de la regadera y espero que el agua se temple tal como me gusta.

— ¿Collin? —la voz soñolienta de Natash a mis espaldas me confirma que nunca abandonó mi departamento por la noche, como había esperado que hiciera.

— ¿Qué haces aquí? —la observo de reojo, iba desnuda con el cabello alborotado y los ojos un poco hinchados.

— Creí que nosotros...

— Nosotros tuvimos sexo y fue todo. Vete —respondo tajante.

Cuando termino de ajustarme las cintas de las botas negras salgo a la cocina. En el trayecto me tropiezo con la bola de pelos blanca. Tomo un paquete de galletas para el camino a la universidad y me hago la nota mental de volver pronto para alimentar a Lobo. De momento me limito a darle los restos de una hamburguesa del día de ayer.

Agarro mi mochila y las llaves de la camioneta y salgo del departamento. Si llegaba tarde, el hijoputa de Theodore era capaz de dejarme afuera.

Aparco la camioneta en el primer lugar vacío que encuentro y bajo de la misma con pasos largos y apresurados. En el trayecto me encuentro con varias miradas curiosas sobre mí, seguramente habían presenciado lo de ayer en el auditorio. Cuando llego al aula noto la ausencia de Theo y una sensación de alivio me embarga. Natash me mira con recelo cuando paso junto a ella pero no dice nada solo se limita a ignorarme.

— Collin Allen, ¿tiene unos minutos? —inquiere una voz masculina, sacándome de mis pensamientos. Al levantar la mirada me encuentro a un hombre que rondaba entre los treinta y más; con una placa policial colgando de su cuello. Era el mismo hombre con el que había visto a Ianthe marcharse—. De acuerdo: todos a su casa —ordena, autoritario.

Natash me echa una última mirada cargada de preocupación antes de verla desaparecer por la puerta de entrada. Cuando el aula queda solo para nosotros; el detective camina hacia la puerta y antes de echar una mirada por el corredor, la cierra por detrás.

— ¿En qué puedo ayudarle, detective? —cuestiono mientras estiro las piernas por debajo de mi pupitre, en una posición que me otorgara completa comodidad. El hombre del que desconozco su nombre se acerca lo suficiente como para escudriñar mi rostro.

— Serán solo unas preguntas..., para corroborar el testimonio de su compañera —explica, y yo me limito a asentir en respuesta—. ¿Usted conocía a Xavier Grimes?

— No lo suficiente. Nunca coincidimos, a excepción del día en que lo balearon. Yo acompañé a Ianthe a llevarlo al hospital.

— Bien, ¿sabía usted de la relación que llevaba Xavier con su hermana? Si era buena, o mala.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora