Capítulo XXXVIII: El pueblo de la reina

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Por las empedradas calles de Meereen, dos inusuales figuras se paseaban con total libertad. Uno era Daemon, vestido con harapos modestos y encapuchado para que su cabellera no fuera vista. Bajo aquella desdichada túnica guardaba su espada, la cual sostenía con cada paso que daba.

A su lado, quien no se quedaba atrás en peculiaridad era Tyrion. El enano, que portaba ropas igual de ordinarias que el rey, miraba a su alrededor con rapidez y análisis. Ambos intentaban mezclarse entre los libertos, pero tampoco había muchas personas en las calles desde lo ocurrido.

—¿Qué se supone que quieres hacer?— preguntó el platinado mientras bajaban por una rampa a la zona más pobre de la ciudad. 

—No podemos ayudar a la ciudad desde la cima de una pirámide de trescientas varas, Majestad— dijo con obviedad el Lannister —. Debe conocer a su pueblo, de lo contrario, ¿cómo los gobernará?

—Ellos no son mi pueblo, son el pueblo de la reina. 

—¿Y dónde está la reina? Si no me equivoco usted está como rey regente, por lo tanto, ellos deben confiar en usted mientras la encuentran.

Continuaron descendiendo hasta que Daemon no pudo evitar detenerse al ver una escena que lo desgarró. Una madre a medio vestir intentaba darle del pecho a su pequeño bebé el cual apenas parecía tener carne, pues sus huesos resaltaban, y este lloraba sin parar, rechazando la leche materna.

—¿Tienes oro?

Tyrion no necesitó pronunciar una palabra. En su lugar, se aproximó a la afligida mujer y, en confuso alto valyrio, le ofreció algunas monedas. Sin embargo, en lugar de aliviar su angustia, este gesto hizo que la madre malinterpretara las intenciones del enano, creyendo que pretendía comprar a su hijo para consumirlo.

Lo que quiere decir— intervino Daemon, quitándose la capucha para que lo reconociera —, es que reciba este oro para alimentar a su hijo.

Al escuchar el fluido valyrio del rey, su rostro se transformó en una expresión de agradecimiento. Él se cubrió nuevamente con su capucha y prosiguió su camino junto al enano sin mirar atrás a la mujer.

—Qué noble gesto— dijo Tyrion.

—¿Ayudarte para que comprendiera lo que querías decir?

—Puede que aún sea un principiante con las lenguas del este, pero sé identificar cuando los reyes son astutos o nobles.

—¿Acaso te dedicas a identificar reyes?— preguntó evitando la calle del mercado para adentrarse en unos callejones —. Ayer dijiste que querías saber de qué lado cayó mi moneda, ahora quieres saber si soy astuto o noble. ¿Has llegado a alguna conclusión?

—Bueno, más allá de que es una opinión que se va transformando día tras día, hasta ahora puedo decirte que eres un hombre justo— apuró sus cortas piernas para seguir el ritmo del platinado —. Pero sé que algo de locura debes de tener. Eres temperamental, pero sigues aquí sin ir a buscar a tu esposa. Un hombre temperamental enamorado hubiera ido tras ella el segundo en el que se marchó.

—Jamás dije que la amara. Nuestro matrimonio no es más que un pacto de paz.

—Pero imagino que cree en el destino.

—¿Qué destino?

—El destino de Daemon Blackfyre y Daenerys Targaryen— dijo con elocuencia, pero Daemon lo miró con una ceja alzada —. El primer Daemon amó a la primer Daenerys, incluso se rebeló contra el reino de su hermano porque Daeron la había casado con un dorniense. Su amor fue prohibido. Pero luego están ustedes. El último Blackfyre y la última Targaryen, unidos por la misma razón que separó su dinastía. Unos dirían que es coincidencia, otros que es el destino, o tal vez una cruda broma de los dioses.

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora