Capítulo XII: La Batalla Gris

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Con el resplandeciente sol asomando por el este, los seis mil hombres comandados por Daemon se mantenían ocultos en los bosques de Qohor. Una leve niebla los rodeaba, poniendo nerviosos a los más supersticiosos, pues claro que sabían de los rumores sobre los hechiceros de aquella ciudad. Y la temperatura, al contrario que en la mayor parte de los lugares de Essos, era frío, casi helado, y por supuesto que todos lo asociaban a lo oscura que era la ciudad, mientras que Rylon insistía en que era porque el sol aún no salía plenamente.

Daemon, sin embargo, esperaba la señal que Herrath debía enviar en cuanto esté en posición, pero jamás llegaba, y se había retrasado demasiado, provocando que el joven rey comenzara a impacientarse por la tardanza de su amigo. No debía de ser nada bueno. 

No obstante, no podía abortar su plan. Lo habían pensado demasiado bien el último mes que les llevó el viaje, por lo que, con una simple seña con la cabeza, hizo que la caballería montara sus caballos y que los jinetes de elefantes comenzaran a hacerlos barritar, anunciando su llegada.

Daemon, el rey Daemon, con su armadura negra, montado a su semental color carbón, lideraba en el frente. Con tan sólo verlo, con su imponente apariencia, su penetrante mirada y la seguridad con la que avanzaba, no sólo se apreciaba un guerrero, sino El Guerrero. Su cabello plateado ondeaba en el viento al igual que los estandartes de su casa, los cuales en la punta tenían cráneos de oro. Los cráneos de los antiguos Capitanes-Generales de la compañía.

Estaba seguro de que Aegon estaba allí. No era normal que Qohor tenga vigías en cada sector de las murallas, por lo que algo debía de estar sucediendo dentro. Rylon había enviado un espía al interior, pero jamás había regresado, probablemente se habría entretenido con alguna estupidez mística, pensó el castaño.

Daemon, seguido de su amigo, alzó su puño, señal que le decía al ejército que se detuviera. Estaban a, tal vez, setecientos metros de las puertas de la ciudad, y él no quería que se vieran fácilmente los arqueros que escondía en la vanguardia, además de que tampoco quería que su ejército sea blanco fácil para las flechas de la ciudad.

Con el corazón latiendo frenéticamente, el platinado pateó las costillas de su caballo, y él solo comenzó a cabalgar hacia la ciudad "negra". Esa acción era común en todas las batallas, pues daba lugar a un último diálogo entre los líderes de cada bando, por lo que esperaba que Aegon saliera de su escondite para encontrarse con él.

Era imposible que no sepa que estaba allí. Los elefantes se habían ocupado de ello. Así que, si no aparecía nadie por esas puerta, era cobardía. 

Sin embargo, en el momento en que Daemon se detuvo a la mitad de camino, las pesadas puertas de madera y hierro soltaron un fuerte chirrido a medida de que eran abiertas, revelando una figura blanca, era un caballo, con un jinete con una resplandeciente armadura grisácea. Era Aegon. Pero él no era quien más resaltaba, sino aquella unidad de tres mil inmaculados que marchaba detrás del falso Targaryen.

Mientras que los inmaculados se formaban frente a la ciudad, los seguían dos compañías mercenarias diferentes, las cuales Daemon distinguió con facilidad por sus estandartes, eran los Hijos del Viento y los Segundos Hijos, y algunos otros que no podía distinguir con facilidad.

En su mente, hizo un cálculo rápido, llegando a contar seis mil hombres, de los cuales tres mil eran altamente letales. Sin embargo, ninguno de esos hombres tenía, siquiera, la mitad de lealtad que los hombres que Daemon tenía a sus espaldas. Había ganado en peores condiciones.

—No lo hagas, idiota— murmuró el platinado, viendo como Aegon galopaba hacia él, aceptando la petición de palabra —. No ganarás. 

Con un aire arrogante, el supuesto hijo de Rhaegar, dirigió su yegua albina en dirección al Blackfyre. Bajo el brazo llevaba un casco del mismo material que su armadura, esperando el momento indicado para ponérselo, pero la pequeña reunión antes de una batalla no parecía serlo. 

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora