Capítulo VI: El Rey del Norte

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El sol comenzaba a descender en el horizonte, arrojando una luz dorada sobre el campo de batalla. Las sombras de los caídos se alargaban, creando una macabra danza de oscuridad entre los cuerpos inertes. Daemon caminó entre ellos con paso firme, su armadura tintineando con cada movimiento, mientras su mente repasaba cada estrategia empleada y cada confrontación cuerpo a cuerpo.

Tarareaba la famosa melodía de las Lluvias de Castamere, burlándose de aquella canción hecha como himno para los Lannister. Los lamentos de los heridos resonaban en el aire, formando una sinfonía desgarradora que contrastaba con su canto. 

Frente a los prisioneros Lannister, sus ojos, de un violeta acerado, escrutaron la desolación en sus rostros. Lores y caballeros, una vez altivos y seguros de sí mismos, ahora se encontraban reducidos a meros prisioneros de guerra. El silencio entre ellos resonaba con la pesada carga de la derrota.

Daemon, con una serenidad que contrastaba con la ferocidad de la batalla, evaluó la magnitud de la derrota de sus enemigos. Se preguntó si, en ese momento, algunos de aquellos hombres derrotados contemplaban el precio de su lealtad a la Casa Lannister y reflexionaban sobre las decisiones que los habían llevado hasta ese punto.

—Su lealtad a la casa Lannister los ha dirigido a este destino —comenzó a hablar, con sus manos reposadas en Blackfyre —. Su lealtad a mí, no obstante, los llevará a algo mejor. Serán perdonados. Podrán unirse mis filas y ser parte de mi pueblo —Jon estaba su lado, atento a lo que decía y a reconocer a los hombres que veía —. Arrodíllense, júrenme lealtad y obtendrán sus recompensas. Tendrán sus títulos, sus tierras y sus nombres. 

El silencio pesado fue roto por murmullos entre los prisioneros. Algunos intercambiaban miradas inciertas, mientras otros mantenían la mirada fija en el suelo. Sabían que sus elecciones en ese momento definirían el curso de sus vidas.

—¿Y si no lo hacemos? —preguntó un prisionero.

—Arderán —respondió Daemon con crudeza —. Las opciones no son variadas, así que espero elijan la correcta. 

Mientras los prisioneros asimilaban sus palabras, miró a Viserion a un lado de ellos. Sonrió al pensar que era sólo un dragón de tres, y ni siquiera era el más grande. Su ejército era uno de seis. Si así era todo, entonces el consejo tenía razón, en poco tiempo tendrían los Siete Reinos.

Cuando regresó su vista a los prisioneros, la mayoría estaba de rodillas, sin atreverse a mirarlo a él o a su dragón. Sin embargo, un hombre yacía firmemente de pie con un joven muchacho.

—Venga al frente, milord —le pidió amablemente —. ¿Cuál es su nombre?

—Randyll Tarly.

—¿Decide morir en nombre de Cersei Lannister, lord Tarly? —el hombre asintió con seriedad —. Bien —le hizo un gesto a sus soldados para que dirijan a un lado a todos aquellos que no se arrodillaron. 

—Yo también —el joven que estaba a un lado de él dio paso al frente —. Soy Dickon Tarly, su hijo.

—Es una pena que sea el honor de tu padre lo que controla tus decisiones —dijo Daemon, de quien se esperaba algo más de diálogo al respecto, pero sólo aceptaba lo que cada prisionero elegía —. Pero eres libre. 

Los soldados fueron llevados frente a Viserion, quien los inspeccionó uno a uno con deleite. Bastó con una simple orden de Daemon para que el dragón dejara salir su fuego, consumiendo a todos aquellos leales a la reina Cersei. Mientras, los que se rindieron miraron horrorizados la escena.

—Su rendición no significa el fin, sino el comienzo de una nueva realidad —añadió Daemon con calma, mirando a los rendidos —. Pero no espero lealtad ciega. Deberán ganársela.

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora