—Ni hablar.
—Es lo que pide el pueblo, Majestad —le dijo Varys, su nuevo maestro de los susurros. Estaba sentado junto a Aurane Velaryon, el consejero naval y nuevo lord de Driftmark.
—¿Acaso no le he dado ya al pueblo lo suficiente? —respondió, girándose enfadado hacia su consejo.
—Debería considerarlo —añadió Jon Connington, la mano de rey.
—Apenas han pasado tres meses desde la coronaciones, mis lores —interrumpió Willas Tyrell, maestro de la moneda —. No sé que tan buena idea sería celebrar ahora mismo otro evento de tal magnitud como una boda.
—¡No me casare!
—Majestad, es importante para esta nueva era que el monarca sea una figura de estabilidad y familiaridad —continuó Varys —. Por años los matrimonios de la corona fueron polémicos y llenos de mala fama. La presencia de una reina le dará al pueblo un sentimiento de acojo. Como una madre.
—Podrían buscarse su propia madre —murmuró entre dientes. Entendía el lugar de sus consejeros y del pueblo a establecer esa petición. Tenía lógica y él no podía ser un rey obstinado que no escuchara lo que le dijera su consejo. Entonces respiró profundo y se sentó en la silla de la esquina —. ¿Cómo será?
—Pues, imagino que se dará el anuncio y todos los lores del continente presentarán sus hijas ante usted —explicó Jon —. Entonces podrá elegir.
—Lo correcto sería que sean hijas de los grandes lores, incluso familiares de lores supremos —corrigió el maestre Gerwin, enviado por la Citadel —. El rey no puede estar casado con una mujer de baja cuna. Ustedes me comprenden. Quizá la princesa Arianne esté disponible.
—La princesa Arianne no está interesada en casarse conmigo. Lo ha dejado claro desde mi visita a Dorne.
La princesa apenas había asistido a la coronación, y se rehusó a arrodillarse cuando cada lord supremo tuvo que jurar lealtad al rey. Aunque terminó haciéndolo mientras se le conservara su título de princesa.
—Ya sé con quien quiero casarme —indicó, dejando a todos los miembros del consejo callados —. Con Talia Forrester.
—¿Con Talia Forrester? —repitió Jon, igual de confundido que los demás —. ¿Por qué con ella?
—Me gusta su voz.
—No es mala idea —asintió Varys —. Casarse con una mujer del Norte podría afianzar nuestra relación con ellos. Aún más si los príncipes son medio norteños.
—Hagan lo que les plazca —dictó Daemon, poniéndose de pie —. Como lo han estado haciendo. Si hay novedades, estaré con mi hijo. Gracias.
Se despidió y partió hacia la habitación de Jaehaerys. Teniendo en cuenta que la Fortaleza Roja, aunque estando carbonizada era más negra que roja, la Corona tomó residencia nuevamente en Dragonstone, con sus dragones volando por encima todo el día. Drogon se había vuelto algo errático, más de lo normal, y apenas permitía que se le acercaran sus cuidadores, pues sí, Daemon había pedido que se restaure el séquito de hombres que se encargaba del cuidado de los dragones, en especial porque él ya no podía hacerlo.
—Hola, pequeño —dijo, tomando a su hijo de los brazos de la niñera. Era de las pocas veces que se veía sonreír al rey —. Qué pesado estás. ¿Cuánto has crecido estas horas, eh?
Daemon se dejó caer en una silla cercana, acomodando a Jaehaerys en su regazo. El niño lo miraba con esos ojos violetas que tanto recordaban a su madre, una mezcla de dulzura e intensidad que lo hacían sentir el peso de su ausencia más que cualquier otra cosa. Le acarició el cabello, observando cómo sus pequeñas manos se aferraban a los pliegues de su capa, ajenas a las preocupaciones y responsabilidades que lo rodeaban.
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El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»
Fanfiction"¿Y tú quién eres?" dijo el orgulloso lord. Así comenzaba la melancólica melodía de las Lluvias de Castamere, una canción conocida por muchos como el himno de la casa Lannister. Al oírla, era de suponer que algo malo pasaría. Eso ya no ocurría con c...