Capítulo 2: Deseos ilícitos

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Brianna

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Brianna

Las noches en San Jorge eran más que frías heladas durante toda la temporada del año, pero nada se comparaba a las bajas temperaturas con las que había crecido en San Petersburgo durante mi niñez.

A veces el invierno era tan frío que llegaba a grados bajo cero, logrando hacerse insoportable para todos los habitantes de la ciudad, de tal modo que muchos no lograban sobrevivir al comenzar marzo.

Me encontraba sentada en la silla de mi escritorio, mientras veía a Aleksandra, mi compañera de cuarto, hablando por teléfono sin parar. Mis dedos se deslizaron una y otra vez con brusquedad sobre el proyecto de clases que durante semanas me había esmerado en escribir, intentando concentrarme así en mi presentación escolar.

El ambiente estaba volviéndome loca, por lo que quise, desesperada, levantarme y encender la calefacción, pero sabía que aquello no iba a terminar bien y que lo más probable era que esta terminase gritándome por doquier, por lo que desistiendo de ello seguí ignorando la situación.

—Ya es hora de que vayas a caminar por ahí, ¿no? —La forma directa en la que me habló me hizo temblar, evitando así que pudiera mirarla a los ojos para enfrentarla.

Su tono tenía una característica fuerte cuando me regañaba o corregía por algo que no le gustaba, pero con el pasar de los meses, por decisión propia, había comenzado a perder aquel acento ruso tan marcado que la caracterizaba, convirtiéndose en un intento de copia de todas nuestras compañeras de clases.

Quizá lo hacía para colarse entre la gente y fingir que era de ellos, aunque seguía sin verle la necesidad de utilizar ese acento americano falso para sentirse aceptada. No existía un solo rincón de San Jorge que Leksa no controlara y no había una sola cosa que pasara desapercibida para ella o un alma que pudiera ocultarse de sus planes si era que esta los incluía en ellos para hacer el mal.

—Iré a rezar —le informé de pronto, mientras tomaba mi mochila, para luego colocarme los zapatos sin decir más.

Sabía que si me tardaba más de un par de minutos iba a ponerse de pie y sacarme a patadas de la habitación, por lo que salí corriendo lo más rápido que pude, chocando en el marco de entrada con un par de los amigos de esta, con los que se juntaba para Dios sabe que hacer.

Pude escuchar silbidos y carcajadas provenientes de estos, pero los ignoré recordándome no mirar. No quería estar cerca de ellos, ni siquiera era capaz de poder mirarlos a los ojos sin que me congelara, era el efecto del miedo infundado lo que les gustaba demostrar.

Con los años había aprendido a sobrevivir a la barbarie de Aleksandra, siguiendo la lección de nunca, nunca dirigirme a ella de forma directa y siempre a sus padres si necesitaba contarles algo. Solo debía aguantar unos pocos meses más hasta que nos graduáramos para que cada quien se fuera por su lado y no verla otra vez.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora