Capítulo 28: La primera prueba

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Alec

Tal como la arcilla, los humanos éramos capaces de moldearnos.

Cuando era niño, mi abuela solía decirnos a mis hermanas y a mí que los ojos eran las ventanas del alma, que estos eran capaces de mostrar nuestras emociones.

Desde la ira más visceral, hasta la satisfacción más pura.

Pura mierda, si me lo preguntaban, pero ese momento, cuando me miré al espejo, notando mis ojos inyectados en sangre y completamente abrumado de ver como el tono normalmente gris de los mismos, se había teñido de un negro tan oscuro como el carbón, comencé a creer que las palabras de la anciana, eran verdad.

El peso de las acciones cometidas la noche anterior, tal vez iban a ser una especie de salvación o condena; dependiendo de quién se beneficiara posteriormente a ello.

Una vez había terminado con mi inspección, me sacudí la cara un par de veces con agua helada, con cuidado no de salpicar mi uniforme deportivo. Me veía bien, se podía decir que no había ningún rastro de estúpida culpa en mi rostro, pero eso no aliviaba el sentimiento de debilidad en mi conciencia.

El golpe que me habían dado en la cabeza no lucía tan mal, no había vuelto a sangrar y excepto por el zumbido que había dejado en mis oídos, nada patria ir por fuera de lo normal.

Y antes de salir de mi habitación, le di un último vistazo a la pieza de arcilla que me había mantenido despierto durante la noche, un ave mancillada, frágil y con las alas rotas; una que había sido moldeada con mis propias manos.

El ruido proveniente del comedor podía escucharse desde el piso de arriba, a medida que bajé las escaleras y este no cesó cuando se dieron cuenta de mi presencia, solo aumentó, causándome una especie de jaqueca.

—Alguien tuvo una buena noche. —Seguido de la voz de Ethan se escuchó un vitoreo que me hizo gruñir.

Ignorando sus comentarios, tomé asiento y con desgana comencé a picar el desayuno típico inglés que estaba protegido por un cubreplatos.

Era demasiado temprano aún y no me apetecía tener que lidiar con esa clase de mierda.

No con la jaqueca que tenía.

—Tal parece que regresaste en la madrugada, ¿estás violando el toque de queda? —Ethan murmuró a mi lado, lo suficientemente como para que solo yo lo escuchara.

Despegué mi atención de mi comida, dejando caer el tenedor de forma brusca. El sonido del choque del metal sobre la porcelana del objeto se escuchó agudo.

—Por lo visto tampoco te enseñaron que en la mesa no se habla, ¿eh?

—Cosas que pasan, ¿no? —Con ironía, se encogió de hombros—. Solo deberías agradecerle a Sebastián por cubrir tu flaco trasero, imbécil. Por mí puedes pudrirte en detención... O mejor aún, ser expulsado, podría hacer que tu chica me quisiera más.

La sola mención de Brianna fue como una patada directo en el estómago, seguido de unas náuseas que por poco no pude contener. Fingir estar curioso o aburrido, pero el malestar no desapareció. No iba a comerme la cabeza pensando las razones de lo sucedido o porque había hecho lo que hice, más y como el bastardo que era, le sonreí a Ethan.

—¿Es por qué estás falta de atención, campesino? ¿Tu mamá no te la dio de pequeño? —mencioné curioso.

Ethan parpadeó con desconcierto y de golpe soltó una cargada que hizo que todos en la mesa desviaran su atención.

—Por desgracia creo que me prestó demasiada atención.

Este siguió riendo un poco más alto de lo normal y yo me recompuse en mi asiento, soltando un suspiro de exasperación. El mínimo apetito que tenía, había desaparecido por completo y prefería comenzar mi día embriagándome de alcohol, que seguir respirando el mismo aire que todos aquellos imbéciles.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora