Capítulo IV: El rey dorado

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El dragón atravesó rápidamente el campamento que pisadas fuertes y largas, queriendo llegar lo más rápido posible para tener algún tipo de respuestas. Y en cuanto llegó a la tienda principal, en donde todos los comandantes solían reunirse, pudo ver como había un cuerpo inerte encima de la mesa central, con algunos hombres alrededor.

—¿De qué murió?— le preguntó a Haldon, quien observaba desde cerca las pupilas del fallecido.

—Aún no lo sé— contestó el hombre —. No he hallado ninguna herida, ni marcas de estrangulamiento, tampoco tenía enfermedades.

—¿Veneno?— sugirió Herrath.

—El único veneno que no deja evidencia instantánea en el veneno de mantícora. Debería esperar algunas horas para ver si su sangre se torna negra, pero eso sólo atrasaría todo.

—Tú encárgate de saber qué lo mató, nosotros nos encargamos de lo demás— sentenció Daemon, refiriéndose a él y a los demás comandantes a su lado —. Ayudemos a Haldon a mover los cuerpos a otro sitio— cada uno tomó por un extremo las camillas improvisadas en donde estaban los cadáveres, hasta que el platinado se dio cuenta de una clara ausencia entre los comandantes —¿Dónde está Connington?

—¿Quién?

—Griff— corrigió rápidamente, aunque todos se le quedaron mirando con confusión

Nadie dejó pasar la equivocación, y a Daemon le dolía demasiado la cabeza como para discutirlo, por lo que les explicó todo a los comandantes acerca de Aegon y Jon mientras que los ocho hombres ayudaban a llevar los cadáveres a una tienda alejada del campamento, dándole la libertad a Haldon para que pueda estudiarlos de la manera más tranquila posible.

Todos buscaron a Jon y a Aegon, pero nadie los encontró, y cuando fueron a su tienda allí estaban todas sus cosas, por lo que las sospechas de una escapada rápida aparecieron, mientras que otros también eran fieles a la idea de que podrían excusarse con algo no tan drástico como una huida. Pero todos prefirieron dejar el debate para la reunión de la tarde que acordaron, la cual, a los ojos de muchos, fue eterna.

—Estamos aquí para elegir un capitán no para debatir qué hace Griff, o Jon Connington, cómo se llame— se quejó uno de los comandantes, Royland, el más ebrio de todos.

—Royland tiene razón— lo apoyó Harry Strickland, poniéndose de pie frente a la fogata central —. Debemos elegir un nuevo líder, y yo creo que tiene que ser uno capaz. Cuya familia haya estado en la Compañía Dorada por generaciones, que tenga la experiencia suficiente...

—Por eso— lo interrumpió Rylon, mientras se levantaba, sabiendo que en realidad Harry hablaba de sí mismo —, la mayoría estamos de acuerdo en que el nuevo líder debe ser el hombre a quien se ha preparado todos estos años para el puesto — dio un rápido vistazo alrededor, y luego señaló a Daemon, que lo miraba incrédulo, ¿qué se supone que hacía?

—¿Y qué dices del verdadero heredero a los Siete Reinos?— se escuchó la gruesa voz de Griff, o bueno, Jon entrando por la tienda, seguido de Aegon, ambos con sus cabellos naturales, rojizo y platinado —. Aegon de la casa Targaryen, sexto con el nombre, hijo del príncipe Rhaegar Targaryen y la princesa Elia Martell, legítimo rey de los Andalos, los Rhoynar y los Primeros hombres, Señor de los Siete Reinos y protector del Reino— lo presentó, mientras que el joven detrás suyo con un ropaje de los colores Targaryen se llevaba todas las miradas.

—Eso me recuerda a alguien— comenzó nuevamente Royland, después de darle un largo trago a su bota de vino —"Yo soy Viserys Targaryen, el legítimo rey de los Siete Reinos...y blah, blah, blah"— luego de sus palabras, se escucharon todas las risas de los presentes inundaron la tienda.

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora