Capítulo XX: Mhysa

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El sol golpeaba con fiereza la espalda del Blackfyre, pero en aquel momento poco le importa eso. Esquivaba a toda velocidad los filosos y rápidos cortes que el arakh contrario amenazaba con provocarle, mientras que balanceaba Fuegoscuro en el aire para ganar más posición. 

—Parece en problemas, majestad— se burló Herrath mirando el enfrentamiento con los brazos cruzados. Los otros dothrakis y Rylon, que también miraban, rieron ante su comentario.

Daemon sonrió internamente, descubriendo que nadie se había dado cuenta de que en realidad él estaba provocando tantas embestidas por parte del contrario sólo para agotarlo y en el momento justo girar hacia su izquierda y colocar la punta de su espada en el cuello Rakharo, casi cortando la barba que tenía allí. 

Cuando efectuó sus movimientos todos quedaron inmóviles, especialmente los dothrakis que no estaban acostumbrados a su combate. Se había movido con tanta rapidez que maldijeron el hecho de pestañar. Rakharo, por su parte, miró con recelo a Herrath por haber hablado, creyendo que él había tenido la culpa de su derrota, a lo que el rubio simplemente se encogió de hombros divertido.

Aquellos encuentros de combate se habían hecho frecuentes mientras más tiempo pasaban juntos. Les servía a todos como métodos de entrenamiento, aunque para los mercenarios era costoso acostumbrarse a la falta de piedad que los dothraki ponían hasta en los entrenamientos. Siempre se alejaban unas decenas, o incluso centenas, de metros del campamento, en donde nadie podía molestarlos a no ser que sea una urgencia.

Dragon Negro— dijo un inmaculado en alto valyrio cuando se acercó a los guerreros —, la Madre de Dragones ha solicitado su presencia. Ha dicho que lo esperará al fin del camino por el bosque de abedules y el risco de arenisca.

Gracias asintió hacia el soldado, el cual simplemente se giró y regresó al campamento con un paso lento —. Será mejor que no haga esperar a la reina. 

Con pereza recogió la vaina de Fuegoscuro del suelo e introdujo la hoja dentro. Se despidió de los demás y caminó lo más rápido que pudo hasta su tienda. El desierto tenía clima pesado a esas horas y haber estado entrenando durante largos periodos de tiempo siempre pasaban factura a las piernas del platinado. 

—¿Qué estudias ahora?— le preguntó a Edavro en cuanto entró a su tienda y lo vio con la cara metida en las páginas de uno de sus viejos libros.

—Haldon me dijo que leyera sobre la conquista de Dorne— respondió el niño, poniéndose rápidamente de pie y haciendo una respetuosa reverencia —. Al anochecer hará que se la relate mientras me enseña a jugar Cyvasse. 

—Te advierto, es un tramposo— dijo mientras recogía de encima de su cama una camisa blanca de tela fina. Luego, se colocó alrededor del cuello una larga tela que funcionaba de capucha, pues Ser Jorah les había advertido que no era bueno que sus enemigos supieran en donde estaban, y teniendo en cuenta la escasez de personas con su cabello, lo mejor era cubrirse. 

—¿Irá con la reina?— Daemon asintió — Escuché que irían a las afueras de Yunkai para ver su cantidad de hombres con Ser Jorah.

—Se lo he dicho cientos de veces— recordó poniendo los ojos en blanco —. Sigue leyendo, aunque parezca aburrido la Conquista de Dorne es un hecho primordial para los Blackfyre— ató la vaina de su espada al cinturón de su cintura y salió de la tienda con seguridad. 

Tal y como le había indicado el inmaculado, debía cabalgar a través del bosque de abedules y por un empinado risco de arenisca hasta llegar a Daenerys y Ser Jorah. Ambos estaban a lomos de sus caballos, por lo que él detuvo a su Sombra junto a la yegua Plata de la reina.

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora