Capítulo X: La Triarquía del Dragón

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A la lejanía, por el norte, Daemon lograba divisar la silueta de nueve jinetes. Estaban en medio de las Tierras de la Discordia, literalmente, esperando a que las tres personas que él había designado como consejeros aparecieran. 

Había ordenado el levantamiento de una pequeña tienda de color rojo que pudiera hacer el papel de sala de reuniones mientras estuvieran allí. Esa sería, oficialmente, la primer audiencia de la Triarquía del Dragón, como la había llamado Daemon, simplemente para darle un toque personal. Desde Myr, Rylon debía llegar con Alario, a quienes ya veía acercarse. De Tyrosh estaba Syranio, ya sentado en su respectivo sitio en la mesa, al igual que Phiorna, una leal pirata que Daemon había conocido tiempo atrás, que ahora representaba a Lys. 

El rey, sentado en la punta de la mesa, esperaba que Alario se sentara finalmente, dando comienzo a la reunión. Sin embargo, para Daemon, la mesa estaba incompleta. No era un consejo digno de un rey.

—¿Saben qué?— probablemente se arrepentiría de lo que estaba por hacer, pero lo había pensado desde hace tiempo, y debía ser así — Alguien traiga a Connington. Es la nueva Mano del Rey. 

—¿Qué?— se preguntaron todos, alarmados. 

—En su momento fue Mano del Rey, sabrá hacer su trabajo— explicó con seguridad, dándole una severa mirada a quien quisiera oponerse ante su elección, por lo que rápidamente los guardias que allí estaban fueron tras el prisionero. 

Estaba muy seguro de que era una buena idea, pues Jon era un hombre noble, y no traicionaría al rey para el que servía. Le rezaba a los dioses para tener razón, porque de no ser así, probablemente estaría cometiendo el grave error que lo llevaría al fracaso. 

—Majestad— saludó Oberyn entrando en la tienda con una sonrisa satisfecha. Caminó hasta una de las sillas vacías y se sentó ahí, recibiendo miradas inquisitivas por parte de todos, salvo de Daemon, quien le agradeció con la mirada el hecho de estar apoyándolo allí.

Por supuesto que ese consejo aplicaba simplemente para las Tierras de la Discordia, porque, a pesar de tenerles cierto aprecio, Daemon jamás llevaría a mercenarios, mercaderes y piratas a la silla de su consejo real. Con la excepción, claro está, de Herrath y Rylon, a quienes sin duda convertiría en lores en cuanto tenga el poder.

—Bien, mientras esperamos la presencia de Jon, comenzaré diciendo que crearemos caminos en las tierras entre las tres ciudades, uniéndose aquí con una ruta comercial hacia Volantis— señaló desde su lugar la ubicación en donde pensaba hacer todo, pero fue interrumpido por la llegada de los guardias con el prisionero —. Justo a tiempo. Siéntate, Jon. 

—¿Qué?— preguntó confundido, después de todo, estaba durmiendo cuando los guardias llegaron a su tienda.

—Eres la nueva Mano del Rey— le explicó el platinado sin una pizca de expresividad en su rostro, queriendo que el contrario sepa que hablaba en serio —. Toma tu lugar en la mesa— ordenó, haciendo un gesto hacia la silla que uno de los sirvientes había colocado, justo en el otro extremo. 

Con lentitud, y sin saber qué estaba ocurriendo, el westerosi acató la orden, sentándose donde se le fue indicado, y continuó por mirar a los demás, quienes parecían igual de confundidos que él. Oberyn mataría a todos los dioses con tal de comprender qué era lo que sucedía en la cabeza del dragón.

—Como decía, las rutas de comercio— las señaló nuevamente en el mapa —. Son la mejor manera de conseguir recursos. Debemos tener una relación estrecha con Qohor si queremos madera para nuestros barcos, de los cuales, por cierto, quiero que su construcción comience inmediatamente— Phiorna sabía que ella debía encargarse de ello, por lo que ese mismo día le escribiría una carta a su esposo, Vincant, uno de los piratas más reconocidos. 

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora