CAPITULO 63

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Para alivio de los duques, su hija comenzó a recuperarse en dos semanas; sin embargo, notaron ese ligero cambio de actitud, empezaba a cansarse con frecuencia. Ya no jugaba como solía hacerlo, solo salía al patio a sentarse en una de las tantas sillas de jardín, procurando que la sombra la protegiera de los rayos del sol, sin siquiera moverse para otra cosa.

Solo miraba al cielo y de vez en cuando al suelo, pero siempre se encontraba con los ojos cerrados mientras sentía la brisa en su rostro y el aire purificado. Cuando Mark la invitaba a jugar una partida de bádminton le rechazaba ya que no se encontraba de ánimos.

Anabelle pasaba por su habitación y en el poco espacio que dejaba la puerta entreabierta, pudo observarla mirarse fijamente en el espejo, con el ceño fruncido y apretando los puños. Y tuvo que retirarse al baño en donde azotò la puerta fuertemente. No pudo evitar parpadear por la confusión de tan repentino cambio de humor que tuvo.

— Algo mal pasa con nuestra hija y no me agrada — comentaba al colocarse los pendientes.

— Debe de ser por el estrés, no ha ido a clases y puede que el estar reposando la tenga así

— Cariño, no creo que sea por eso, sè que hay algo mal con ella, debiste de haber visto eso, la mirada llena de dolor y cansancio que tenía al mirarse al espejo, no me gustó nada, y menos ese brusco portazo

— ¿Crees que sea por él? — terminó de colocar los botones de su manga — Por el conde

— No puedo sacar conclusiones hasta que hablemos los dos con ella

— A decir verdad, no quisiera que cambiase así tan de repente, mi pobre y dulce niña — suspira — Tenia la idea de que tal vez fuese la adolescencia, pero, no creí que pegara tan brusco en alguien tan tranquila como ella

— Solo no debemos de presionarla ni interrogarla así de la nada, tiene que ser a su ritmo o Mackenzie no nos va a decir nada

Al mediodía, un carruaje se estacionó frente a la fachada de la mansión. Erick Evenson había llegado y como siempre en sus manos un ramo de flores, esta vez eran violetas, la fragancia tan dulce seguro le gustaría a su amada.

Ingresó al ser recibido por los sirvientes, esperaría en la sala hasta que le informen a la fémina de su llegada, sería demasiado osado y descortés interrumpir en su alcoba, la primera vez que lo hizo al enterarse de su estado de salud, le preocupaba demasiado, el solo verla ahí postrada, mejillas sonrojadas por el cansancio y sin esa fuerza para poder seguir hablando. Tal vez ni siquiera recordaba o no se dio cuenta de que su visita duró hasta la noche, la veía dormir en ratos y ella se disculpaba por eso.

A él no le importaba, solo le sonreía y en ocasiones cuando estaba dormida, tomaba su mano, y acariciaba con su pulgar su muñeca, dorso y hasta sus dedos.

La mano de Mackenzie era pequeña y delgada, sus uñas bien cuidadas y largas, piel suave, sus nudillos tenían un ligero tono durazno, de lo bien cuidadas que se encontraban.

Pero se detuvo en seco al ver al hermano mayor de ella bajar por las escaleras, le daba miedo, no iba a ocultarlo; sin embargo, ese miedo por él iba reduciéndose poco a poco, no iba a ser intimidado, debía de demostrar fortaleza si es que quería ganárselo.

— Adivinaré, vienes a ver a Mackenzie — ni siquiera lo mirò y solo caminó hacia él, con las manos en el bolsillo.

— Así es

— Ha estado de un humor tenso, será mejor que vuelvas otro día — pasó justo a un lado de él pues quería ir también a la sala por sus libros.

— No, me quedaré

Innocent Soul: La Belleza De Un Alma Pura  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora