T R E I N T A Y C I N C O

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Capítulo 35. — Tristán, la puta del fosa.

Los hielos dentro del vaso de agua se agitan con escándalo, y las gotas que comenzaban a descender por el vaso mismo, corren hasta terminar aglomerados en el pequeño charco de agua que se había formado bajo el mismo

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Los hielos dentro del vaso de agua se agitan con escándalo, y las gotas que comenzaban a descender por el vaso mismo, corren hasta terminar aglomerados en el pequeño charco de agua que se había formado bajo el mismo.

Agarro el vaso con firmeza y decido acallar el sonido de los hielos contra el cristal.

El hombre escuálido frente a mí me mira con cansancio y sorna. Y al tiempo en el que decide acomodarse las gafas sobre su nariz aguileña comenta:

— No tengo problema alguno si tomamos un descanso. Para que conteste —explica de inmediato.

— No hay tiempo para un descanso —refuto—, Termine de leer y acabemos de inmediato.

Extiendo mi mano hacia el celular que, desde hace más de cinco minutos no dejaba de vibrar y decido silenciarlo. Y sin llegar a ver la pantalla lo guardo en el bolsillo delantero de mi pantalón.

La maldita cabeza me palpitaba de dolor, y el hijo de mil putas del vendedor había decidido leer el contrato antes de firmar.

— ¿Sabe qué? Olvidé las malditas cláusulas. ¿Dónde hay que firmar? —el hombre levanta la mirada del expediente que descansaba sobre la mesa de cristal y me mira con interés.

— Después de esto no habrá espacio para cancelar la venta, pues de ser así no habrá un reembolso —advierte, mientras vuelve al inicio del legajo de hojas que anteriormente leía. Posteriormente me otorga una pluma y me indica los lugares a firmar. Por último lee las cláusulas establecidas. Y finalmente me hace entrega de llaves.

Me pongo de pie y tras estrechar la mano con el vendedor, me acompaña a la salida.

— Les deseo suerte con ese hotel del demonio a usted y su abuelo, señorita Rodriguez —exclama antes de que las puertas del ascensor se cerraran frente a él.

El precio a tratar había sido mucho mejor de lo que esperaba. Había convencido al hombre aquél de bajar una gran suma de dólares cuando presente las pruebas suficientes sobre las razones por las que el hotel no valía su precio en el mercado, y eso era el simple pero largo historial que acontecía al inmueble, y en el que en varias situaciones se llegó a comprometer con la policía. Además, ni hablar del tipo de complejo que era y la zona en la que se ubicaba.

El hotel tenía historia, y sin duda continuaría su relato.

El ascensor termina su recorrido y salgo al lobby del edificio. Alcanzo a escuchar la despedida de la secretaria antes de abandonar el complejo.

El aire húmedo me recibe al salir del edificio, y enseguida me veo en la necesidad de sacarme el blazer blanco que vestía. Me había vestido conforme al personaje que quería interpretar: la niña rica tomando las riendas de su vida, e iniciando un negocio hotelero de la mano de su abuelo. Un hombre de negocios retirado, interesado en invertir y duplicar su capital financiero. Y aquél hombre escuálido, en su urgencia de ganar comisiones por la venta, se lo había tragado todo. Sin necesidad de utilizar la fuerza bruta.

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