Capítulo XVII: El dragón coronado

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—¡Snow!

El grito de Daemon se desvaneció en la helada inmensidad de Winterfell, donde solo el viento parecía ser testigo de su furia y dolor. Estaba allí, tal como en aquellas pesadillas que lo atormentaban noche tras noche, enfrentando la misma escena que había temido desde que era un niño. La nieve caía en finos copos, cubriendo el suelo y las murallas con un manto blanco, pero en su interior solo había oscuridad.

La daga en su mano, la misma que acabó con la vida de Daenerys, pesaba más de lo que jamás imaginó. Era una espada pequeña, fina, casi insignificante a primera vista, pero su historia la hacía tan mortífera como el dragón más feroz. Arya Stark la había llevado consigo desde niña. Y ahora, esa misma hoja estaba en manos de Daemon, un símbolo de la traición que había derrumbado todo lo que habían construido.

—¡Snow! —rugió nuevamente, su voz cargada de rabia, tristeza y una desesperación que se mezclaba con la frialdad del lugar.

El silencio fue su única respuesta. Las puertas de Winterfell permanecieron cerradas, y el eco de su grito reverberó en las torres y murallas, como si el castillo mismo se burlara de su dolor. El frío mordía su piel, pero no podía moverse. No hasta que tuviera la confrontación que buscaba, no hasta que mirara a Jon Snow a los ojos y le exigiera respuestas.

El viento soplaba más fuerte, arrastrando la nieve y levantando pequeños remolinos que se arremolinaban alrededor de Daemon. Sus dedos se tensaron alrededor de la empuñadura de la daga, como si el mero contacto con el arma despertara su sed de justicia... o de venganza. Su mirada, antes tan aguda y calculadora, ahora era un abismo de dolor.

En su mente, las imágenes de Daenerys, de sus dragones, de todo lo que habían perdido, se mezclaban con la traición que ahora ardía en su pecho. Lo que más dolía no era el acto en sí, sino que había sido Jon, alguien en quien ambos habían depositado su confianza, quien había cometido tal atrocidad. En otro momento habría comprendido las razones.

—¡Jon Snow! —su voz esta vez fue un susurro cargado de veneno, dirigido no solo al hombre que había arrebatado a su esposa, sino a todo lo que quedaba de la lealtad y el respeto que una vez compartieron. 

Finalmente, las puertas de Winterfell comenzaron a abrirse con un crujido lento y pesado. Daemon se mantuvo inmóvil, su cuerpo tensado como el filo de una espada lista para ser desenvainada. Estaba preparado para lo que fuera, para enfrentar al hombre que alguna vez consideró un aliado, pero que ahora no era más que la sombra del enemigo que nunca vio venir.

La batalla no sería solo de palabras. Lo que Daemon buscaba no era reconciliación, sino el cierre de un ciclo que solo podía terminar de una manera: con sangre derramada sobre la nieve de Winterfell.

—Daemon...

—¿Por qué? —insistió, su voz era un susurro helado, cargado de una tristeza profunda —. ¿Qué hizo para merecer eso?

Jon Snow, el bastardo convertido en héroe, apretó los labios y tragó con dificultad, como si cada palabra que tenía que pronunciar fuera un veneno amargo. Dio un paso hacia adelante, pero se detuvo al ver cómo Daemon desenfundaba Blackfyre. La espada temblaba ligeramente en su mano, no por la duda, sino por la furia contenida que luchaba por desbordarse.

—Tú no lo entiendes ahora, pero lo harás —respondió Jon, su voz era baja, casi un ruego, aunque no se acercó más —. Ella... no era la misma cuando te atraparon. Lo viste, Daemon. Quemó a niños, mujeres, familias enteras. No le importaba nada ni nadie. Sabía que Arya estaba dentro del Red Keep, sabía que Lady Olenna también lo estaba, y aun así, lo redujo todo a cenizas.

Daemon apretó la mandíbula, sus nudillos blancos alrededor de la empuñadura. La daga en su cinto, la que había acabado con Daenerys, quemaba como si estuviera hecha de fuego vivo. La ira bullía en su pecho, pero detrás de ella había algo más profundo.

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora