Capítulo VIII: El Muro

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La mañana siguiente, Daemon Blackfyre se despertó más temprano de lo habitual, envuelto en un sudor frío que le hizo sentir la piel pegajosa y pálida. A pesar de sentirse mal, decidió levantarse, sintiendo la necesidad de recorrer el castillo de Winterfell.

Vistiendo ropas oscuras y una gruesa capa que contrastaban con la blancura de la nieve que cubría el exterior, Daemon se aventuró por los pasillos del castillo. La luz tenue de la madrugada iluminaba los corredores, revelando la arquitectura robusta y las paredes de piedra que contaban historias silenciosas.

A medida que avanzaba, el eco de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, creando una sensación de soledad que reflejaba su estado de ánimo. El frío del Norte se filtraba por las rendijas de las ventanas, recordándole la crudeza del invierno que se avecinaba.

En su andar, el dolor en su costado herido se intensificó, obligándolo a detenerse. Se apoyó en una pared, luchando contra la incomodidad que le embargaba. Fue entonces cuando, entre susurros de dolor, percibió una melodía tenue y melancólica que flotaba desde una de las habitaciones cercanas.

Jenny de Oldstones.

Siguiendo el sonido, Daemon se acercó con cautela hasta la puerta entreabierta. La melodía resonaba como un eco del pasado, y el dolor en su abdomen parecía armonizar con la suavidad de la canción. La puerta crujió levemente al abrirse, revelando una tierna escena.

Una joven de cabellos castaños que caían en suaves ondas, sostenía en sus brazos a un niño no tan pequeño. A pesar de la edad del infante, la melodía de su canción parecía tener el poder de calmarlo, creando un ambiente de serenidad en la habitación. Sus ojos azules reflejaban una mezcla de ternura y concentración mientras cantaba, meciéndose alrededor de la habitación.

Daemon, aún afectado por el malestar, se recostó contra el umbral, dejándose envolver por la melodía que parecía quitarle el dolor. La mujer continuó su canción, ajena a la presencia del monarca.

Él cerró los ojos, disfrutando ese momento antes de tener que zambullirse en sus responsabilidades.

—Majestad —la chica detuvo la canción al percatarse de la presencia de Daemon, mirándolo con una mezcla de sorpresa y vergüenza.

—Por favor, no te detengas por mí —instó, haciendo una seña con la mano para alentarla a continuar.

Ella sonrió tímidamente y volvió a entonar la melodía desde donde la había interrumpido. No le quedaba mucho más por cantar. Y al concluir la canción, la joven se aseguró con cuidado de que el niño en sus brazos, aparentemente ayudado a conciliar el sueño, estuviera cómodo. Con gestos delicados, lo recostó suavemente en el catre que tenía a su lado, asegurándose de no perturbar su tranquilo descanso.

—Tienes una hermosa voz —susurró Daemon cuando ella se alejó del niño, acercándose a él.

—Gracias, Majestad —le respondió, haciendo una fugaz y elegante reverencia —. Lamento si lo desperté.

—Tranquila, no fuiste tú —Daemon enderezó su postura, pues parecía a punto de caerse, y le sonrió amablemente —. ¿Cómo es tu nombre?

—Soy Talia, Majestad, Talia Forrester.

—¿De Ironrath? —preguntó, a lo que ella asintió —. Un placer, Lady Talia. Yo soy Daemon.

Talia no pudo contenerse de reír.

—Lo sé, milord. Debe ser el hombre más famoso del mundo —dijo —. Aunque creí que se habría ido con el rey Jon.

—¿Con el rey...? —se detuvo a sí mismo antes de terminar, dando por hecho lo que se cruzó por su mente —. Si me disculpa, lady Talia. 

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora