Capítulo XXXXI: El Mar Angosto

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Daemon se había preparado para emprender viajes similares en innumerables ocasiones, y ahora que finalmente tenía la oportunidad, había delegado todas las tareas en sus sirvientes. Ya no tenía que cargar sus pertenencias ni ocuparse de la preparación de su equipaje, pero sí le preocupaba que Daenerys se sintiera cómoda y que se asegurara de que la comida de los dragones estuviera correctamente abastecida.

Los hermanos Greyjoy se dedicaban minuciosamente a garantizar que la flota estuviera meticulosamente preparada. Las emblemáticas insignias de krakens que solían ondear en los barcos habían sido reemplazadas con gran ceremonia por las majestuosas figuras de dragones; sus estandartes, ahora adornados con los distintivos Targaryen y Blackfyre, ondeaban con un orgullo imponente; y las velas, con un cuidado artesanal, lucían el impresionante dragón tricéfalo. Notablemente, ninguna voz se alzaba en desacuerdo con esta transformación.

—¿Dónde descansarán?— se preguntó Daemon al ver a los dragones volar encima de los barcos. 

—Ellos encontrarán alguna isla, incluso tal vez lleguen a Dragonstone antes que nosotros— respondió Dany, sobando el hombro de su esposo con cierto afecto que pocas veces demostraban —. Pase lo pase, regresarán a nuestro lado. Lo sé.

Desde lo lejos, el platinado logró ver la majestuosidad de la montura que Drogon llevaba en su lomo. Era la que él le había regalado a su esposa el día de su boda, pero no fue hasta entonces que el dragón hubiera crecido lo suficiente para llevarla.

 —¿Crees que Daario es el indicado para gobernar la ciudad?— preguntó ella.

—Él sabe más de Meereen que nosotros, las personas prefieren a alguien de su propia cultura— dijo mientras volteaba a la mesa del desayuno, terminando el contenido de su copa de vino —. Estoy seguro de que la Bahía de los Dragones dejará de ser un problema para nosotros.

—Majestad— un mensajero interrumpió su conversación, dirigiéndose a Daemon —. Los soldados están esperándolo. 

—Iré en un minuto— al irse el mensajero, se acercó a Dany y le dijo: —. Sé que amas a estas personas, pero tu destino está en Westeros.

Luego de despedirse de su esposa, el platinado se dirigió al campamento de los capas negras, quienes lo esperaban formados. Las filas estaban alineadas como una muralla inquebrantable, reflejando la dedicación y entrenamiento riguroso que habían recibido. Cada soldado mostraba un porte firme, con el mentón en alto y la mirada fija en el horizonte.

El sol pintaba con tonalidades doradas las armaduras negras y plateadas, centelleando en las espadas y lanzas que portaban. Los escudos, grabados con el símbolo del dragón tricéfalo, reflejaban un sentido de unidad y propósito compartido.

Daemon se alzó frente a ellos, caminando de un lado a otro para que sus palabras llegaran a todos ellos. Y entonces, comenzó: 

—Hoy, después de tantos años, hoy es el primer día en el que nuestro destino comienza— dijo —. Regresaremos a donde pertenecemos, donde siempre debimos estar, donde nuestro legado será tallado en la misma piedra que protege nuestro reino. Aquí somos bastardos, segundos hijos, nobles, lores, plebeyos, mayordomos, exiliados, pero sobre todo, somos herederos de dragones. Estamos hechos del fuego que palpita en nuestro interior, ese ardor que late con la pasión de mil soles. Llevamos la sangre de los grandes que vinieron antes de nosotros— se detuvo por unos segundos —. ¡Levántense, guerreros! Hoy nos convertimos en leyenda, hoy nos convertimos en la tormenta que asolará los corazones de nuestros enemigos. Que la llama de nuestros dragones ilumine nuestro camino y que el viento de la victoria hinche nuestras velas. ¡Zarparemos juntos hacia nuestro destino! ¡Por el fuego, por la sangre, por Westeros! ¡Que los dioses nos guíen y que la historia nos recuerde con honor y fiereza!

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora