19.- Cena

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Dove

Decir que odio la casa de mamá sería muy falso de mi parte.

Lo que siento por esta casa va mucho más allá del odio y el desprecio. La detesto más de lo que podría llegar a explicar.

Al vivir aquí y básicamente estar apresada durante los primeros quince años de mi vida, en los que mamá y su familia aplicaron abuso psicológico contra mí, al punto de incluso educarme en casa porque se avergonzaba de tener una hija de color, aprendí lo que el odio significaba. Nunca había sentido tanto odio en mi vida como los momentos en los que pasé encerrada en esta maldita casa del demonio. 

No voy a demonizar a mi madre y a mentir para victimizarme. Jamás me tocó ni un pelo, nunca me golpeó, jamás usó apodos despectivos contra mí (excepto sus hijos, quienes me decían que era hija de su «pecado» y se metían mucho con mi color de piel), pero aún así nunca me trató con cariño o respeto. No recuerdo ni una sola vez que me haya dicho que me amaba, no recuerdo una sola vez en la que me haya defendido. No recuerdo que ella haya actuado como una madre conmigo.

Así que no entiendo el porqué aún siento cariño por ella.

Porque no importa lo que me haya hecho, una parte de mí la quiere, mientras que la otra la detesta con todas sus fuerzas.

No he visto a mi madre desde que me mudé a Nueva York hace cuatro años, por lo que no he pisado esta casa tampoco. Le llamaba una vez al mes, los primeros lunes de cada mes para ser exactos, pero no hablábamos más de dos minutos antes de que quiera estampar el celular contra una pared.

La única vez que hablamos sin que sea de una forma despectiva, fue cuando gané mi primer Grammy a inicios de este año. Llamó para felicitarme, pero se dio cuenta de que yo no iba a aceptar sus felicitaciones. Nunca lo había hecho. Jamás me había felicitado por algo, así que me comporté como una perra con ella.

Después de esa llamada, no hablamos en cuatro meses, hasta que le informé que iba a venir a Salem antes de irme de gira y dijo que quería verme. Se escuchaba honesta, por eso accedí a venir a esta estúpida casa.

Al ver el ladrillo visto y el jardín obsesivamente bien cuidado, me arrepentí de inmediato.

¿Por qué siempre me meto en problemas que no me quiero meter?

Tomo una respiración profunda antes de atravesar ese tétrico jardín y tocar el timbre, el sonido más horrible que me podría imaginar suena por toda la casa, anunciando mi llegada.

Hago una mueca al recordar algunos momentos de mi infancia, cuando su marido se iba por un viaje de negocios, mamá siempre metía a hombres desconocidos a la casa.

Escucho pasos antes de que la puerta se abra y veo ahi a Demi Heyward, mi madre.

Se ve casi igual a como la recordaba, a excepción de unas cuantas arrugas en su rostro y cuello, y tiene la mirada cansada y triste. Su cabello rubio está atado en un moño muy bien peinado, sin dejar ni un solo mechón caer por su rostro. El maquillaje en su cara está perfectamente hecho: Ojos cobrizos, profundizando su azulada mirada, labios rojos y brillantes, rostro perfilado y afilado. Posiblemente puedas cortar algo con su mandíbula.

Yo, en cambio, heredé las mejillas redondas de mi padre y mi mandíbula no es para nada tan afilada.

Me sorprende al ver un brillo de emoción en sus ojos cuando me ve, pero después de un segundo logra disimularlo. Aún así, me mira de pies a cabeza y me preparo mentalmente para que empiece a hacer comentarios de mierda sobre mi ropa holgada y simple, pero me sorprende cuando una tímida sonrisa se forma en sus labios.

Mi Mejor Problema (AD #3) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora