—Lo único que espero...— comenzó a decir Herrath cuando finalmente alcanzó a Daemon y Rylon al frente del ejercito —... es que este mocoso sea Aegon puto Targaryen— el rubio estaba exhausto debido al insoportable calor.
La Compañía Dorada cabalgaba en dirección a Qohor, la ciudad de los sacerdotes, en donde el espía de Rylon había dicho que se dirigía Aegon y su reducido ejercito. Habían comenzado el viaje hacía ya varios días, y el camino que tomaron era uno secundario, para evitar que los vieran, a pesar de que no era sencillo ocultar a doce mil hombres.
Tenían todas las provisiones que necesitaban para la travesía, pero eso no lo hacía menos agotador. Daemon no quería malgastar ningún minuto, por lo que los descansos nocturnos siempre eran alrededor de tres o cinco horas, depende que tan duro había sido el día, y posteriormente reanudaban el paso antes de que el sol comenzara a salir por el horizonte.
Herrath miró a su derecha luego de hablar, esperando alguna respuesta por parte del platinado, pero este parecía que ni siquiera lo había oído. Miró a Rylon, quien estaba del otro lado de Daemon, pero el castaño se encogió de hombros sin saber qué ocurría.
Nuevamente, Herrath observó a Daemon. El Blackfyre estaba lomos de su semental negro, el cual vestía los colores de su casa, mientras que el rey, debido al calor, tenía encima una túnica negra ligera que dejaba su pecho al descubierto. Este tenía sus ojos clavados al frente, sin expresión alguna, como si estuviera esperando que apareciera mágicamente algo, después de todo, estaban en medio del desierto.
Sus platinados mechones volaban en el viento con cada galope que daba aquella sombra negra, pero él parecía, simplemente, dejarse llevar. Sus dos amigos volvieron a mirarse, pero decidieron ignorar su comportamiento, como solían hacerlo cuando él estaba de malhumor. Sin embargo, lo que ellos no sabían era que malhumor era lo último que el joven rey sentía. Su cabeza no podía parar de sopesar sobre el sueño que tantas veces había tenido desde esa noche en las playas de Tyrosh, en donde él aparecía gritando a las puertas de un castillo en la nieve y luego una llamarada lo llevaba frente al Trono de Hierro.
Daenerys... En algún lugar de la Bahía de los Esclavos...
Daenerys, con Drogon a su hombro, intentaba comprender qué era lo que Ser Jorah le explicaba acerca de las noticias que había oído sobre Essos, pero ella, al igual que cierto platinado a kilómetros de distancia, no podía quitarse de la cabeza aquella visión que tuvo en la Casa de los Eternos en Qarth; pues, luego de haber estado en una tienda dothraki con su difunto esposo y su pequeño hijo, a la khaleesi la atrajeron llantos desde el exterior, lo que la alertó, pues antes de que ella entrara fuera estaba nevando cruelmente. Sin embargo, al salir, se encontró con un largo pasillo de piedra negra maciza.
El lugar era frío, pero acogedor a la vez, con antorchas en las paredes que la seguían hasta una habitación, la única que había en todo aquel pasillo, por lo que, tímidamente, empujó la puerta entreabierta de roble e ingresó. Se encontró con una habitación común y corriente, con una cama enorme, una biblioteca, un escritorio, un gran balcón y una cuna, de la cual provenían los llantos.
Asustada, ella se acercó, pensando que aquel bebé podría estar sufriendo. Pero cuando se asomó, allí halló dos pequeños, de tal vez días de nacidos. Ambos estaban abrazados, pero no paraban de llorar, a sincronía, desconsoladamente. Esto la hizo sufrir, no sabía porqué, pero escucharlos le daba una fuerte punzada en el pecho, en el corazón.
Daenerys había intentado consolarlos, haciéndole caricias en el cuerpo, no quería verlos sufrir, pero ellos parecían no cesar, cuando, entonces, escuchó el grito desgarrador de un hombre, proveniente del balcón. Pensando que tal vez ese hombre podría ser la razón del llanto de los bebés, Dany, valientemente, corrió en dirección al balcón, sólo para encontrarse una figura masculina en el suelo, de rodillas, con ambas manos ensangrentadas a sus costados. Estaba sufriendo, de la misma manera que aquellos bebés. ¿Serían los hijos de ese hombre?
ESTÁS LEYENDO
El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»
Hayran Kurgu"¿Y tú quién eres?" dijo el orgulloso lord. Así comenzaba la melancólica melodía de las Lluvias de Castamere, una canción conocida por muchos como el himno de la casa Lannister. Al oírla, era de suponer que algo malo pasaría. Eso ya no ocurría con c...