Capítulo 4: Verdad o mentira

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Brianna

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Brianna

Había sobrevivido a Alec.

Por suerte lo había hecho.

O eso pensaba.

Cuando llegué a la puerta de los dormitorios, la supervisora de turno me miró con severidad, diciendo que el toque de queda ya estaba por comenzar. Me había perdido la cena, aunque siendo sincera, en ese momento no era capaz de digerir nada.

Estaba en una especie de estado de shock, intentando procesar los hechos que acababan de ocurrir.

La persecución, la agresión y la gentileza tardía que Alec había utilizado, me estaban logrado confundir. Al final, este había vuelto a su estado frío natural; con el ceño fruncido en medio de sus cejas, para luego despacharme como una repugnante basura que se había atravesado en su camino.

En ese instante, su máscara se había caído, revelando el demonio que en realidad era. A diferencia de su hermana que era impulsiva y malcriada, Alec se comportaba de una forma mejor, para lograr convencer a todos y disimular lo turbado que estaba. Podía sentir la oscuridad en su mirada y todos los detalles sórdidos que ocultaba, ¿la peor parte? Que desde que lo conocía, me gustaba. Un chico con comportamientos tan psicóticos que incluso a mí me generaban desconfianza.

Una vez estuve delante de mi dormitorio, me detuve para abrir la puerta y luego fallar, al sentir que esta se encontraba bajo llave. Llamé un par de veces, que después de un rato se sintieron como horas, hasta que el seguro finalmente cedió, siendo la perilla girada desde el otro lado por Leksa, que al verme puso los ojos en blanco en señal de fastidio.

—¿En dónde rayos estabas? ¿Por qué tardaste tanto? —preguntó suspicaz.

Se hizo a un lado para dejarme entrar y luego cerró la puerta empujándola con el pie.

—Rezando, creo lo dije antes de salir. —Lo solté sin pensar, como una respuesta automática para esquivar el problema. Si comentaba más, tal vez iba a equivocarme y usaría mi mentira a su favor para chantajearme.

Al principio pareció convencida, hasta que la expresión de su rostro se oscureció con conocimiento.

—Con que rezando, ¿no? —Tuve que moverme para hacer distancia, ya que esta luego de decir aquello se acercó—. Creo que lo hiciste, pero de rodillas a mi hermano, ¿o me equivoco, Brianna?

Se equivocaba, claro que lo hacía, pero no pude evitar sonrojarme con sus palabras, tan gráficas y directas de algo que no pensaba hacer nunca. En vez de calmar su molestia, sus ojos grises, tan parecidos a los de su gemelo, brillaron con un fuego que conocía muy bien.

Por lo que me preparé para lo peor, aún así, me atreví a responder:

—No es lo que piensas, Aleksandra.

—¿No es lo que pienso? —añadió con un detenimiento perplejo—. ¡¿No es lo que pienso?! Te largas por horas, vuelves con las rodillas magulladas y el saco de mi hermano puesto. ¿Te atreves a decir que no es lo que pienso?

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora