Capítulo 14: Alguien miente

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Brianna

Silencio.

Solo pude quedarme en completo silencio, estática ante una situación en la que al principio pensé que se escapaba de mis manos.

Las palabras furiosas de Alec, incluso me hicieron trastabillar, rompiendo el contacto que acabamos de compartir y regresándome como una sacudida dolorosa a la realidad. Me recompuse, siendo consciente como un balde agua fría de la posición comprometedora en la que estábamos y de como mi juicio se había nublado de tal forma que había sucumbido a una necesidad primaria a la que nunca antes había tenido que escuchar.

Me encontraba prácticamente semidesnuda, expuesta ante una persona que seguro iba a reírse de mi debilidad y de lo fácil que había sido trastornarme un poco más la mente para caer a sus pies.

Porque sí, siendo realistas estaba en un punto muerto en donde me sentía hastiada de la forma en la que estaba viviendo, de los principios que me habían inculcado y como era tan estúpida para no darme cuenta que a veces era usada por todo y todos para su conveniencia.

Aunque no me arrepentía de lo sucedido, era más que consciente por experiencia propia que una pequeña acción podía desencadenar demasiadas consecuencias, tantas que podían escaparse de mi control como una bomba de tiempo a punto de explotar.

No era estúpida, no podía ni quería regresar el tiempo atrás. Tenía una naturaleza tranquila, no era egoísta y, para mi desgracia, todo eso me hacía del tipo de persona que prefería ignorar mis problemas hasta que estos me alcanzaban; por ello, muchas veces cedía a ciertas situaciones que terminaban por perjudicarme.

Y eso me hacía responsable de mis desgracias.

—No soy tu nada. —Las palabras amenazaron con atorarse en mi garganta, cada vocal, cada sílaba pronunciada quemaron mi lengua como si de ácido se tratase.

Alec, quien hasta ahora había permanecido en completo silencio y con una postura impasible, no mostró ninguna respuesta al principio, hasta que sus ojos esbozaron la primera señal de un cambio en su expresión.

Dicen que los ojos de algunas personas son la ventana de su alma, y que a veces, estos delataban los secretos más oscuros.

Alec era una de ellas.

El gris de sus iris pareció transformarse en una tormenta furiosa, que amenazó con arrasar con todo a su paso y el tono brillante que los caracterizaba se oscureció de tal modo que se transformó en un negro profundo. Si pudiera describirlo con exactitud, una mueca ligera y fantasmal de dolor también se mostró en él, casi como si acabara de abofetearlo en la cara con lo que le había dicho, hiriéndolo en el proceso.

—¿Qué dijiste? —Este pronunció, si en verdad estaba molesto lo escondió muy bien, ya que el tono de su voz se mantuvo bajo y pausado.

—Lo que escuchaste —sostuve, lo suficientemente segura de lo que acababa de decir para tener el valor de continuar—. No tienes ningún derecho o potestad para disponer sobre mí y lo sabes. No soy una muñeca o tu un juguete personal como para que me ordenes ser tu estúpida novia, mucho menos tu jodida esclava, Alec.

»No sé en que siglo vives, o si aprendiste algo de historia en la primaria, pero te recuerdo ni con todo el dinero que tienen tus padres puedes obligarme a ser o hacer algo que no quiero y que la esclavitud en Rusia no existe desde el siglo diecinueve, iluso. —Sentí la boca seca cuando terminé de hablar, pero por primera vez también sentí que tenía el valor suficiente para terminar con un círculo que solo nos estaba haciendo daño a los dos.

Tenía más cicatrices psicológicas y emocionales de las que me gustaría admitir y necesitaba curarme de todo lo que estaba arrastrando antes de que fuera demasiado tarde.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora