Capítulo 42: Todos mienten

13K 734 236
                                    

Alec

«¿Dónde estaba?»

Fue el primer pensamiento que cruzó por la cabeza, cuando abrí los ojos. No supe qué hora era con exactitud, pero debía ser muy tarde en la noche o muy temprano en la madrugada como para sentirme que Brianna no estuviese a mi lado. Me erguí, apoyándome en el colchón para tomar asiento y a tientas busqué encender la lámpara de una de las mesas de noche que estaban al lado de la cama. Por lo regular, mi sueño era intermitente, por lo que no me sorprendí al sentirme tan descansado, ya que por lo regular no podía dormir más de dos horas continuas.

Me arrastré con desorden hasta el lado de la cama donde Brianna había estado durmiendo horas atrás, para percibir que este no se sentía del todo frío, por lo que supuse no había ido demasiado lejos de la habitación.

En ese instante, un ruido proveniente del baño, llamó mi atención y a los pocos segundos esta salió de aquel compartimiento, vestida solo con una bata de baño de aspecto esponjoso que parecía a punto de tragarla.

Al verla, le dediqué una sonrisa somnolienta, que la hizo acercarse en mi dirección, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, la arrastré a mis brazos.

—Hola, Bri.

—Hola, tú. —No pude evitar reír un poco—. Lo siento si te desperté.

—La verdad, tenía años sin dormir tan bien.

—Lo mismo digo. —Me extendió una sonrisa y descansó su cabeza en mi pecho.

Su cabello estaba totalmente seco, pero olía similar a ciertas esencias florales, por lo que supuse, había estado tomando un baño. No supe con exactitud en qué momento, en medio de la noche, ambos nos quedamos dormidos, pero ninguno de los dos había querido levantarse, de modo que la sensación de plenitud y el letargo post sexo siguió flotando en el ambiente hasta llevarnos al vacío.

La forma en la que sus manos estaban trazando un camino invisible en brazo que tenía libre de tinta, dibujando formas inentendibles por toda mi piel. Se estaba preparando para decirme algo, lo sabía por como desviaba mi mirada, cuando intentaba buscar la suya y como usaba aquello para distraerme, hasta que el momento finalmente llegó.

—Rompiste mi taza. —Su voz se escuchó ligera y suave.

Para otra persona, aquellas palabras pudiesen haber pasado desapercibidas con facilidad, casi como una alegoría, pero no entre nosotros; nunca entre nosotros.

—¿Y piensas hacer algo al respecto? —agregué con un toque de vehemencia.

La expresión de Brianna se ensombreció al instante, hizo como si fuese a decir algo más, pero con la misma rapidez se quedó callada.

«Descuida, Alec, sé que tienes la costumbre de romper todo lo que se atraviesa en tu camino».

«Nos estoy haciendo un favor a ambos cortando esto, antes de que lo último que termine rompiendo como a esa taza sea a nosotros dos».

El recuerdo de mis palabras, también el de las suyas, me azotó con fuerza. Haciéndome lamentar por toda la mierda que habíamos arrastrado en el camino.

Quise lanzar alguno de mis comentarios sarcásticos al azar, pero simplemente no pude, era como si mis cuerdas vocales no fuesen capaces de captar las órdenes de mi cerebro. De modo que tomándome aún más por sorpresa, Brianna se irguió sobre mi cuerpo, colocándose a horcajadas en mi regazo y rodeando mi cadera con sus piernas.

—Eres un imbécil. —Sus ojos me miraron con profundidad.

—Lo sé. —Tragué en seco.

—Has sido un bastardo conmigo durante mucho tiempo.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora